Tengo una relación especial con el Museo Arqueológico Nacional madrileño - lo mismo me ocurre con el Museo del Prado, por cierto -. Debido a mi edad, soy estricto contemporáneo de la reforma de los años setenta del siglo pasado, de la que fui visitante asiduo desde principios de los años ochenta... y por asiduo quiero decir que durante mi juventud, en los largos meses de vacaciones, me iba todos los días a pasar la mañana entera allí, explorando en profundidad los objetos expuestos, memorizando los textos que los acompañaban, intentando extraer conclusiones y relaciones.
Hay que admitir que a principios del siglo XXI el museo necesitaba una reforma urgente. Gran parte de las salas permanecían cerradas por falta de personal, mientras que el deterioro del propio edificio, goteras incluidas, amenazaba algunas de sus piezas emblemáticas. Por otra parte, siempre había sido un museo caótico en su organización, en el que la acumulación exhaustiva de piezas, cuantas más mejor, podía acabar con las fuerzas y las ilusiones del más pintado. Sin embargo, lo peor era que había sido montando siguiendo unos criterios metodológicos que en la época de la primera reforma empezaban ya a cuartearse y que a principios de este siglo estaban completamente desfasados.
Hay que admitir que a principios del siglo XXI el museo necesitaba una reforma urgente. Gran parte de las salas permanecían cerradas por falta de personal, mientras que el deterioro del propio edificio, goteras incluidas, amenazaba algunas de sus piezas emblemáticas. Por otra parte, siempre había sido un museo caótico en su organización, en el que la acumulación exhaustiva de piezas, cuantas más mejor, podía acabar con las fuerzas y las ilusiones del más pintado. Sin embargo, lo peor era que había sido montando siguiendo unos criterios metodológicos que en la época de la primera reforma empezaban ya a cuartearse y que a principios de este siglo estaban completamente desfasados.