Páginas

jueves, 15 de mayo de 2014

Bombing Civilians (I)

In the end the onset of heavy and persistent bombing in London in September forced the government's hand. On 7 September, the first day and night of heavy bombing in London, several thousand Londoners bought tickets for the Underground and stayed put in the stations and tunnels. Over the following weeks the number increased to a level that neither the police nor local London Transport officials could control. At first they blamed "husky men, foreigners and Jews", but it soon became clear that there were plenty of what police reporters later chose to call "Aryans". The official position, already decided before the war, was not to open the Underground rail system for use as a shelter because the priority was for traffic through the capital. On 21 September  Churchill asked Anderson why the ban could not be lifted and received the reply that in the absence of any means of preventing access except military force, he had agreed to allow shelterers onto platforms at night. Not every station could be used, but the decision soon led to a regular influx of Londoners every night, sleeping on station floors, escalators and platforms, with the minimum of comfort. In September over 112,000 used these new deep shelters, as the bombing declined over the winter the number hovered over 65,000. This was a small fraction of the population that needed shelter, but the occupation of the Underground highlighted the widespread public disquiet over the lack of safety, and at the same highlighted the poor conditions and limited welfare available to the mainly working-class communities seeking shelter. Investigations were carried out  in Underground stations to monitor their level of comfort and hygiene. The lower platforms at South Kensington were found to house around 1,500 people, mostly women packed closely together; there were no beds but a mass of dirty bedding and litter, ventilation was poor, there was no hot or cold water supply, no canteen and no effective first aid. Other stations revealed the same improvised and insanitary conditions.

Richard Overy. The Bombing War, Europe 1939-1945

Cuando se trata de historiar la Segunda Guerra Mundial, los primeros nombres que vienen a la memoria de la mayoría de los aficionados son los de Anthony Beevor y Max Hastings. Su prestigio se debe en gran parte a la gran cantidad de testimonios personales que incluyen, táctica que permite al lector sentirse en medio de las operaciones y dota a sus obras de cierta aura de novela, elogio muy habitual que para mí en realidad constituye un reproche. Es cierto que el volver la mirada a la gente común es necesario en sociedades que se imaginan democráticas, como la nuestra, y que supone un acto de justicia frente a la práctica pasada en que el pasado era simplemente un escenario para las élites y su crónica estaba destinada a esas mismas élites. Sin embargo, el llevar esta postura al extremo sin las precauciones oportunas tiene el riesgo de que los árboles no dejen ver el bosque y que la narración se torne incomprensible, un batiburrillo de datos sin conexión, como ocurría con el peor de los libros de Beevor, el dedicado al desembarco de Normandía y las operaciones posteriores.

Richard Overy pertenece a otra clase de historiadores, aquellos con solida formación académica y de fundado prestigio en esos círculos. El modo de hacer historia de este investigador británico queda perfectamente encapsulado en el título de su obra más conocida, Why The Allies Won, que se propone estudiar las causas y motivos que llevaron a los aliados a la victoria y a las potencias del eje a la derrota. Entiéndase bien ese porqué, no se trata, como le decía yo a un amigo, de un cómo, de narrar el desarrollo de las operaciones y determinar las batallas o los sucesos en los que se produjo el cambio de fortunas bélicas. Se trata, por el contrario, de indagar en la estructura y organización de las sociedades en conflicto, buscando sus puntos débiles, sus inercias, sus equívocos intelectuales, junto con su capacidad para aprender de los errores, de manera que quede claro cómo estos rasgos colectivos se tradujeron en un modo de combatir y de sostener el esfuerzo bélico, bien para conducir al triunfo, bien a la derrota.

El resultado son libros largos, áridos y complejos, un tanto apartados del fragor de la batalla, pero sin caer en el error de tornarse un tableau vivant para gloria de las élites, que pueden repeler a muchos lectores, pero que cuando se hace el esfuerzo de comprenderlos, se revelan repletos de datos y conclusiones, algunas con repercusión directa en el presente.

