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miércoles, 4 de junio de 2014

From the Vault (VIII): Kino no tabi (2002)

Siguiendo con este rescate de mis escritos en el agonizante foro de cine cinexilio, unido a la revisión de mis entradas sobre anime en este blog que voy reuniendo en página aparte,le ha llegado el turno de Kino no Tabi (el viaje de Kino)

Esta serie fue una de esas excepciones que de tarde en tarde se producen en el anime. Con claras referencias al cómic de otros tiempos, esta serie es acertadamente meditativa, filosófica hasta ser provocativa, profunda simplemente porque se atreve a hacer preguntas y a dejar que seamos nosotros los que demos las respuestas. Inteligente y conmovedora, en definitiva. Una joya, que poco a poco va desvaneciéndose en la obscuridad

Quizas porque nada tiene que ver con las series hamburguesa tan típicas de ahora mismo.


Kino no tabi/El viaje de Kino
2002, 13 Episodios


El mundo no es hermoso, y esto, de algún modo, le presta una cierta belleza.

El mundo de Kino es un mundo de pequeñas ciudades estado, independientes cada una de las otras, separadas por inmensos bosques y no menos extensos desiertos, cada una con su propia cultura y tradiciones, orgullosas de sus costumbres, simplemente porque son las suyas, encerradas en sí mismas e ignorantes, excepto en casos muy particulares, de lo ocurre a sus vecinos.

El mundo de Kino parece haberse quedado anclado en algún momento alrededor de 1900, en una Europa imaginaria y soñada, en la cual nunca hubieran tenido lugar las guerras mundiales y cuyo tejido urbano, de fachadas decorativas, de casas apretadas y callejas estrechas, nunca hubiera sido aplastado por las bombas. Un tiempo y un lugar donde han perdurado las constumbres y las formas de vestir de los últimos tiempos de la Belle Epoque, con su elegancia y armonía, el último paraíso soñado, mientras que ciencia y técnica se han desarrollado ms allá del siglo XXI.

El mundo de Kino está descrito en términos casi impresionistas, con la facilidad y la agilidad del acuarelista, dejando un tanto de lado de los detalles, permitiendo que sea el conjunto quien nos conmueva y emocione. As como en otras grandes series, se entretiene en describir la bóveda del cielo, las estrellas brillando en la obscuridad, el arco de la vía láctea. O la luz cegadora del desierto que difumina y aplasta las figuras, el polvo arrastrado por el viento, el frescor de una sombra en medio del ardor. O los inmensos bosques, su penumbra, las ramas de los árboles que bordean el camino, cerrándose como una bóveda sobre la cabeza del viajero. O las amplias praderas florecidas de amapolas, de un rojo furioso, extendiéndose hasta el horizonte, hasta las montañas teñidas de azul y por encima de ellas, las rectas y finas líneas de las nubes.

Las personas que habitan el mundo de Kino han sido descritas con un dibujo casi taquigráfico, sencillo hasta casi parecer burdo, limitándose a tres o cuatro modelos básicos, que se repiten hasta la saciedad, la mujer joven, la mujer adulta, el niño, el adulto, el anciano. Porque en éste mundo cuajado de culturas, de costumbres opuestas, de hábitos que si se confrontasen llevaran a la guerra, los hombres que lo pueblan son todos iguales, pertenecientes a la misma raza, compartiendo la misma naturales, debilidades y fortalezas, indistinguibles si se les cambiase de tierra natal.

La música de Kino es evocadora. No porque se ajuste a los hechos narrados, sino porque parece estar contando algo muy distinto a lo que estamos viendo. As, las canciones que abren y cierran cada episodio son extrañamente optimistas, se muestran disociadas de los que acontecimientos que narra la serie, de los afanes y preocupaciones de los hombres, tan aparte, tan indiferente, como la propia belleza de la naturaleza, que no vara por mucho dolor, por mucha desesperación que sufran sus criaturas. El resto de la banda sonora se compone de fragmentos de temas que nunca llegan a ninguna parte, de sonidos que aparecen y desaparecen, sin llegar a concretarse, de casi llamadas de atención, que nos hacen pensar y meditar sobre lo que estamos viendo.

