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lunes, 30 de junio de 2014

Terra Incógnita (II)









































No hace mucho era común ver utilizado el término "arqueología fílmica" para señalar a quien buscaba obras poco conocidas, completamente olvidadas, e intentaba alzarlas a los primeros puestos de la cinefilía. Visto desde otro punto de vista, los que utilizaban ese concepto solían ser los proponentes del canon americano. con ciertas inclusiones europeas que servían para apuntalarlo, fuera del cual no admitían la existencia de otros tipos de cine que pudieran contradecirlo o refutarlo. La realidad es que en ciertos ámbitos cinematográficos es imposible hacer cinefilia, si no se dedica uno a la arqueología fílmica, especialmente si uno es de aquéllos a los que fascina el cine mudo.

Ya les he comentado como la tasa de supervivencia de las películas del periodo mudo ha sido muy baja,  bien por la consideración de esas obras como mero entretenimiento prescindible que no debía conservarse, bien por la quiebra de las productoras originales y la dispersión de sus archivos, o simplemente porque las productoras históricas, una vez llegado el sonoro, deliberadamente destruyeron sus obras antiguas que les parecían poco rentables con la aparición de las nuevas tecnologías. Que los productos artísticos del pasado se pierdan debido a los avances científicos no es algo nuevo en la historia, pero en el caso de las producciones cinematográficas tempranas hay que añadir el hecho de que su soporte, los nitratos, era especialmente frágil, con tendencia a inflamarse, riesgo que ha "vaciado" varias veces algunas cinematecas míticas, y destinado a degradarse y disolverse en un periodo muy corto, de manera que aún almacenado en buenas condiciones puede tornarse inutilizable al cabo de unas cuantas décadas.

Esta concurrencia de factores históricos y técnicos ha provocado que obras grandes y autores mayores del periodo mudo hayan sobrevivido por pura casualidad o en copias de baja calidad (16 y 8 mm) distribuidas en el mercado minorista. Así ocurrió por ejemplo, con Charley Bowers, muchos de cuyos cortos se redescubrieron en copias de proyeccionistas ambulantes o con blockbusters como The Hunchback of Notre Dame, conservada en copia de coleccionista privado, originalmente perteneciente a una edición destinada al gran público para proyecciones particulares. Por otra parte, la fecha de caducidad de alrededor de un siglo de los nitratos, provoca que estemos a punto de perder para siempre cualquier obra que aún quede escondida de ese periodo y hace urgente la revisión, la rebusca, de los archivos fílmicos mundiales, en espera del descubrimiento afortunado que nos restaure alguna  obra mítica perdida.

En ese sentido, es elogiable la tarea continuada de una institución como la National Film Preservation Foundation de los EEUU, de la que ya les he hablado en muchas ocasiones. Esta agencia de los EEUU es famosa entre los aficionados por sus compilaciones de nombre Treasures From American Film Archives, en las que intenta recomponer la multiplicidad de visiones y material fílmico a las que pudiera estar expuesto un espectador de tiempos pasados, sin hacer asco a los seriales, la publicidad o el film de aficionado. Su último logro, a la espera del varias veces retrasado segundo volumen dedicado a la vanguardia estadounidense, tiene el subtítulo From the New Zealand Archive, y reune una serie de obras que se han conservado inesperadamente en los archivos de ese país, entre ellas el Ford que ya comenté hace una semana y una de las primeras películas de Alfred Hitchock, The White Shadow de 1924.

En esencia, no es un Hitchock completo ya que fue filmado en colaboración con un director completamente olvidado, Graham Cutts, pero el  famoso director británico fue autor del guión, encargado del montaje y director en solitario de bastantes de las escenas. Desgraciadamente, la película no se conserva completa, falta al menos entre media hora y tres cuartos del metraje, lo que dificulta en gran medida la compresión y apreciación de la obra. No ayuda tampoco que la historia no pase de ser un extenso dramón melodramático con tintes moralistas, en la que abundan los golpes de efecto y los giros incongruentes. No obstante, si nos olvidamos de toda esa parafernalia decimonónica y miramos más allá de lo evidente, sí se aprecia el trabajo de un director de talento que está aprendiendo, y que lo está haciendo muy deprisa.

Ciertas escenas, especialmente las que tienen lugar en el cabaret parisino "The Laughing Cat" son ya propias de un maestro, de alguien que sabe como y cuando mirar, obteniendo al mismo tiempo lo mejor de la actuación de sus actores y actrices.

Características que, aparte de su gusto por la divulgación en sus películas de los resultados de los cineastas experimentales, son fortalezas esenciales del estilo Hitchockiano, visibles ya desde sus primeros intentos.

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