L'Estaque, Paul Cezanne |
Sé que las comparaciones son odiosas, pero es imposible no caer en esa tentación, especialmente cuando se trata de un artista capital en la evolución del arte contemporáneo, alguien cuya figura sirvió de ejemplo e inspiración a muchos de los artistas de vanguardia de primeros del siglo XX, entre ellos los cubistas. La exposición del MEAC se proponía como una exposición clásica, que buscaba ilustrar la evolución de este artista, desde sus inicios en la década de los sesenta y setenta, como impresionista de segunda fila, hasta sus prodigiosos años finales en la década de los 90 y principios del siglo XX, cuando su pintura acabó por trascender los temas que representaba y casi estuvo a punto de saltar a la abstración, en curiosa coincidencia con la evolución de su compañero de generación, que no de movimiento, Monet.
En este recorrido, la década de 1880 era crucial ya que encerraba la metamorfosis de un pintor que para sus contemporáneos parecía haber extraviado su camino, pero que en su retiro provenzal, encontró una vía única y personal con la que reescribir la historia de la pintura. Frente a esta motivación historicista, y un tanto didáctica, la exposición de la Thyssen intenta una visión temática, dividiendo la obra de Cezanne de acuerdo con los diferentes motivos de sus pinturas, paisajes, bañistas y naturalezas muertas, para finalizar con una comparación entre Cezanne y los artistas de principios del siglo XX que se proclamaron sus herederos: fauvistas y cubistas.
La intencionalidad de esta presentación es clara: romper la rigidez académica que se deriva de un recorrido cronológico, centrado en la evolución del estilo de Cezanne, para permitir así que un público más amplio y menos culto se atreva a asomarse a la obra de este artista. Junto a este motivo principal, se anexan otros no menos importantes, como el intentar romper el vínculo Cezanne-Cubismo, promovido por los pintores de este movimiento y que ha terminado por ser un dogma académico. Con ese fin, se incluyen obras de otros artistas coetáneos, Gaugin y Pisarro, procurando atenuar así el mito de Cezanne como artista aislado del mundo, sin comunicación, influencia ni parangón con sus contemporáneos.
A mi entender, y a pesar de la (posible y necesaria) justificación de estos argumentos, la exposición falla estrepitosamente.
La Curva en el camino, Paul Cezanne |
En cuanto a la distribución temática, opción igualmente válida y con larga tradición expositiva, tengo la impresión de que ha acabado por convertirse en un auténtico batiburrillo de obras sin orden ni concierto. Por ejemplo, varias veces se contraponen obras de Cezanne con las de Gaugin, una referencia que sólo está al alcance de un público avisado, conocedor de la fama de ladrón de ideas de Gaugin y de las amargas quejas de Cezanne ante la imitación de su estilo por su contemporáneo más joven. En otras secciones, especialmente en las salas dedicadas a las naturalezas muertas, se salta de un periodo a otro sin solución de continuidad, transitando entre obras separadas por décadas - o simplemente entre obras maestras y productos mediocres -, lo que impide darse cuenta de la sutil radicalidad con que Cezanne abordó ese genero, expresada en las evidentes traiciones a la perspectiva clásica que esas inocentes peras y manzanas representan en el contexto de la pintura de fines del siglo XIX.
Por último, queda el problema de que a pesar de su aire postmoderno de desprenderse de dogmatismos académicos, la exposición hiede a pedagogía trasnochada, a pesar de su fingido desenfado. No es ya que el propio título, ese site/non-site de la exposición suene a broma de estudiante universitario, que intenta aplicar fórmulas de otros ámbitos artísticos, los de su propio tiempo, a otros donde directamente disuenan; es que los textos con los que se intenta ilustrar al público - los "ahora hemos aprendido", "ahora hemos visto" - no dejan de ser los de un profesor repipo que se finge molón con unos alumnos de los que le separan generaciones enteras, como si todos los visitantes fueran niños pequeños o ignorantes a los que hubiera que llevar de la mano.
Por suerte, a pesar de estos patinazos, siempre nos quedará Cezanne, la forma en que intentó reproducir un mundo siempre cambiante, siempre en transformación, de manera que todos esos pequeños detalles, esas pequeñas modificaciones de lo visto y experimentado siempre estuvieran presentes, como la rama que, agitada por el viento, oculta y muestra alternativamente pequeñas secciones del paisaje. Una manera completamente opuesta a la praxis impresionista basada en la captura del momento, que denota una personalidad mística y contemplativa, siempre en busca de una realidad superior y trascendente; pero que asímismo se muestra separada del mero juego geométrico y constructivo de los cubistas que lo adoptaron como precursor, para los cuales la realidad vista dejó de ser una presencia real y reproducible, una postura que para Cezanne hubiera supuesto un auténtico sacrilegio
En el bosque, Paul Cezanne |
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