The Bombing War: Europe 1939-1945 es un análisis detallado de las campañas de bombardeo estratégico realizadas primero por Alemania contra Inglaterra, durante la Batalla de Inglaterra y el Blitz de 1940-1941, y luego por los aliados occidentales, Inglaterra y EEUU, contra la industria y las ciudades alemanas. Dos escenarios principales a los que se añaden necesarias reseñas de lo que ocurrió en otros frentes más o menos secundarios desde el punto de vista del bombardeo estratégico, como la URSS, los Balcanes o Italia. Overy comenzó su carrera escribiendo precisamente sobre aviación en la Segunda Guerra Mundial - The Air War fue una de sus primeras obras - así que su análisis no parte de la nada, sino que a lo largo de los años ha ido refinando sus posturas, a medida que investigaba y nuevas fuentes de información, como las de los países del bloque del este, surgían a la luz.

El resultado es una serie de conclusiones que pueden sorprender a los aficionados, pero que en realidad lo que hacen es derribar mitos que tienen su origen en la propaganda de tiempo de guerra de ambos bandos, pero que se han mantenido en la consciencia popular como verdades irrefutables hasta ayer mismo. Para dar a su comentario el espacio que merecen, me voy a limitar en esta entrada a la campaña de bombardeo Alemán sobre el Reino Unido durante 1940-1941, para continuar en una próxima entrada con la campaña de los aliados contra Alemania.

Esa primera campaña de bombardeo engloba la Batalla de Inglaterra, con la Luftwaffe intentando eliminar a la RAF para permitir el lanzamiento de la operación Seelöwe y llevar la guerra terrestre al territorio inglés, y se continúo con el Blitz, durante el cual la aviación de bombardeo alemana pasó lanzar ataques nocturnos contra las ciudades británicas, con la intención destruir la capacidad de resistencia británica y forzar al gobierno inglés a pedir la paz. Normalmente, ese año de guerra aérea suele describirse en términos de bombardeos terroristas sin cuartel, muy propios de los nazis, sobre las ciudades inglesas, frente a los cuales la población británica resistió con admirable entereza, haciendo una piña alrededor de su gobierno, representado por la figura gigantesca de Winston Churchill.

Ni tanto ni tan calvo.

La primera conclusión que sorprende es el grado de terrorista que puede atribuirse a los bombardeos de la Luftwaffe sobre Inglaterra. De hecho, las únicas operaciones alemanas que pueden calificarse así son los bombardeos Baedeker sobre Exeter, Bath y Norwich en 1942, como respuesta a los bombardeos de la RAF sobre Lübeck y Rostock, estos sí terroristas, en el sentido de ir explícitamente contra los núcleos urbanos de las ciudades y la población civil que los habitaba. No es que Hitler, la jerarquía nazi o los mandos de la Luftwaffe tuvieran escrúpulos en bombardear civiles, como demuestran las acciones contra Varsovia, Rotterdam, Belgrado, Londrés, Coventry o Stalingrado. Lo que ocurre, aunque esto poco signifique para las poblaciones afectadas, es que éstas obedecían a motivos supuestamente militares, aparte del propio matar civiles, por muy vidriosos, confusos y convenientes que estos fueran, cosa que en el caso de las operaciones posteriores de la RAF, como veremos, ni siquiera se intento disfrazar.

Un ejemplo claro está en los bombardeos sobre Londres. En su mayor parte el objetivo principal eran los docks, los muelles situados al este de la ciudad. Lo que se pretendía conseguir era interrumpir la entrada de suministros en la ciudad, crear una situación de carestía insostenible y quebrar así la resistencia militar. Dado que en aquella época los barrios de los trabajadores de los muelles estaban precisamente en las cercanías de los muelles, el resultado de las operaciones de bombardeo, dada la imposibilidad de hacerlo con precisión, fue precisamente una elevada tasa de muertos civiles, en su mayoría de clase baja. Un "logro" secundario añadido que venía afianzar el principal, ya que no sólo se eliminaban las infraestructuras de las que dependía el esfuerzo bélico británico, sino que se exterminaba o dispersaba a la población que lo mantenía en marcha.

