Tengo que admitir mi debilidad por las diferentes encarnaciones de Genshiken, desde que empezó su andadura animada allá por 2004. La serie se presentaba como una sátira amable del mundillo otaku, representado por el club universitario que da nombre a la serie, en la que una evidente complicidad y cariño con esa afición - la cual desgraciadamente comparto - no era obstáculo para presentar lo absurdo y ridículo de sus manifestaciones, extremas o no.
Para entender el difícil equilibrio que consigue esta serie - y que constituye uno de sus logros - se hace necesario compararla con otra serie mucho más conocida y apreciada. Hablo de The Big Bang Theory y su amplia fauna de geeks cuya nivel de inteligencia parece más proxima a la de los savants autistas, que a los temas en los que supuestamente son autistas. Por supuesto, la jugada de The Big Bang Theory es la de llevar los defectos de sus protagonistas al extremo absoluto - convirtiéndolos en imposibles andantes -, de manera que el espectador no pueda conectar con ninguno de ellos y se sienta a salvo, protegido, y pueda reírse de esas caricaturas sin correr nunca el peligro de verse identificado... o al menos demasiado identificado.
La estrategia de Genshiken es muy distinta. En este mundo de otakus más o menos enajenados por su afición - y la consciencia de que ésta es considerada por la sociedad como un elemento negativo - se introduce un personaje, una persona, completamente normal, que casi por casualidad acaba embrollada en las actividades de esa sociedad. Hablo, por supuesto, de Kasukabe Saki, la joven cuya intilegencia e independencia, le impedía permanecer callada ante lo absurdo y lo ridículo del círculo de amigos en el que - según ella - había tenido la mala suerte de caer.
Kasukabe se convertía así en la consciencia, la llamada a la cordura, que en todo momento ponía las cosas en su sitio e impedía que las cosas se desmadrasen... al menos demasiado. El contrapeso a su afilada lengua y su no menos acerada intelegencia, venía de manos de un personaje central del club, Madarame Harunobu, que encarnaba la figura del überotaku, solitario y sólo, encerrado en su mundo virtual de animación y juegos, fuera del cual no admitía ninguna otra realidad, ni siquiera la representada por Kasukabe, ante la cual manifestaba una más que evidente hostilidad e inquina.
Con esas premisas el conflicto estaba más que servido, de forma que la dinámica entre ambos personajes se convirtió en uno de los motores de la primera temporada de Genshiken, casi su rasgo definitorio y característico. Sin embargo, los personajes no quedaban fijados en sus posiciones de partida, sino que en paralelo se producía una curiosa, previsible y al mismo tiempo imprevisible evolución. Aunque Saki seguía considerando Genshiken y lo que representaba como una aberración, empezaba a considerar a esos enajenados que lo componían como sus enajenados, a quienes defendía a capa y espada contra cualquier amenaza, convirtiéndose así en el pilar y jefe en la sombra de la asociación.
Por otra parte, la antipatía de Madarame se iba transformando en tolerancia y luego claro enamoramiento. Este cambio era ilustrado de manera muy sutil y delicada, mostrando a través de silencios y pequeñas expresiones que una tenue y tácita corriente de simpatía se había establecido entre ambos personajes, transformación a la que no era ajena la clara metamorfosis de Madarame, más centrado, más con los pies en la tierra, menos extremista en sus juicios y apreciaciones. La cosa no iba a más - lo cual es de agradecer en una serie de estas característica - puesto que otras relaciones, otras circunstancias, se habían interpuesto previamente, pero quedaba claro que un vínculo irrompible y permanente había anudado a Madarame y Kasukabe.
Lo que quedaba por hacer era una explicación pública, la confesión de lo que había quedado encerrado y enterrado, la aceptación final de lo que no podía ser, simplemente porque la vida no había tomado ese camino. Esto es lo que ocurrió en el capítulo 11 de esta segunda temporada, que en realidad es la tercera, en un momento de un lirismo - y una madurez - poco frecuente en el anime reciente y que he querido reflejar - pobremente en la secuencia de capturas que abre esta entrada.
Escena de especial resonancia para un solitario/desafortunado en el amor, pero que también pudo escuchar una vez ese: No me molesta que te hayas enamorado de mí, al contrario, me siento orgullosa, de sabor tan dulce y duradero, a pesar de su evidente amargura.
Muy buen comentario a lo sucedido en el cap 11 de Genshiken Nidaime.
ResponderEliminarCasi no se habla del tema. Es buena la comparación que haces con la serie americana de Geeks.
Quería saber que piensas del rumbo que ha tomado ahora la serie, sobre todo el manga, sobre tratar temas como el yaoi o el harem.
Gracias por el elogio.
ResponderEliminarSobre lo que me preguntas, no estoy siguiendo el manga, pero respecto a la serie, tengo que alabarles el giro un reparto casi exclusivamente masculino a otro femenino, las historias de amor de los personajes y el rescate del personaje del über-otaku que alcanzó su cumbre en este episodio 11.
No me acaban de convencer los últimos quiebros, que aunque en parte necesarios para completar el cuadro, parecen obedecer a un cierto impulso de satisfacer a las masas, dejando un lado ese realismo a la vez amable y agrio que era marca de fábrica de la serie.
Un saludo