Kino recorre este mundo, deteniéndose apenas tres das en cada ciudad. Kino es un viajero. Su profesión es la única tradición común a todas las ciudades de este mundo, y su misión, establecida desde el principio de los tiempos, es recorrer este mundo inmenso y hermoso, pero también horrendo y erizado de peligros, visitando un país tras otro, sin descanso, sin término. Para qué? Por qué? Nunca se nos explica en la serie, en un enigma que no es tal, puesto que un viajero no necesita un destino para emprender un viaje, su destino se consume en el propio viaje, que sólo podrá finalizar cuando llegue la muerte...o la locura.

Kino es nuestro gua en este mundo. Kino es un espectador, como lo somos nosotros. Los ojos de Kino son los nuestros y a través de sus viajes descubrimos la comedia humana en toda su amplitud, la grandeza y la misera de la condición humana. El castigo de vivir, la pena a la que todos hemos sidos condenados. Como es inevitable que traigamos el mal a este mundo cuando creemos estar haciendo un bien. Como buscamos justificar, demostrar, racionalizar las mayores brutalidades y bajezas para mantener a salvo nuestro pequeño y limitado espacio de paz y felicidad. Como todo el mundo tiene sus razones para obrar como obra, como, si permaneciésemos el suficiente tiempo con cualquiera, acabaríamos convenciéndemos también nosotros de su razón. Como la única forma de permanecer puro, es vagar por este mundo sin dar tiempo a que se creen lazos con sus habitantes, al igual que hace Kino, al igual, que en el fondo, hacemos cada uno de nosotros.

Así, sin juzgar, puesto que cada que vez que creemos haber encontrado una certeza, una seguridad, el mundo se encarga demostrarnos que hemos errado de nuevo, vagamos junto con el Kino por el mundo, anotando y clasificando sus constumbres, aunque sepamos que nadie habrá de leerlas, aunque sepamos que nadie habrá de aprovecharse de nuestras experiencias, aunque sepamos que nadie habrá de conocer nuestros desengaños y aprender de ellos, aunque estemos seguros de que el hombre siempre habrá de cometer, inevitablemente, los mismos errores.

As, de este modo, ciudad tras ciudad, día tras día, encontraremos seres humanos que, buscando estar más unidos, solo consiguieron vivir en soledad. Hombres cuya sociedad se caracteriza por esclavizar a otros hombres, que siempre han vivido así, que no conocen otro medio de vida, y que piden disculpas a sus víctimas antes de acabar con ellas. Hallaremos libros que son mirados como sacrosantos por sus lectores y sus enseñanzas escrutadas, discutodas, combatidas, sin saber que sólo son las divagaciones de un poeta que se volvió loco. Libros que se escriben a sñi mismos y que son olvidados en bibliotecas a las que nadie tiene acceso, puesto que cualquier estímulo que lleve pensar es peligroso para la sociedad y para la persona. Visitaremos sociedades que han institucionalizado la guerra contra otras sociedades ms débiles, porque este es el único medio de no librar la guerra entre ellos mismos, de criar a sus hijos en paz, de verles crecer y enamorarse. Culturas donde sus miembros son tan adultos y tan maduros que el destino de cada persona ha sido decidido ya de antemano, y quien pretende escapar a él es eliminado. Estructuras políticas donde la democracia y el gobierno de la mayoría ha llegado a tal perfección que cualquiera que se oponga al dictado de la mayoría es ejecutado, hasta que sólo queda un habitante, viviendo entre las ruinas.

Y as hasta la eternidad. Infinitas variaciones sobre el mismo tema. Porque si algo hay que compartan los seres humanos es su deseo de distinguirse de los demás, aunque ese deseo les lleve a crear el absurdo, aunque les lleve a traer la guerra, el odio y la destrucción a este mundo, hermoso pero indiferente, al que le da igual nuestra presencia o ausencia.

Hasta que la muerte nos iguale a todos. Hasta que encontremos en ella el descanso que anhelamos.

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