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martes, 12 de agosto de 2014

Anything goes

Pauline Boty. It's a man world I/II
Cada día me defraudan más las exposiciones que organiza el Museo Thyssen. Las razones son variadas, externas e internas, inevitables unas, consentidas las otras.

La principal razón externa tiene su origen en la crisis bancaria. La caída de la antigua Caja Madrid, ahora Bankia, seguida el cierre de su fundación cultural, ha puesto fin a las megaexposiciones conjuntas que la ambas instituciones organizaban en sus sedes. El amplio espacio expositivo de la Fundación Cajamadrid, reaprovechado de lo que fue un edificio/caja fuerte, permitía explorar/agotar el tema propuesto, y, en más de una ocasión, se convertía en la parte más interesante de la exposición, convirtiendo a lo mostrado en la Thyssen en mera introducción preparatoria.

Por desgracia, no creo que esos días vuelvan ya, como tantas otras cosas. No obstante, lo que se ha perdido en extensión, podría haberse ganado en intensidad. La Thyssen podría haberse propuesto exposiciones mínimas, en las que se intentase ilustrar un tema con unas pocas obras escogidas. No ha sido así, ya que esa institución ha elegido un camino que le lleva a postularse como gran supermercado del arte, parque temático de la cultura, con todas las connotaciones que esto conlleva, negativas en su mayoría.



En pocas palabras, de lo que se trata ahora no es de realizar una tarea de propagación del arte - en lo que brillan otras instituciones, de las que ya hablaremos en próximas entradas - sino de atraer visitantes con los que hacer negocio y llenar las arcas. Esto implica que a la hora de organizar una exposición, y sobre todo a la hora de darla a conocer, el rigor se deja a un lado y todo vale, siempre que se alcancen esos objetivos crematísticos. Así, una exposición sobre el paisaje decimonónico, recibía el apelativo de Impresionista, sin importar que ese adjetivo contradijese lo que se veía allí. O como es el caso de la exposición Mitos del Pop, que aún se puede visitar allí.


Tom Wesselmann, Great American  Nude 43
La exposición presenta dos problemas principales, uno explícito en su título, otro no tanto. Como es conocido, con el nombre de "pop" se hace referencia a una serie de movimientos artísticos de los años 60, que tienen su centro principal en Gran Bretaña (Hamilton y demás) y EEUU (Rauschenberg, Lichtenstein, Oldenburg y Warhol), aunque existen ramificaciones que se extienden a otros países. El común denominador de todos esos fenómenos es precisamente la utilización de elementos de la sociedad de consumo (cómic, iconos cinematográficos, marcas comerciales) como base temática y estética de sus productos artísticos.

El problema es que todo intento por deslindar el movimiento termina/fracasa ahí. No es ya que el movimiento sea multiforme, sino que una vez abandonados el núcleo original, que podríamos resumir en la oposición Rauschenberg/Warhol, la adscripción de artistas particulares a este movimiento resulta cuando menos problemática y en demasiados casos aventurada. Aún así, habría sido muy interesante estudiar los polimorfismos de este movimiento, el modo en que un mismo fundamento estético se expresa en diferentes modos de acuerdo con la personalidad del artista, al mismo que se intenta rastrear su influencia en otros lugares y tiempos alejados de los núcleos originales, caso de los "Equipos" del tardofranquismo patrio.

Sin embargo, la opción elegida por la Thyssen es asimilar todo el arte de los sesenta, o el de los artistas que surgieron en esa época, con el pop, convirtiendo la exposición en un batiburrillo en el que es imposible encontrar la clave, los puntos de referencia, a menos que se conozcan ya de antemano. Esto se ve agravado con una presentación temática un tanto arbitraria y estereotipada, en la que las diferencias personales, en algunos casos abismales, se ven aplastadas, regladas y normalizadas.

Y ése es el auténtico pecado de la exposición, como veremos.


Mimmo Rotella, Cleopatra

Ese pecado es visible desde el propio título de la exposición, el "Mitos del Pop" que hace referencia a un arte hipercool, enrollado y guay, que se intenta justificar en una definición de Richard Hamilton que recibe al visitante a la entrada... sin que los organizadores se hayan dado cuenta de que son unas declaraciones esencial y voluntaramiente irónicas, como conviene a ese artista.

La exposión parece promover una definición del Pop que en realidad sólo conviene a Warhol, presencia constante en la muestra de la Thyssen, y en mucha menor medida a Lichtenstein. Lo cierto, y la propia exposición se contradice en cada sala, es que el arte de Warhol y su concepción del pop son las de un mitómano, que reproduce los elementos de la cultura popular sin plantearse las consecuencias de su acción artística o los efectos que esa omnipresencia tiene en la cultura popular. Lo característico de la obra de Warhol es, por tanto, la fascinación por esa cultura/arte de menor orden, pero se trata de un enamoramiento gélido, incompatible con el calor y el cariño que es visible en las ampliaciones a tamaño gigante que hace Lichtenstein de viñetas del cómic.

Esta es la visión del pop, como estilo artístico, que ha quedado en la memoria popular y que la exposición pretende transmitir. El pop se constituiría así como un movimiento conformista, casi retrógrado, definición a la que no habría nada que objetar si no fuera porque la realidad es completamente otra,  conclusión que la exposición se ve obligada a aceptar casi a regañadientes. Lo cierto es que el pop, incluso en sus variantes americanas, como es el caso de Rauschenberg y de Jones, es un movimiento esencialmente crítico y subversivo, en el que los elementos de la sociedad de consumo se transforman en armas con las que combatir ese estado de cosas.

No se trata por tanto de un arte molón y enrollado, sino de un arte de combate, vertiente especialmente visible en las últimas salas de la exposición, las más interesantes, dedicadas precisamente a las formas europeas - e hispanas - de ese movimiento, en la que la agitación política, la lucha contra la dictadura en el caso español, contra la hipocresía de una sociedad que se proclama la mejor del mundo, única válida y posible, son más que evidentes.

Un resultado inesperado, aunque previsible para cualquiera que sepa un poco del pop, y que se halla en abierta contradicción con la apatía y el conformismo de un artista como Warhol, erigido por razones misterioras - bueno, quizás no tanto - al título de santón supremo de ese movimiento. Una conclusión que, curiosamente, la muestra de la Thyssen se esfuerza en disolver y atenuar, bien con esa distribución por temas, bien aislando las obras más peligrosas, bien relegándolas a las secciones finales, cuando la gente está ya de recogida.

¿Me equivoco? Volvamos al inicio de esta entrada, a la obra de Pauline Boty que la abre, ejemplo señero del feminismo pictórico. Pues bien, en la Thyssen sólo se expone el panel de la izquierda, mutilando la obra, tergiversando y atenuando su mensaje, en una decisión que viene a confirmar las dudas sobre la exposición que he compartido con ustedes.

Equipo Crónica, La Salita

¿Se me olvida algo? Ah sí, también hay una exposición de pintura victoriana. O eso dicen.

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