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martes, 31 de diciembre de 2013

Invisible Art/Sweet Revenge


Definition of Hypocrite, Guerrilla Girls
Los que sigan este blog sabrán de mi costumbre de calificar al MNCARS, bien como Sofidú o bien como "museo de arte contemporáneo sin colección de arte contemporáneo". Tengo que confesarles que actuando así he sido bastante injusto con una institución que visito con bastante regularidad, pero en mi descargo les diré que ambos (malos) chistes vienen de los tiempos del antiguo MEAC, el antecedor del MNCARS. El MEAC, o Museo Español de Arte Contemporáneo, fue creado en las últimas décadas de la dictadura franquista - en los años 60 - como un esfuerzo propagandístico de normalización, de europeízación, por parte de un régimen que aborrecía todo tipo de vanguardia y modernismo.

La colección, tal y como yo la conocí a principios de los ochenta, estaba situada en un bello edificio del extrarradio, difícil de encontrar si se era un turista, y era bastante pequeña, confusa, claramente reunida con precipitación, acumulando cualquier manifestación a la que se pudiera llamar contemporánea, sin tener mucho en cuenta su valor o importancia. Esa colección fue el núcleo de lo que ahora es el MNCARS y vendría a corresponderse, más o menos, con la segunda planta de su sede actual en la glorieta de Atocha, tras su traslado a principios de los noventa. Sin embargo, esa misma escasez de grandes nombres y la incongruencia de lo reunido resultó ser una gran virtud, ya que partiendo de esa base inexistente se pudo construir una nueva colección casi desde la nada, incluyendo todo tipo de manifestaciones - cine, música, video arte, instalaciones - que hubieran sido anatema incluso para los conservadores museísticos más avanzados de los años sesenta y que permiten que el visitante pueda conocer la historia invisible del arte - sea cual sea el significado de esa palabra - posterior a 1945.



Para entender esta paradoja - como una colección débil en 1981 sirve de semilla a un museo imprescindible en el 2014 - hay que volver a la génesis de ese concepto ambiguo que llamamos museo de arte contemporáneo o moderno. Este tipo de instituciones surge en occidente tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la aparición de los diferentes informalismos, como el expresionismo abstracto de los EEUU, certifica la victoria final de las vanguardias. El museo de arte contemporáneo se constituye así como  templo de la vanguardia, en el sentido de albergar la verdad artística,  plasmada entonces en la narración de como la figuración había desembocado en la abstracción.

El periodo entre 1950 y 1980 va ser testigo, por tanto, de la construcción de innumerables museos de ese tipo, que se convertirán en parte integral del paisaje de toda gran urbe que se precie. Sin embargo, esa victoria, va a coincidir con la crisis y disolución del modernismo en ese amplio fenómeno que tendemos a llamar postmodernismo, pero que en realidad es mucho más amplio que esa etiqueta y podría resumirse en dos simples definiciones: el abandono de la abstracción y la creación de un arte político - o que al menos intente provocar una reacción en el espectador -, mientras que al mismo tiempo los productos artísticos intentan desbordar los límites de los formatos tradicionales, para adentrarse en ese concepto vago que llamamos "instalación".

Más por amor al arte, Estrujenbank
Las consecuencias de esta revolución se han filtrado lentamente en los museos de arte contemporáneo. Lo que eran templos del modernismo poco a poco han dejado de serlo - evolución lógica ya que el arte, como la historia, no puede tener un punto y final - para pasar a considerar las vanguardias históricas como productos del pasado, interesantes desde un punto de vista histórico, pero no El Arte o La Vía, así con mayúsculas. En esos antiguos recintos sacros se ha obrado así una doble transformación, no exenta de cierto espíritu de venganza o revancha frente a un modo de concebir el arte que había devenido en escritura sagrada predicada desde los púlpitos. Las colecciones de las vanguardias históricas son por tanto,  bien consignadas a salas específicas, en las que se exponen amontonadas como en un almacén - caso de la Tate londinense -; o bien devienen arte escondido, del cual sólo se muestra una pequeña fracción en constante rotación - caso del Centro Pompidu Parision o de la Pinakotek der Moderne muniqués -.

