Páginas

jueves, 12 de diciembre de 2013

A Proust Odissey: Le Temps Retrouvé (I)

J'étais triste en remontant dans ma chambre de penser que je n'avais pas été une seule fois revoir l'église de Combray qui semblait m'attendre au milieu des verdures dans une fenêtre toute violacée. Je me disais: "Tant pis, ce sera pour une autre année, si je ne meurs pas de d'ici là" ne voyant pas d'autre obstacle que ma mort et n'imaginant pas celle de l'église qui me semblait devoir durer longtemps après ma mort comme elle avait duré longtemps avant ma naissance.

Me sentía triste al subir a mi habitación, pensando que no había ido ni una sola vez a visitar la iglesia de Combray que parecía esperarme en medio de los campos en una ventana completamente violeta. Me decía: "Tanto peor, será para otro año, si no muero antes" sin ver otro obstáculo que mi muerte y sin imaginar la de una iglesia que parecía debía permanecer aún largo tiempo tras mi muerte, tanto como había permanecido antes de mi nacimiento.

Ya les había contado como La Prisonnière se centraba en narrar las tres muertes de Albertine, el gran no-amor del protagonista. Le Temps Retrouvée, la novela que cierra el ciclo, en la que se obra la redención/salvación del narrador, el modo y la manera en que que deja de ser un inútil, una sombra más destinada a desaparecer, para hacer realidad sus aspiraciones literarias, debería constituir un contrapunto a la historia anterior, un punto de partida, un rayo de esperanza - valga el tópico -, pero lo cierto es que toda esta obra final, de principio a fin, está teñida por la certeza y proximidad de la muerte: la del propio protagonista, en este caso.

Parte de esta negrura, apenas rota por esos débiles rayos de esperanza, se debe a las circunstancias en qué fueron escritas estas novelas finales. Ya les señalé en otras entradas como el plan original de Proust - en 1913 - era publicar sólo dos novelas de gran extensión, ue se convirtieron en tres por deseo de su editor. El parón provocado por la primera guerra mundial, cuando sólo se había publicado Du Côte de Chez Swan y la relación, terminada en tragedia, de Proust con su secretario Agostinelli - reencarnado luego en la Albertine de la Novele - permitieron que Proust reelaborase una y otra vez la novela, pasando primero a cinco volúmenes y luego a los siete que conocemos.

Sin embargo, como también es sabido, los últimos tres volúmenes quedaron en estado primer borrador y  copia mecanografíada, pendiente de una revisión posterior de Proust, que, por lo que sabemos, podía resultar en modificaciones de gran calado, hasta tornar irreconocible la versión final. Ese borrador, por otra parte, está plagado de inconsistencias y contradicciones - como las resurrecciones repentinas de personajes muertos - que fuerzan a que toda edición de esos tres tomos sea un auténtico trabajo de arqueología, para intentar dilucidar las auténticas intenciones de Proust, fueran cuales fueran.

Ese estado de inacabado no era desconocido al propio autor, que siguió trabajando la novela hasta prácticamente el último instante de sus existencia y no es de extrañar - como veremos - que gran parte de ese miedo a la disolución final se filtre en el texto que nos ha llegado. No obstante, como en tantas ocasiones, pensar en los últimos tomos de À la Recherche - y especialmente Le Temps Retrouvé - en términos de esbozo sería hacer de menos a Proust y caer en la trampa de un espejismo, ya que gran parte del material que surge en la versión final de Le Temps Retrouvé estaba ya presente desde el tiempo ya lejano - en 1909 - que el autor francés emprendió la redacción de la obra de su vida.


Un hecho que viene a probar esta emergencia de materiales ya completos y terminados, aunque transformados y metamorfoseados, es por ejemplo que Proust nos anuncie en Du Côte de Chez Swan la destrucción de la iglesia de Combray, profecia que se ve confirmada en Le Temps Retrouvé cuando Combray queda atrapada en las líneas de frente de la primera guerra mundial y los lugares amados de la infancia del narrador son borrados de la faz de la tierra. Para todo lector, esta era una muestra más de la coherencia de todo el ciclo, sino fuera por el pequeño detalle de que en 1909, Proust no podía imaginar el estallido de la guerra mundial y por tanto, ese conflicto no podía formar parte de sus previsiones para el ciclo novelístico.

Sin embargo, dejando aparte la anécdota, la irrupción de la guerra y el impacto que tuvo en la existencia de Proust y en la propia Francia, sirvieron al autor para aumentar la repercusión trágica de las sucesivas pérdidas, conscientes e inconscientes que sufre el narrador, dotándolas de una inexorabilidad que convierte en un imposible el retorno, al igual que ocurre con la muerte de los seres queridos, de manera que el narrador desde instante se convierte en un auténtico huérfano, cuyo hogar, cuya infancia y juventud, han sido eliminados definitivamente de la faz de la tierra, como si nunca hubieran existido.

