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martes, 2 de diciembre de 2014

El año olvidado (I)

Japanese formations above the level of shotai (la escuadrilla básica japonesa de tres aviones en la Segunda Guerra Mundial) mystified American pilots during the war and remain difficult to explain. If there was any structured formation designed for aircraft to support one another, American pilots could not recognise it. In after-action reports from all parts of the South Pacific throughout the story period described Japanese units as "gaggles" of birds or "swarms of bees". Regularly American pilots would see Japanese aircraft doing various acrobatic maneuvers or engaging in mock combat. A typical description was written during the war by William Gardner, an ace with the 5th USAAF 8th fighter group, "My first contacts with the enemy were in the latter part of 1943. The Jap fighter formations were loose and could be recognized in the distance as a swarm of flies. Many of the planes would flip momentarily on their backs for a good look underneath, and other would be rolling"

Fire on The Sky: The Air War in the South Pacific, Eric M. Begerud.

Las formaciones japonesas por encima del Shotai (escuadrilla básica japonesa de tres aviones en la Segunda Guerra Mundial) confundían a los pilotos americanos durante la guerra y siguen siendo difíciles de explicar. Si existía una formación estructurada que permitiese a los aviones defenderse unos a otros, los pilotos americanos no podían descubrirla. Los informes escritos tras las acciones del Pacífico Sur durante el periodo de estudio describían a las unidades japonesas como "bandadas" de pájaros o "enjambres de abejas". Con frecuencia, los pilotos americanos veían a los aviones japonesas realizar diferentes maniobras acrobáticas o enfrentándose en combates simulados. Una descripción tipo fue escrita durante la guerra por William Gardener, un as del octavo grupo de combate de la quinta flota aerea de la USAAF: "Mis primeros contactos con el enemigo tuvieron lugar al final de 1943. Las formaciones de cazas japonesas eran abiertas y en la distancia se asemejaban a un enjambre de moscas. Muchos de los aviones se invertían un instante para tener una buena visión hacia abajo, mientras que otros hacían barriles".

En la narraciones de la Guerra del Pacífico, suele haber un año perdido. El relato suele centrarse en los primeros seis meses de victorias relámpago japonesas, equilibrándolo con la reacción americana posterior, expresada en los hitos del Mar del Coral, Midway y la larga campaña de Guadalcanal. Una vez establecida la superioridad aliada a finales de 1942 con esas tres batallas, la historia se interrumpe hasta finales de 1943 con el asalto de los marines a Tarawa, que marca el inicio de la lenta y sangrienta progresión que llevaría a la rendición japonesa en 1945 tras el lanzamiento de las dos bombas atómicas.

Entre medias queda el largo año de 1943 en el Pacífico.


Parte de este olvido o negligencia se debe a que a finales de 1942, tanto la flota americana como la japonesa estaban exhaustas - del lado americano sólo quedaba un portaaviones operativo, mientras los japoneses, literalmente, se habían quedado sin pilotos - de forma que ambos combatientes tuvieron que dedicar 1943 a reponer sus fuerzas. El resultado de ese año en blanco, de recuperación y entrenamiento, es conocido. A finales de 1943 los nuevos portaaviones americanos empezaron a llegar al Pacífico en número abrumador - se construirían hasta 15 de ataque y decenas ligeros y cientos, repito, cientos ligeros y de escolta - mientras que los japoneses apenas se las arreglaron para restañar las perdidas de Midway y la campaña de Guadalcanal. Dada la disparidad de fuerzas la guerra ya estaba decidida, sin que importasen mucho los aciertos y victorias locales, que no fueron muchas para los japoneses.

Como se puede suponer, este impasse no supuso que las operaciones se detuviesen o que que fueran menos sangrientas. 1943 fue el año en que los aliados ascendieron lentamente por el archipiélago de las islas Salomón y el norte de Nueva Guinea, hasta aislar la poderosa base de Rabaul y dejar abierto el camino hacia el Pacífico Central, las Filipinas e Indonesia. En ese lento y costoso proceso, los ejércitos aliados hicieron añicos la aviación japonesa, tanto del ejército como de la marina,  destriparon la marina de transporte japonesa, haciendo imposible el avituallamiento de las múltiples bases esparcidas por el Pacífico, mientras que aniquilaban o dejaban aislados importantes contingentes del ejército japonés. La capacidad de defensa del Japón quedaba así reducida sensiblemente, obligando a sus mandos a tomar decisiones cada vez más desesperadas, tornando ese teatro de guerra en un infierno aún mayor del que ya era.