El enfoque nuevo es claro y en gran medida necesario. El modernismo se considera como un fenómeno ya periclitado - hace más de un siglo del cubismo -, que empieza a estar desconectado de nuestro presente, para así poder emprender la narración del arte de ahora mismo, el posterior a 1960/1970, que es nuestra auténtica contemporaneidad. Sin embargo, frente a este noble propósito, se levanta un  claro obstáculo, que podría llegar a ser infranqueable. Muchos de los aficionados, de los visitantes de estas instituciones, aún están intentado hacer las paces con el arte de las vanguardias, la cuales sólo han comenzado a ser aceptadas en sus formas más amables y amigables - El Dalí Avida Dollars, Franz Marc, Marc Chagall, Edward Hopper - como muestra el relativo fracaso de exposiciones tan interesantes como las dos surrealistas abiertas en Madrid durante este otoño.

Si ese arte centenario aún parece difícil e inaccesible, que decir de las manifestaciones más recientes, que se resisten incluso para los aficionados más avezados - como es mi caso. El arte de las últimas décadas del siglo XX y del comienzo del XXI, ha devenido un auténtico arte invisible, relegado a las salas de los museos, y eso si la política de rotación de salas lo permite. Demasiadas obras permanecen encerradas en los almacenes, desmontadas, obligadas a permanecer enclaustradas por sus enormes dimensiones, situación especialmente hiriente y descorazonadora, puesto que se trata en muchos casos de productos dedicados a la agitación artística y política.

Y aunque se expongan.  No hay nada más triste que esas salas de los museos de arte contemporáneos en los que se proyecta en bucle una película experimental y que permanecen constantemente vacías. Sus escasos visitantes apenas permanecen unos breves minutos en su interior, sin que ninguno haga el mínimo esfuerzo por quedarse hasta el final o por intentar comprender qué es lo que está sucediendo allí.  Por supuesto, sin resultar afectado o cambiado por la experiencia que se le propone.

Amarga derrota del arte. Aunque ya lo sabíamos, el arte es impotente a la hora de modificar consciencias, a menos que se venda a sí mismo y se alíe con la publicidad o la propaganda.

Planos de la casa del paro, Isidoro Valcárcel
Para terminar en una nota positiva.

Otra de las grandes ventajas de esa nada vanguardista que era el Sofidú en sus inicios ha permitido que este museo se embarque en una campaña constante de propagación del arte reciente, el posterior a 1960. Los que hayan sido visitantes asíduos de esta institución durante los últimos años habrán podido descubrir fenómenos artísticos de los que no tenían ni idea o que quedaban disimulados en la periodización habitual de estilos. Exposiciones como la dedicada a los nuevos objetivismos tras la disolución del Expresionismo Abstracto, la agitación lettrista y sus consecuencias musicales, la aparición del minimalismo musical y la no-música, sirven para crear una visión vibrante y vital de un tiempo, el de disolución del modernismo, que hasta hace no mucho se veía casi en términos de decadencia y muerte.

Una opinión completamente equivocada que era la de mi muy admirado Robert Hughes.

Llegamos finalmente al tema del que quería hablar y que voy a tener que despachar en unas pocas líneas. Siguiendo esa política a la que me refería, en la planta tercera del MNCARS se puede visitar un remix de la colección - de esa colección escondida -, que intenta narrar el arte post-1980. Una muestra magnífica cuyo mayor defecto es, como en otras ocasiones, su extensión excesiva. Hay demasiado que ver, demasiado que asimilar, y ni siquiera con varios días de dedicación completa se conseguiría brindarle la atención y el cuidado que merecen  los artistas allí elegidos.

Sólo una última conclusión. La que ya había apuntado a lo largo de este artículo. El arte sigue vivo y bien vivo. Somos nosotros los que hemos perdido nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de emocionarnos y enamorarnos.

Nuestro deber es recuperarla.

Rimbaud in NY, David Wojnarowicz

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