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lunes, 8 de diciembre de 2014

El Año olvidado (y II)

At 19:50 hours the silence was again broken, this time by a high pitched voice chanting in Japanese from the depths of the Jungle. The one voice (and a beautiful voice it was) would recite for about one minute, after which the chant would be taken up by a number of other voices, rather nearer to where the 2/10th lay quietly waiting. Upon the second group completing their recitation, a third group, obviously comprising some hundreds of the enemy, and closer again, would sing in sonorous unison. This procedure was repeated three times. Whether it was some form of religious rite, or merely a boasting recital calculated to inspire courage in the chanters and despair in the hearts of the listeners, is not known, not did the batallion ever again hear this type of musical performance.

Eric Bergerud, Touched with fire: The Land War in the South Pacific.

A las 19:50, el silencio se quebró de nuevo, esta vez por una voz aguda salmodiando en Japonés desde las profundidades de la jungla. Esa voz (y bien hermosa que era) solía recitar durante un minuto aproximadamente, tras lo que el canto era continuado por varias otras voces, mucho más cerca de donde estaba desplegado en silencio el batallón 2/10. Una vez que el segundo grupo había terminado de recitar, un tercero, obviamente formado por cientos de enemigos, y aún más cercano, cantaba fuertemente al unísono. Este procedimiento se repitió tres veces. Si era algún tipo de rito religioso, o simplemente un alarde pensado para insuflar valor en los cantantes y desesperación en los corazones de los oyentes, es desconocido, y el batallón jamás volvió a escuchar ese tipo de representación musical.

Hace unos días les hablaba del libro Fire in the Sky, de Eric Berguerud, en el que se narra el largo forcejeo entre las fuerzas aéreas aliadas y japonesas en el pacífico sur -Nueva Guinea, las Islas Salomón y las Islas Bismarck - durante el periodo del verano de 1942 a la la primavera de 1944. En esa ocasión les indicaba los varios defectos de esta obra de Berguerud, entre ellos la copia literal de secciones enteras de un libro suyo anterior: Touched with Fire, que trataba del mismo teatro de operaciones en el mismo periodo, pero centrándose en esta ocasión en las operaciones terrestres. Esos pasajes repetidos no son lo único que Fire in the Sky heredó de Touched with Fire, sino también la mayor parte de sus errores que se encuentran también en la obra más temprana, sólo que aumentados y amplificados.

El principal problema es simplemente que aunque la obra se pretenda un análisis objetivo de esa campaña desde ambos bandos, Berguerud escribe claramente sólo para uno de ellos, sobre el que recaen sus simpatías. El autor intenta justificar ese desequilibro arguyendo la dificultad de entrevistar a los veteranos japoneses, al no dominar su idioma, pero esa barrera lingüisticas no debería haberle impedido recurrir a fuentes secundarias que sí han tenido acceso de primera mano a esos testimonios y de las que existen multitud de publicaciones en lenguas occidentales. Como consecuencia, mientras que las operaciones militares aliadas se explican en todo detalle y se las confiere un viso de racionalidad - o se muestran a las claras sus errores - la japonesas se tornan absurdas e incomprensibles, producto de una mentalidad de la que nos separa un abismo.



Esta falta de ecuanimidad acarrea un defecto aún mayor. El hecho de adoptar un punto de vista aliado casi en exclusiva, conduce a que Berguerud acabe identificándose con los soldados americanos y australianos, cuyas acciones disculpa por completo, por muy reprobables y contrarias al derecho internacional que éstas fueran. El soldado japonés, en las páginas de Touched with Fire, acaba convertido en una suerte de robot bélico, que sólo sabe morir una vez que la batalla está perdida, y cuya resistencia extrema, unida al desprecio de la propia vida,  justifica cualquier acción cruel y despiada del soldado aliado, que en en ocasiones aisladas son incluso jaleadas por el propio Berguerud, como ejemplo de lo bien que supieron sobrevellar esas condiciones de combate.