La virtud del libro de Bergerud es precisamente llamar la atención sobre ese año y esas operaciones olvidadas, en este caso en lo que se refiere a la guerra aérea - en otra entrada reseñaremos su libro Touched By Fire, dedicado a la guerra terrestre-. A este acierto hay que añadir otro, el hecho de que el enfoque es temático. Berguerud no intenta realizar una narración cronológica de la operaciones, trufada de anécdotas personales, al estilo de otras plumas famosas, sino que busca realizar lo que se conoce ahora como análisis transversal. Su objetivo es mostrar como se organizaron las diferentes fuerzas aéreas en conflicto para combatir una guerra para la que no estaban preparados, en uno de los entornos más hostiles del planeta, haciendo hincapié en las armas que utilizaban y cómo las utilizaban, además de todos los problemas técnicos, humanos y organizativos a los que tuvieron que enfrentarse y resolver... o que fueron incapaces.

El resultado es un libro notable, pero no por ello desprovisto de defectos. El primero es que el libro está escrito desde un claro punto de vista aliado, aunque pretenda dar una visión equilibrada y honesta de ambos bandos. Berguerud utiliza extensivamente las fuentes americanas, australianas y británicas, incluyendo el testimonio de pilotos y soldados, pero descuida bastante las japonesas que quedan reducidas a un mínimo. La excusa alegada por el autor es la dificultad del idioma, especialmente a la hora de entrevistar a los veteranos, pero dada la fecha de publicación del libro y la amplia bibliografía que existe sobre este tiempo, no parece muy creíble, ya que podría recurrir a fuentes secundarias. Más bien se trata de un intento de convertir un libro destinado al público americano, como era el caso de su obra anterior, en una obra más amplia que permita vislumbrar como se desarrollaron las operaciones desde el otro bando.

Esta clara orientación a un público concreto conlleva también que Bergerud se posicione ostensiblemente a favor de uno de los bandos. Evidentemente una neutralidad completa es imposible, y menos cuando se trata de un sistema militarista e imperialista como el japonés, pero se nota demasiado en su relato un claro orgullo de ser americano, de los logros y hazañas del propio país, que en ocasiones toma un cariz de exaltación militar y le lleva a disculpar, como necesarias o inevitables, las atrocidades que los aliados cometieron en ese teatro de operaciones, en la que ninguno de los bandos dieron cuartel al otro y el número de prisioneros podía contarse con los dedos de la mano.

No obstante, estos claros defectos - así como el hecho de que Bergerud de vez en cuando copia secciones enteras de su libro anterior - no impiden que sea especialmente informativo y relevante. Dos conclusiones resultan evidentes tras la lectura de sus más de 600 páginas. La primera que la guerra se libró en un entorno hostil, el de la selva tropical, donde los hombres y las máquinas enseguida caían enfermos o se estropeaban. En esas condiciones, sólo el ejército que tuviera la mejor base industrial, bien sea para mantener sanos y bien alimentados a sus soldados, o para procurar un flujo constante de material y repuestos, podía esperar triunfar en lo que no fue otra cosa que una larga campaña de desgaste extendida durante más de un año y medio.

Ése, desgraciadamente, no era el caso del Japón Imperial. A pesar de la calidad de sus aviones y barcos, o de que sus soldados y pilotos fueran combatientes de élite, una vez que esa primera oleada fue diezmada por la resistencia aliada, el sistema japonés fue incapaz de producir una segunda generación de armas comparable a que los americanos desplegaron en 1943, ni de entrenar a nuevos reclutas para que fueran capaces de manejar el material existente con la misma pericia que los soldados y pilotos que comenzaron el conflicto. El resultado es que a finales de 1943, tanto el ejército, como la marina o la aviación japonesa no tenían esperanza alguna de derrotar a los americanos, por muchas victorias parciales que consiguiesen, y a lo único que podían aspirar es a alargar su agonía inevitable, aguardando un milagro que nunca se produjo.

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