Una muerte que, en la concepción de Proust, tiene mucho de asesinato. Porque mucho antes que la desgracia nos obligue a lamentar lo perdido, nosotros lo habremos borrado de nuestro corazón, de manera que el único sentimiento que nos provoque sea el de la más absoluta indiferencia, o como mucho el del hastío. Así, el retorno del narrador al Combray de su infancia en realidad resulta ser una molestia, sin que intente jamás volver a los lugares amados, puesto que siempre estarán allí y siempre podrá volver a ellos.

Aún peor, porque tenerlos allí, siempre ante su vista, como reproche de su olvido y su ingratitud, acaba por irritarle y contrariarle. No por acusarle de indiferencia, sino porque le recuerdan que él, en realidad, ya está muerto, que su sensibilidad o cualquier atisbo que de ella pudieran tener, hace ya largo tiempo que se evaporó y que ya no es otra cosa que uno de esos muertos andantes, que ya sólo pueden vegetar hasta que les llegué la muerte, ciegos a toda la belleza del mundo, en la que no repararán aunque estén rodeados diariamente por ella.

Es por eso que cuando el destino borra el pasado, no como el olvido, sino de forma repentina e implacable, el dolor es insoportable, como si nos hubieran amputado un miembro, porque esa muerte de los objetos, de los demás, no es más que un signo, un hito en el camino de la nuestra propia, que habrá de llegar tarde o temprano y borrarnos también a nosotros, sin que nada quede que nos recuerde o nos haga diferentes.


Vous n'avez pas idée de ce que c'est que cette guerre, mon cher ami, et de l'importance qu'y prend une route, un pont, une hauteur. Que de fois j'ai pensé à vous, aux promenades, grâce à vous rendues délicieuses, que nous faisions ensemble dans tout ce pays aujourd'hui ravagé, alors que d'immenses combats se livraient pour la possession de tel chemin, de tel coteau que vous aimiez, où nous sommes allés si souvent ensemble! Probablement vous comme moi, vous ne vous imaginiez pas que l'obscur Rousainville et l'assommant Méseglise d'où on nous portait les lettre, et où on était allé chercher le docteur quand vous avez été soufrant, seraient jamais des endroit célèbres. Eh bien, mon cher ami, ils sont à jamais entrés dans la gloire au même titre qu'Austerlitz ou Valmy. La bataille de Méseglise a duré plus de huit mois, les Allemands y on perdu plus de six cent mille hommes, ils ont détruit Méseglise, mais ils ne l'ont pas pris. Le petit chemin que vous aimiez tant, que nous appelions le raidillon aux aubépines et où vous prétendez que vous été tombé dans votre enfance amoureux de moi, alors que je vous assure en toute vérité  que c'était moi qui étais amoureuse de vous, je ne peux pas vous dire l'importance qu'il a pris. L'immense champ de blé auquel il aboutit, c'est la fameuse côte 307 dont vous avez dû voir le nom revenir si souvent dans les communiqués. Les Français on fait sauter le petit pont sur la Vivonne qui, disiez vous, ne vous rappelait pas votre enfance autant que vous l'auriez voulu, les Allemandes ont jeté d'autres, pendant  un an et demi ils on eu une moitié de Combray et les Français l'autre moitié.

"No puede imaginarse lo que es esta guerra, querido amigo, y la importancia que toman un camino, un puente, una colina. Cuantas veces he pensado en Ud, en nuestros paseos, que su presencia volvía agradables, y que hacíamos juntos en esta comarca ahora arrasada, cuando inmenso combates se están librando por la posesión de ese camino, de ese rincón que Ud amaba, donde tantas veces hemos ido juntos. Seguramente, al igual que yo, Ud no se imaginaba que el obscuro Rousanville y el aburrido Méseglise de donde nos traían las cartas y de donde mandábamos venir al doctor cuando Ud se sentía mal, iban a ser alguna vez famosos. Pues bien, amigo mío, han entrado en la gloria al lado de Austerlitz o Valmy. La batalla de Méseglis ha durado más de ocho meses y los alemanes han perdido allí más de seiscientos mil hombres, han destruido Méseglise, pero nunca la han capturado. El estrecho camino que Ud amaba tanto, que nosotros llamábamos la cuesta de las Acácias, y donde dice Ud que se enamoró de mi siendo niño, cuando la verdad es que fui yo quien me enamoré de Ud, no puedo deciros la importancia que ha tomado. El inmenso campo de trigo al que conducía, es la famosa cota 307 cuyo nombre habrá visto en tantos comunicados. Los franceses han volado el puente sobre el Vivonne que, según Ud, le recordaba tantas cosas de su indancia, los alemanes han hecho saltar otros, y durante un año y medio han ocupado una mitad de Combray, mientras que los franceses conservaban la otra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario