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jueves, 26 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Sodome et Gomorrhe (I)

Il appartenait à la race de ces êtres moins contradictoires qu'ils n'en ont l'air, dont l'idéal est viril, justement parce que leur tempérament est féminin, et qui sont dans la vie  pareils, en apparence seulement aux autres hommes; là où chacun porte, inscrite en ces yeux à travers lesquels il voit toutes choses dans l'univers, une silhouette intaillée dans la facette de la prunelle, pour eux ce n'est pas celle d'une nymphe, mais d'un éphèbe. Race sur qu pèse un malédiction et qui doit vivre dans la mensonge et le parjure, puisqu'elle sait  tenu pour punissable et honteux, pour inavouable, son désir, ce qui fait pour toute créature la plus grande douceur de vivre; qui doit renier a son Dieu, puisque, même chrétiens, quand a la barre du tribunal il comparaissent comme accusés, il leur faut, devant le Christ et en son nom, se défendre d'une calomnie de ce qui est leur vie même; fils sans mère, à la quelle ils sont obligés de mentir même à l'heure de lui fermer les yeux; amis sans amitiés, malgré toutes celles que leur charme fréquemment reconnu et que leur cœur souvent bon ressentirait; mais peut-on appeler amitiés ces relations qui ne végètent qu'à la faveur d'un mensonge et d'où le premier élan de confiance et sincérité qu'ils seraient tentés d'avoir les ferait rejeter avec dégout.

Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe

El pertenecía a la raza de esos seres menos contradictorios que no tienen la apariencia, en los que el ideal es viril simplemente porque su temperamento es femenino, y que en la vida son parecidos, en apariencia solamente, a los otros hombres; allí donde cada uno lleva, inscrito en los ojos con los que ve todo en el universo, una silueta tallada en la pupila, para ellos no es la de una ninfa, sino la de un efebo. Raza sobre la que pesa una maldición y que debe vivir en la mentira y el perjurio, puesto que sabe punible y vergonzoso, inconfesable, su deseo, aquell que constituye para toda criatura el mayor placer de la vida; que debe renegar de su Dios, puesto que, incluso siendo cristiano, cuando comparece ante un tribunal como acusado, es preciso, delante de Cristo y en su nombre, defenderse de una calumnia que es su propia vida, hijos sin madre, a quien deben mentir incluso cuando llega la hora de cerrarle los ojos, amigos sin amistades, a pesar de todas  aquellas que su encanto tan frecuentemente reconocido y que su corazón bueno de ordinario apreciaría, pero... ¿pueden llamarse amistades esas relaciones que no crecen sino a la sombra de una mentira y a las que el primer impulso de confianza y sinceridad al que se vieran tentados, haría que fueran rechazadas con asco.

Como podrán recordar, la primera vez que me animé con la lectura de À la Recherche... - tenía yo apenas viente años -, debido a un error biblotecario me vi forzado a empezar a mitad del ciclo, concretamente en Sodome y Gomorrhe. No era la primera vez que me embarcaba en una aventura similar - La Guerra y La Paz también la empecé a medias, justo cuando comienza la invasión napoleónica de Rusia - así que tenía cierta experiencia y las fuerzas que da la juventud, para atreverme con la descripción de un mundo en el que la mayoría de los personajes eran completos desconocidos a los que el autor suponía presentados propia y correctamente.

Para lo que no estaba preparado es para la sorpresa de la relativamente breve - en términos Proustianos -  primera parte. Como saben, Proust es uno de los primeros escritores occidentales que tuvo el valor de hablar de la homosexualidad en los mismos términos que podría narrarse, por ejemplo, la cojera, la vehemencia, el mal aliento, o el largo cabello de uno de los personajes, sin utilizar para ello las construcciones prefabricadas de la antigüedad clásica o el escudo defensor del rechazo social. Esa primera parte, por tanto, tiene visos de relámpago, de iluminación repentina sobre un mundo desconocido, sobre el que no se quería volver la mirada, un descubrimiento inesperado que se ve reforzado por su inclusión sin aviso previo - excepto por un ambiguas alusiones que podían pasar desapercibidas -, para enseguida embarcarse en una detallada e inacabable descripción de esos otros ambientes, tan desconocidos y al mismo tiempo tan cercanos.

En gran medida, mi tiempo, los primeros ochenta tras el fin del régimen dictatorial, derechista y católico, del general Franco, compartían muchos aspectos con la Francia de 1900 en la que se desarrolla la novela, especialmente en su concepción de las relaciones sexuales. Aunque la homosexualidad había dejado de ser un crimen, un tabú del que no se podía hablar, nuestra infancia había transcurrido en un ambiente en el que sí lo era, de manera que inconscientemente seguíamos considerandola como algo sucio, algo que debía permanecer por siempre fuera de nuestras mentes, cuya existencia era propia de entornos sórdidos y degenerados, no los que nosotros frecuentábamos y, por supuesto, sin ser practicado por ninguno de nuestros amigos.

Esta pervivencia de ideas ya en declive - y que aún siguen conformando nuestro lenguaje, por mucho tiempo y cambios que hayan ocurrido - explica la profunda impresión que me produjo una descripción tan sincera de "ese algo", que nos parecía el receptáculo de todo lo que no podíamos ser, si queríamos llegar a ser respetados, hombres plenos en definitiva. Como ocurre la mejor literatura, por primera vez estaba viendo el mundo con otros ojos, cuya mirada era tan cierta, tan válida y tan sincera como la mía. Mis falsas conviciones, mis solidos prejucios se derrumbaban sin resistencia, sin ruido, sin dejar rastro alguno.

Sin embargo, para lo que no estaba preparado es para la desagradable sorpresa que tuve en mi cuarta relectura a principios de la primera década de este siglo. Durante ella me di cuenta que lo que describía Proust podía ser interpretado equivocadamente como un alegato homofóbico.



jueves, 19 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Le Côte de Guermantes (III)

Mme. de Guermantes m'offrait, domestique et soumise par l'amabilité, par le respect devant les valeurs spirituelles, l'énergie et la charme d'une cruelle petite fille de l'aristocratie des environs de Combray, qui, dans son enfance, montait à cheval, cassait les reins aux chats, arrachait l’œil aux lapins et, aussi bien qu'elle était restée une fleur de vertu, aurait pu, tant elle avait les mêmes élégances, pas mal d'années auparavant, être la plus brillante maîtresse du prince de Sagan. Seulement elle était incapable de comprendre ce que j'avais cherché en elle - le charme du nom de Guermantes  - et le petit peu que j'y avais trouvé, un reste provincial de Guermantes. Nous relations étaient fondées sur un malentendu qui ne pouvait manquer de manifester dès que mes hommages, au lieu de s'adresser à la femme relativement supérieure qu'elle croyait être, iraient vers quelque femme aussi médiocre et et exhalant le même charme involontaire. Malentendu si naturel et que existera toujours entre un jeune homme rêveur et une femme du monde, mais qui le trouble profondément, tant qu'il n'a pas reconnu la nature de ses facultés d'imagination et n'a pas pris son parti des déceptions inévitables qu'il doit éprouver auprès des êtres, comme au théâtre, en voyage et même en amour.

Marcel Proust, Le côte de Guermantes.

 Madame de Guermantes me ofrecía, doméstico y sumiso por la amabilidad, por el respeto a los valores espirituales, la energía y el encanto de una niña cruel de la aristocracia de los alrededores de Combray, que, en su niñez, montaba a caballo, le tronchaba la espalda a los gatos, arrancaba los ojos a los conejos y, que aún habiendo permanecido un ejemplo de virtud, habría podido, tan parecida era su elegancia, haber sido unos años antes, la amante más brillante del príncipe de Sagan. Lo único que era incapaz de comprender era qué había buscado yo en ella - el encanto del nombre de Guermantes - y la puzca que había encontrado, un resto provincial de Guermantes. Nuestra relación estaba fundada sobre un malentendido que no podía evitar manifestarse en cuanto mi admiración, en vez de dirigirse a la mujer relativamente superior que creía ser, se dedicasen a cualquier mujer igual de mediocre y que exhalase en mismo encanto involuntario. Malentendido natural y que existirá siempre entre un joven soñador y una mujer de mundo, pero que le preocupará profundamente, mientras no reconozca la naturaleza de sus facultades de imaginación y no extraiga una compensación de los desengaños que debe sufrir con las personas, al igual que en el teatro, de viaje e incluso en el amor.

Hace ya muchos años, recién acabada la universidad y  terminado el servicio militar, un gran amigo mío, curioso por mi pasión por Proust, se embarcó en la lectura de À la Recherche. Consiguió terminarla, como es propio de todo lector minucioso, pero esta obra se convirtió en un punto de separación y disputa entre ambos, principalmente por razones políticas. Aunque aproximadamente de la misma cuerda - unA izquierda más o menos avanzada - este amigo mío no llegaba a comprender mi fascinación por una novela en que su protagonista, literalmente, no había dado un palo al agua en la vida y que se entrega a larguísimas digresiones casi laudatorias de una aristocracia ociosa y explotadora.

Es cierto, por una parte, que la relación amor/odio de Proust con la alta nobleza puede ser uno de los elementos más démodé de la novela, si se mira con ojos modernos y progresistas, pero sobre todo, si se considera en qué ha devenido la nobleza actual. Esa clase social ha dejado de tener participación alguna en la vida cultural, política y social, quedando relegada su impacto a las revistas del corazón y demás basura, ya sea impresa o televisada, mientras que en tiempos de Proust era posible encontrar persobalidades de la nobleza fuertemente involucradas como mecenas en la vanguardia, tanto política como artística.

No obstante, tras la formulación política en la que se expresaba nuestra discrepancia sobre Proust, se escondía una profunda diferencia de caracteres. Mi amigo tendía más a la acción, a expresar en hechos sus ideales políticos, mientras que yo era eminentemente completativo. Alguien que se limitaba a observar, a anotar, a ser un espectador del teatro de la vida, que no cree poder influir, mucho menos modificar, el curso de los acontecimientos.

En cualquier caso, merece detenerse un tanto en examinar cual es la postura de Proust acerca de esa nobleza cuyo tiempo se consume en el ocio, en una sucesión de fiestas y reuniones, en las cuales el arte, la literatura, no pasa de ser un adorno más con el que engalanarse, sea en forma de sus obras o de sus autores. Este análisis es necesario porque À la recherche, como ya he indicado, no es otra cosa que la crónica del desengaño, de la quiebra de los sueños infantiles, proceso que en el último tramo de Le côté de Guermantes, se aplica a esa familia nobiliaria que durante la niñez de Proust se había imbricado con uno de los caminos por los que paseaba en Combray, nutriéndose de una larga serie de imágenes e ideales.

sábado, 14 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Le côté du Guermantes (y II)

Ce n'était pas "Rachel quand du Seigneur"" qui me semblait peu de chose, c'était la puissance de l'imagination humaine, l'illusion sur laquelle reposaient les douleurs de l'amour que je trouvais grandes. Robert vit que j'avais l'air ému. Je détournai les yeux vers les poiriers et les cerisiers du jardin d'en face pour qu'il crût que c'était leur beauté qui me touchait. Et elle me touchait un peu de la même façon, elle mettait aussi près de moi de ces choses qu'on ne voit pas qu'avec ses yeux, mais qu'on sent dans son cœur. Ces arbustes que j'avais vus dans le jardin, en les prenant par dieux étrangers, ne m'étais-je pas trompé comme Madelaine quand, dans un autre jardin, elle vit une forme humaine et "crût que c'était le jardinier"? Gardiens des souvenirs de l'âge d'or, garants de la promesse que la réalité n'est pas ce qu'on croit, que la splendeur de la poésie, que l'éclat merveilleux de l'innocence peuvent y resplendir et pourront être la récompense que nous nous efforceront  de mériter, les grandes créatures blanches merveilleusement penchées au-dessus de l'ombre propice à la sieste, à la pêche, à la lecture, n'était-ce plutôt des anges? J'échangeais quelques mots avec la maîtresse de Saint-Loup. Nous coupâmes par le village. Les maisons étaient sordides. Mais à côté des plus misérables, de celles qu'avaient l'air d'avoir été brulées par une pluie de salpêtre, un mystérieux voyageur, arrêté pour un jour dans la cité maudite, un ange resplendissant se tenait debout étendant largement sur elle l'éblouissante protection de ses ailes d'innocence en fleurs: c'était un poirier. 

Marcel Proust, Le Côte de Guermantes

No era "Raquel, la del señor" la que me parecía poco, era el poder de la imaginación humana, la ilusión sobre la que reposaban los dolores del amor que yo consideraba grandes. Robert veía que yo estaba emocionado. Volví mis ojos hacia los perales y los cerezos del jardín de enfrente por que el pensara que era su belleza la que me conmovía. Y ella me conmovía un poco de la misma manera, ella me acercaba esas cosas que no se ven con los ojos, sino que se sienten con el corazón. Esos arbustos que había visto en el jardín, tomándolos por dioses estraños, ¿No me había confundido al igual que la Magdalena, cuando, en otro jardín, vio una forma humana y " creyó que era el jardinero"? Guardianes de los recuerdos de la edad de oro, garantes de la promesa de que la realidad no es lo que creemos, que el esplendor de la poesía, el brillo maravilloso de la inocencia pueden resplandecer aquí mismo y podrán ser la recompensa que nos esforzaremos en merece, esas grandes criaturas blancas maravillosamente inclinadas por encima de una sombra propicia a la siesta, al pecado, a la lectura, ¿No eran más bien ángeles? Crucé unas frases con la amante de Saint-Loup. Acortamos por el pueblo. Las casas eran sórdidas. Pero al lado de las más miserables, de aquellas que tenían el aspecto de haber sido abrasadas por una lluvia de azufre, un misterioso viajero, detenido durante un día en la ciudad maldita, un ángel resplandeciente se alzaba en pie extendiendo sobre ella ampliamente la cegadora protección de sus alas de inocencia en flor. Era un peral.

Entre los muchos centros temáticos de la saga proustiana - el disfrute y el ejercicio del arte como salvación de nuestras imperfecciones, la imposibilidad y mentira del amor, la fragilidad de nuestros recuerdos y sentimientos - se halla la clara consciencia de que toda visión de la vida es inherentemente parcial e incompleta. Individuos diferentes tendrán percepciones, ideas,conclusiones completamente distintas sobre el mismo objeto, persona o situación, sin importar lo estrechos que sean los lazos que los unen, o la coincidencia entre sus respectivas ideología. Ninguna de estas visiones será completamente cierta, completamente equivocada, sino su discrepancia se deberá, casi exclusivamente, a que la información que ambos manejan es completamente distinta, limitada por su experiencia anterior y por los valores sentimentales que depositen en ese objeto.

sábado, 7 de septiembre de 2013

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Mi experiencia de la oferta expositiva en Madrid es que existen unas pocas exposiciones - aquellas organizadas por los grandes - que reciben una amplia difusión en los medios y que por esa misma publicidad se convierten en la "exposición del año". A la sombra de estos eventos masivos surgen aquí y allá otras mucho menores  - tanto en número de piezas y ambiciones - que suelen pasar desapercibidas para el gran público, sin recibir la mirada de los medios, incluso los que presumen de avanzados y cultos.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que sean peores ni menores. Más bien lo contrario.

Una exposición más que interesante que casi se me pasa se halla abierta hasta finales de este mes en uno de esos museos soñolientos de Madrid, el de Artes Decorativas, que corre el peligro de verse cerrado - ya lo ha estado en sus dos tercios este verano - en uno de los recortes neoliberales a los que tanto nos hemos aficionado. La muestra de la que hablo es la que recibe el nombre de Lacas Namban, Huellas de Japón en España y su importancia estriba  no tanto en sus piezas - importantes y hermosas - sino en servir de recordatorio de uno de los momentos cruciales de la historia universal el largo periodo de finales del siglo XV a principios del XVII en que una civilización - la occidental - se las arregló para conectar, aunque fuera de forma imperfecta, a todas las demás. El resultado fue la creación de un único espacio para la humanidad en el que aún seguimos viviendo, en las que los sucesos ocurridos en una de ellas afectaban a todas las demás.

Estamos, por otra parte, aconstumbrados a que la crónica de esa conexión - realizada por las armas, la conquista y el genocidio en más de una caso - se realice con una perspectiva Eurocéntrica, en la que los occidentales somos los héroes mientras que los "otros", en el mejor de los casos, no son sino espectadores pasivos. La importancia del arte Namban japonés es que permite vernos/ver este proceso desde el otro lado, cambio de perspectiva perfectamente simbolizado en que Namban no significa otra cosa que "bárbaros del sur", apelativo que expresa perfectamente los que las civilizaciones refinadas y sofisticadas del extermo oriente - Hindúes, chinos y japoneses - sintieron ante nuestra llegada.

jueves, 5 de septiembre de 2013

A Proust Odissey: Le Côté de Guermantes (I)

Hélas, ce fantôme là, ce fut lui que j'aperçus quand entré au salon sans que ma grand mère fût averti de mon retour, je la trouvai en train de lire. J'étais là, ou plutôt, je n'étais pas encore là puisqu'elle ne le savait pas, et, comme un femme qu'on surprend en train de faire un ouvrage qu'elle cachera si on entre, elle était livrée à pensées qu'elle n'avait jamais montrées devant moi.... Et comme un malade qui, ne s'étant pas regardé depuis longtemps et composant a tout moment le visage qu'il ne voit pas d'après l'image idéale qu'il porte de soi-même dans sa pensée, recule en apercevant dans une glace, au milieu d'une figure aride et déserte, l'exhaussement oblique et rosse d'un nez gigantesque comme une pyramide d'Égypte, moi pour qui ma grand-mère c'était encore moi-même, moi qui ne l'avait pas vue que dans mon âme, toujours à la même place du passé, à travers de la transparence des souvenirs contigus e superposés, tout d'un coup, dans notre salon que faisait partie d'un monde nouveau, celui du Temps, celui où vivent les étrangers dont on dit "il vieillit bien" pour la première fois et seulement pour un instant car elle disparut bien vite, j'aperçus sur le canapé, sous la lampe, rouge, lourde et vulgaire, malade, rêvassant, promenant au-dessus d'un livre des yeux un peu fous, un vieille femme accablée que je ne connaissais pas     

Marcel Proust, Le côté de Guermantes

Desgraciadamente, ese espectro fue el que percibí cuando entré al salón sin que mi abuela supiera de mi retorno y la encontré leyendo. Yo estaba allí, o más bién, aún no, puesto que ella no lo sabía y, como a una mujer que es sorprendida haciendo algo que esconderá si se se entra, se hallaba entregada a pensamientos que nunca había mostrado ante mí.... Y como un enfermo, que no habíandose mirado desde largo tiempo atrás y componiendo su rostro de acuerdo a la imagen ideal que guarda de si mismo en su pensamiento, retrocede al ver en un espejo, en medio de un rostro árido y desértico, la elevación oblicua y rosa de una nariz gigantesca, yo, que para mi abuela era aún yo mismo, yo que no la había visto más que en mi alma, siempre en el mismo lugar del pasado, a través de la transparencia de recuerdos contiguos y superpuesto, todo de una vez, en nuestro salón que pertenecía a un mundo nuevo, el del tiempo, aquel donde viven los extraños que dicen "Envejece bien" por primera veces y sólo un instante porque ella desaparece bien pronto, percibí sobre el sofá, bajo la lámpara, roja, pesada y vulgar, enferma, soñadora, leyendo un libro con mirada de una loca, una vieja acabada que yo no conocía.

El nombre del ciclo novelistico de Proust, À la recherche du temps perdu, hace creer al lector que ese tiempo encontrado y recobrado se hallará pleno de tesoros y riquezas vitales.  Sin embargo, a medida que uno se va adentrando en el vasto y complejo mundo del escritor francés, se descubre que en realidad se trata de una larguísima cónica del desengaño, mejor dicho, de una larga lista de pequeños desengaños que poco a poco dan al traste con la ilusiones e ideales de la niñez. Comparadas con la realidad, demostradas falsas, acúmulo y depósito, no pueden resistir su luz y se tornan en polvo, para no dejar otra cosa que el vacío. Esa pérdida sólo hallará una débil compensación, la de la serna mirada retrospectiva, una vez que ya nos sean indiferentes, para que así sea posible destilarlas en arte de la mayor grandeza y profundidad.

Pero adelanto acontecimientos. Le côte de Guermantes es la crónica de la penúltima de las decepciones, de los derrumbamientos internos que el protagonista anónimo del ciclo Proustiano habrá de sufrir. En este caso el ideal que se ve hecho añicos es el de la nobleza, encarnado en esos Guermantes, pares de Francia, aparente receptáculo y condensación de la historia milenaria de ese país, de sus mejores esencias, de todo aquello que puede haber sentir orgullo de ser francés. Esa idea sólo existe en la mente del protagonista, como exudación de sus sueños necesitada de un soporte, mientras que los Guermantes no son más que seres humanos, con una larga historia, con una educación y una gusto impresionantes, pero con casi los mismos defectos, vicios y fobias que cualquier otro ser humano, y por tanto nada parecidos a las estatuas o vidrieras que ornan las catedrales.

Como en las novelas anteriores, Proust nos hará esperar esta conclusión, objeto del último tercio de la novela, como ocurría con À l'ombre des jeunes filles en fleurs.  Esto no quiere decir que hasta ese momento la novela no tenga su buena ración de desengaños, porque de hecho, se puede decir que en este tomo, el escritor de cruza con la peor de las decepciones: esa definitiva que llamamos muerte.