Tengo que confesarles que este otoño de anime está siendo una inmensa decepción. No hay nada realmente aprovechable excepto ese OVNI digno de la extinta Gainax, que se llama Kill-La-Kill, ejemplo donde los haya de la sana falta de desvergüenza tan propia de la animación; y por supuesto de la nueva vuelta de tuerca de Shaft/Shinbou a la franquicia Monogatari.
Sin embargo, mi entusiasmo por la segunda temporada de Monogatari - aunque en realidad sería la cuarta, tras Nise y Neko/Kuro, se ha desinflado un tanto a medida que pasaba el tiempo. Es cierto que todos los elementos que hacen distinto a Shaft - su asunción sin complejos y sin vergüenza del fan service unido a un inesperado sentido por lo experimental y lo abstracto - siguen ahí presentes, sólidos y fuertes, pero al mismo tiempo, un tanto desvaídos, como si hubiera empezado una inevitable decadencia.
Esta impresión se ha visto corroborada con mi revisión en paralelo de Bakemonogari, obra que abrió la franquicia. Esa serie del 2009 fue la que puso a Shaft y Shinbou nuevamente en el mapa y le permitió emprender proyectos más audaces y de mayor presupuesto, como sería el caso de su segundo gran éxito, Puella Magi Madoka Magica. Ambas series, Bakemonogatari y Madoka son obras maestras del anime, pero Bakemono tiene el honor de ser la primera, la obra en la que cristalizaron los experimentos y las audacias que abundaban en obras anteriores como Ef o Zetsubou Sensei, y que a algunos nos hicieron reparar que ese estudio podía llegar a mucho y muy grande, como así sucedió.
A priori, Bakemonogatari podía haber sido un inmenso fracaso. Basada en unas novelas populares (light o pulp, como prefiramos llamarlas), el material de partida se caracterizaba por componerse de extensísimos diálogos, con lo que la adaptación podría haberse reducido a una larga sucesión de bustos parlantes, cayendo inmediatamente en el aburrimiento y la irrelevancia. Por el contrario, Shinbou utilizó todas las excentricidades de sus series precedentes, insertándolas casi a cada fotograma, para mantener al espectador en un continuo estado de desequilibrio y confusión, de manera que nunca supiese lo que iba a ver a continuación.
Como puede imaginarse, esto también constituía un claro peligro, ya que podía reducirse a un mero rellenado de tiempo, en el que valiese todo, y que al final desembocase en un inmenso monstruo de Frankestein, compuesto de partes disjuntas sin relación entre sí o lo que contaban, el gran defecto y lastre de todas la películas surgidas a partir del modelo de Airplane!. En Bakemonogatari, sin embargo, esta continua mutación visual se presenta como una glosa - no una ilustración - de la palabra hablada, de manera que se aporten visualmente nuevos significados y posibilidades no escritas, pronunciadas o escuchadas.
El mejor ejemplo de lo que digo son las secuencias en las que se nos ilustra el pasado de las protagonistas de la serie. Estos largos flashback podrían haber devenido ilustraciones insulsas, intermedios que parasen la acción y rompiesen el ritmo, como ocurre en tantas otras obras. En manos de Shinbou, por el contrario, se convierten en vastos edificios simbólicos, de una fuerza,una fiereza y una audacia que no se pueden encontrar fuera de la animación experimental/independiente, mucho menos en una manera tan comercial y tan habituada a los caminos trillados como es el anime.
He añadido algunos ejemplos a esta entrada para que puedan hacerse una idea, aunque para ello haya tenido que sacrificar un elemento esencial de una arte-en-el-tiempo, como es la animación: el ritmo y la secuencia. Es sólo en ese momento cuando se aprecia su verdadero impacto, su pureza, su renuncia a cualquier tipo de concesiones. De hecho, he prescindido del más radical de todos, una secuencia que ya recogí en su momento y que pertenece al país de lo nunca visto y de lo irrepetible, puesto que Shinbou jamás se ha vuelto a atrever a hacer algo así.
De hecho, la originalidad y la singularidad de lo que puede verse en Bakemonogatari es de tal grado, que casi puede decirse que Shinbou se arrepintió a posteriori. Nunca después este director ha llegado a estos grados de experimentalidad, puesto que incluso en Madoka, donde estos estos elementos experimentales también son omnipresentes, se intentado evitar el efecto de extrañeza y estridencia que producen aqui, integrándolos, mejor dicho justificándolos dentro de la historia, como pertenecientes a otro mundo donde no aplican las reglas del nuestro.
Es de ese supuesto miedo de Shinbou de donde provienen los míos. Una de mis mayores sorpresas al revisar Bakemonogatari ha sido encontrarme que muchas de las audacias de Nisemonogatari, la continuación de esta serie, no eran sino copy/paste de lo creado en su antecesora. Peor aún, en las series posteriores de Shaft. incluso en las sucesivas Monogatari, los elementos experimentales o simplemente excentricos han ido desapareciendo paulatinamente, quedando la diferencia reducida a ese concepto sinvergüenza y sin complejos del fan service, como si la fama y el mayor presupuesto hubieran hecho menos necesario distinguirse por los medios que tan bien había sabido utilizar en el pasado.
Nota: Esta entrada la pensé antes de ver el capítulo 19 (o 16) de Monogatari II, emitido este fin de semana. De nuevo Shinbou puso todo patas arriba, simplemente por atreverse a hacer lo que muchos consideran prohibido, propio de quienes desconocen el oficio, pero que si hay talento, como es el caso, puede hacer que la obras más perfectas parezcan meras bagatelas.
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