Más interesante aún es como a pesar de este retrato sin matices del soldado japonés, Berguerud intenta paradójicamente exculpar al estamento militar de ese país. Para este autor, el hecho de que la violencia ejercidada por los superiores sobre los inferiores fuera un componente esencial del entrenamiento del recluta japonés no influyó en el comportamiento posterior de estos soldados en el campo de batalla, quizás porque esta denuncia hubiera supuesto una acusación implícita contra los métodos de las unidades de élite aliadas, caso de los marines. De esta manera, nos encontramos ante la contradicción de que la resistencia hasta la muerte de las unidades japonesas no fue producto de su condicionamiento militar, sino parte de algún nebuloso espíritu japonés, consustancial a la raza y pefectae xcusa para proceder a su exterminio sin contemplaciones. Esa opinión sobre el enemigo es bastante habitual en el testimonio de los veteranos - al menos de aquellos citados por el autor - y que denota un claro racismo anterior al inicio de las hostilidades, que Bergerud intenta inútilmente desmentir, pero que claramente condicionó la manera de actuar aliada durante esa campaña

Todos estos errores citados tienen un solo origen: el desequilibrio en la presentación de ambos bandos, en el que el soldado japonés, al contrario que el aliado, queda completamente deshumanizado y despersonalizado, en una extraña reproducción contemporánea del sentimiento en tiempos de guerra, del que Berguerud no es capaz de desprenderse. Obviamente, gran parte de esta ausencia de información del lado japonés se debe a que gran parte de los solados de esa nacionalidad involucrados en las acciones descritas por Berguerud murieron en ellas, pero consituye en absoluto una disculpa por no haberse tomado el esfuerzo de investigar. Sin embargo, este detalle de las bajas masivas japonesas sí apunta a lo que es el mayor acierto del libro y que justifica por sí solo su lectura: la descripición de uno de los peores campos de batalla del mundo.

El tratro de operaciones del pacífico Sur estaba dominado por dos accidentes geográficos principales, la selva y las montañas, que anulaban cualquier ventaja material propia de una sociedad tecníficada. La montaña hacía imposible el tráfico rodado, obligando a aprovisionar a las tropas por via aerea y marítima. prioridad de cada bando era, por tanto, atacar, ocupar y retener aquellas localizaciones en el mapa que permitiesen la construcción de puertos y aeródromos. Sin embargo, una vez acondicionadas y preparadas esas posiciones, las tropas tenían que adentrarse en la zona de combate por sí solas, dependiendo de lo poco que pudiesen transportar a cuestas consigo y disminuyendo considerablemente su efectividad bélica. El caso paradigmático de este problema sin solución es el de la llamada Kokoda Trail, una pista de montaña que unía las costas sur y norte de Nueva Guinea - entre Port Moresby y Buna - de cientos de kilómetros de longitud. Esa pista atravesaba un auténtico laberinto de montañas, tornandose en ocasiones tan estrecha que sólo dejaba pasar a un par de hombres, mientras quedaba reducida en otras a una empinadísima escalera  - por las que debían ascenderse casi mil metros para volver a bajarlos acto seguido, y volver a ascenderlos de nuevo. Y cuando hablo de escaleras, me refiero a eso precisamente. Las fotos no dejan lugar a dudas

Ese terreno por sí sólo ya tendría características de pesadilla, dado el inmenso esfuerzo que requería llegar a la zona de combate, mantener aprovisionadas a las tropas y evacuar a los heridos, sin contar el propio hecho de lanzarse al ataque, pero se veía empeorado por la presencia de la jungla. La selva de nueva Guinea y las Salomón era y es una auténtica muralla vegetal, en la que la visibilidad quedaba reducida a escasos metros, en cuyo interior se perdían todas las referencias que permitían orientarse, y donde un enemigo astuto y avezado podía jugar a las emboscadas y al hostigamiento, para así desgastar y quebrar la resistencia de un contrario menos proclive al sacrificio. Un entorno, en fin, donde el hambre, el calor y la humedad constante, y  por último la enfermedad, las múltiples y virulentas enfermedades tropicales, eran constantes ineludibles en la vida de los combatientes, que poco a poco iban erosionando las unidades militares hasta dejarlas convertidas en puñados de hombres famélicos y debilitados de quienes se esperaba que ganasen la batalla.

Un auténtico infierno sobre la tierra. Mejor dicho, el auténtico infierno, donde durante casi dos años se lucho incesantemente y sin cuartel por pantanos inundados, bosques impenetrables, colinas sin significado.

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