Es importante entender que Overy no intenta disculpar a los nazis. La presencia o no de civiles nunca impidió que redujeran un objetivo a cenizas, mientras que en el frente del este, ciudades como Leningrado o Moscu iban a ser arrasadas hasta los cimientos tras su conquista y su población exterminada. Sin embargo, por alguna razón extraña, Hitler no se sentía inclinado a los bombardeos puramente terroristas, a menos que hubiera una necesidad militar inmediata que los justificase, cosa que no se puede decir de la RAF y de su comandante Harris, como veremos. Dejando aparte este punto, el hecho que bombardear los puntos economicamente sensibles de Inglaterra supusiese bombardear de rebote a sus clases bajas nos lleva a otro mito del conflicto: el de la resistencia estóica del pueblo ingles frente a la agresión alemana, representada, como saben, en su únión inquebrantable alrededor de un líder carismatico, Winston Churchil.

Uno de los símbolos de este mito era la utilización de las estaciones del metro como refugio antiaéreo, que se proponía como ejemplo del ingenio británico y la improvisación feliz que permitió sobrevivir a este tiempo de pruebas. La realidad, como suele ocurrir, es muy otra. El plan del gobierno era completamente opuesto y consistía en cerrar el acceso a la red de metro para utilizarla como vía de transporte rápido a través de Londres. Fue sólo una acción espontánea, por parte de los afectados por los bombardeos lo que llevó a la okupación (así, con k) de las estaciones. La respuesta primera del gobierno fue la de acusar a elementos poco fiables de ese uso inesperado (los judíos, entre ellos, para mayor ironía) y planear incluso en utilizar la policia para evacuarlas. Fue sólo el descubrimiento, ante las preguntas de un Churchil que no entendía porque no se restauraba el orden, de que se necesitaría la intervención del ejército, lo que llevó a cambiar de política y aún así se tardó mucho en dotar esos refugios improvisados de las condiciones sanitarias adecuadas.

La cuestión que Overy nos viene a señalar es que aunque se había tomado medidas para proteger a la población, éstas estaban viciadas en parte por la repugnancia de los gobiernos conservadores a ser demasiado intervencionistas y por el evidente clasismo de sus dirigentes. Lo primero se plasmó en una política de promover el do-it-yourself en lo que se refiere a los refugios antiaéreos, lo que causo muchos muertos, atrapados por los bombardeos en refugios improvisados que no tenían la capacidad de resistir, no ya impactos directos, sino cercanos. Lo segundo llevó a una política en que se consideraba que las zonas residenciales de clase baje eran en cierta manera peligrosas o poco fiables en caso de bombardeo. Se pensaba, ni más ni menos, que los proletarios carecían de la fortaleza moral de las clases elevadas y cultivadas, y que por tanto serían más susceptibles al derrotismo y a la revuelta armada en caso de ser objeto de ataque aereo.

Nada de esto ocurrió y si hubo acciones, como la okupación de las estaciones del metro o la de los refugios de hoteles de cinco estrellas, fue en protesta por esta discriminación en los recursos destinados a la protección de la población. Y es que, como los historiadores británicos llevan décadas demostrando, fueron muchas las voces críticas en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial ante las evidentes meteduras de pata de sus administración, revisión de la que no se ha visto exenta la figura mítica de Churchill quien, frente a las proclamas de una derecha vociferante, se sabe era bastante propenso a tomar decisiones sin fundamento y dudosa utilidad, siendo su única virtud, su capacidad evidente para levantar la moral de la población en los momentos más bajos.

Por eso no es de extrañar que, una vez terminado el conflicto, los votantes le dieran la patada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario