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sábado, 5 de octubre de 2013

Birth







Hace ya casi una década, en el otoño de 2005, escribí uno de mis mejores artículos para la extinta revista Tren de Sombras - muerta por partida doble, ya que sus contenidos hace mucho que dejaron de ser accesibles.. Se trataba de una amplia reseña sobre uno de los títulos míticos de la historia de la animación mundial, Die Abenteuer des Prinzen Achmeds, película realizada en 1926 por la directora alemana Lotte Reiniger. Debo confesarles que en aquellos tiempos yo aún era un ignorante en lo que se refiere al desarrollo de esta forma de la cinematografía. Mi yo de hoy y mi yo de entonces comparten ambos un profundo amor por todas las formas de la animación - algo atenuado en el caso del anime - pero en tiempos de ese artículo yo escribía meramente por instinto, sin tener idea del lugar que correspondía a los autores cuyas obras veía en pantalla, ni la trastienda que existía tras el producto final, en muchos casos tan importante como éste.

En lo que se refiere a Die Abenteuer des Prinzen Achmeds, cuando la vi por primera vez ni siquiera el nombre de Reiniger me era conocido y por supuesto, jamás se me hubiera ocurrido pensar que existía algo como la animación de siluetas. Recuerdo haber visto la película como quien se adentra en terra incognita, sin saber muy bien qué es lo que iba a ver, ni qué es lo que debía esperar de ella. Mi asombro - y mi maravilla - quedaron suficientemente reflejados en el artículo al que me refiero, especialmente porque mi ojo - aún no entrenado - percibía técnicas discordantes con la que pretendía ser la principal, audacias que en otras situaciones, en otras manos, habrían dado al traste con otras obras, pero que en ese caso se sedimentaban sobre el material principal de forma natural, hasta constituir una unidad única, cuyos elementos indivuales parecían inseparables.

Pasado estos años de formación, mi revisión de la lista de Annecy, mi búsqueda constante por encontrar lo poco que de esta forma transciende y puede ser visto - aun cuando se cuente con la red de redes - mis percepciones, mis juicios y mis opiniones han sufrido un cambio radical .Soy consciente, por ejemplo, de que Die Abenteuer des Prinzen Achmeds no es obra única y exclusiva de Reiniger - era demasiado joven para asumir por sí sola una tarea de estas características -, sino que contó con importantes ayudas y colaboraciones, en concreto la de dos grandes animadores alemanes cuya obra en solitario determinó la historia de esta forma.

Me refiero, como pueden suponer, a Walter Ruttmann y Berthold Bartosch. Para la mayoría, Ruthmann es más conocido por un documental único y definitivo: Berlin, Symphonie einer Grosstadt, pero antes de esa obra fue, junto con Hans Richter, uno de los creadores de la animación abstracta, haciendo realidad el sueño de Kandinski, al unir música, pintura y movimiento. Sus abstracciones, exuberantes, dinámicas y arabescas, como las que pueden ver en las capturas del principio, juegan un papel crucial en la obra de Reiniger al unir entre sí las diferentes secciones, metamorfoseando unas en otras, para así dotar a la historia del ambiente de sueño propio de los cuentos de la mil y una noches originales.

No menos importantes son las aportaciones de Bartosch, que más tarde pasaría a la historia por una obra singular y única, el corto político L'idée basado en las ilustraciones de Franz Masareel. Bartosch fue uno de los pioneros de otra vía de la animación, la basada en la pintura sobre cristal, una superficie y una técnica que permite no solo animar con el pincel, retocando lo que ya está dibujado sin necesidad de volver a pintar toda la escena, sino que ofrece la posibilidad de utilizar materiales inesperados, como la propia agua, sin otro requisito que el arrojarlos sobre el plano fílmico. Los hallazgos de Bartosch son especialmente útiles en las escenas de magia que resultan subrayadas por la flexibilidad de su técnica favorita y que en el caso de la reciente edición en BR de la BFI son visibles por primera vez con toda claridad e incluso con cierta profundidad y relieve, insospechada no ya en la animación sino en el propio cine de personajes reales, como pueden ver en las capturas que siguen.






Lo anterior no supone, por supuesto, ningún descrédito hacia Reiniger, sino una llamada de atención a como la animación es ante todo un trabajo colaborativo, en el que el resultado final depende en gran medida de las aportaciones de artistas notables en sus especialidades, que saben por un breve momento conjugar sus diferentes facultades y conseguir aquello que no podrían alcanzar por separado.

De hecho, de la revisión de la edición en BR de la BFI, la figura de Reiniger sale más que reforzado. En muchos aspecto es como si se tuviera la oportunidad de ver de nuevo por primera vez la película. La complejidad, la belleza que de ella surge, de las marionetas fabricadas por Reiniger y de los decorados en los que se mueven, es de las que quitan la respiración. No se puede apreciar en las capturas, pero es casi increíble que una persona tan capaz fuera capaz de conseguir una precisión y una elegancia tan grande en los movimientos de sus criaturas animadas, al mismo tiempo que era capaz de romper y descomponer lo reproducción de la realidad que esperarían nuestros ojos, si con ellos se podían alcanzar mayores grados de expresividad.

Sería inagotable la lista de ejemplos que pueden extraerse de esta película para demostrar el genio de Reiniger. Me basta con úno. En una de las escenas, la princesa Peri Banu entra a bañarse en el río acompañada por sus sirvientas. Pues bien, el prurito realista de Reiniger llega a tal extremo, que no duda en recordar decenas de pequeños fragmentos de papel para representar el reflejo de sus personajes sobre el agua, moviéndolos lentamente entre plano y plano, para reproducir las ondas en el agua y la fragmentación de las figuras que producen.






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