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miércoles, 14 de agosto de 2013

Terrae Incognitae




Si hubiéramos de creer a lo que dicen las televisiones generalistas, ahora mismo sólo habría una exposición abierta en el MNCARS madrileño: la de Dalí. Peor aún, casi parecería que esa institución fue fundada sólo para albergar esa retrospectiva. Sin embargo, en mi opinión, en ese mismo edificio se puede visitar otra exposición mucho más importante e interesante, puesto que si la de Dalí sólo se propone atraer a las masas ofreciendo una versión edulcorada del pintor surrealista - lo de los niños extasiados admirando sus blasfemias habría hecho babear de gusto al artista cadaqués -, la así llamada "+-1961" sirve para dar a conocer - e invitar a perderse en su recovecos - al aficionado al arte contemporáneo.

Digamos que ahora mismo cualquier amante del arte que se precie admira - salvo algún que otro irreductible - el arte realizado por las vanguardias históricas. Sin embargo, cuando se traspasa el umbral de la segunda guerra mundial, sus conocimientos empiezan a flaquear. Muchos recuerdan - recordamos - los nombres más notables del expresionismo abstracto americano - Pollock y Rothko - o de los informalismos europeos - Dubuffet y los muchos españoles, como Saura, Millares y demás -. Incluso quedan como grandes figuras ciertas personalidades del arte pop de los sesenta, como es el caso de Rauschenberg o Warhol, pero más allá todo queda confundido en una larga lista de nombres y movimientos entre los que no es posible establecer una gradación ni apenas diferencias.



Parte de esta ceguera está en la proximidad temporal - aunque muchos de estos fenómenos tengan ya más de medio siglo a sus espaldas y sean, por tanto, históricos - pero también se origina por el hecho de que el arte de los años 50 y sesenta dinamitó las dos últimas certezas estéticas que quedaban: Primero el concepto de belleza, luego el del mismo arte. Esta demolición se plasmó de muchas maneras, no sólo mediante el feísmo o la museización de la basura, sino principalmente mediante la renuncia a todo lo que supusiera técnica u oficio; la ruptura de las fronteras entre las diferentes artes y la inclusión en ellas del no-arte; el rechazo de la permanencia del objeto artístico, mediante la reducción del acto artístico a un momento efímero que no se intentaba conservar o propagar; o simplemente el abandono de toda pretensión estética - y por tanto bella - para convertir el arte en la representación plástica de una idea o de una postura política.

No nos damos cuenta, pero las consecuencias de esta revolución artística, aunque ciertamente atenuadas, siguen influenciando nuestro momento. Una vez formuladas, dejó de existir la posibilidad de la vuelta atrás, - no ya al arte clásico, sino al de las vanguardias históricas - de manera que el arte del pasado sólo pervive ya como pudieran hacerlo las plantas de invernadero, en entornos protegidos y controlados, sin serle posible sobrevivir a la intemperie, ni por supuesto, producir nuevos brotes que continúen la línea sucesoria. Algo que, de forma descarnada, muestra a su manera la exposición de Dalí de dos plantas más arriba.

En este sentido la exposición de +-1961 es un modelo en su género, al mostrar como se produjo esa otra revolución artística de la que aún no nos hemos enterado. Su crónica se centra en esa año, y muestra como un proceso de simplificación y desprofesionalización de la composición musical, construido en torno a las clases y la figura de John Cage y de la que surgirían personalidades como Walter de Maria y La Monte Young, acaba cristalizando en los festivales de vanguardia, Yam y Fluxus, ocasiones irrepetibles que buscaban servir de semilla a una esperiencia artística realmente democrática - entendida como participación del público asistente - que se extendiese a lo largo de todo el mundo y alcanzase a todos los estratos sociales.

Como es de esperar, una exposición así, si realmente quiere reflejar la fiebre y el espíritu de ese otro tiempo, no puede montarse a la manera tradicional. De hecho, su fidelidad a los objetivos de estos artistas es tan grande, que no se ha editado catálogo, convirtiendo la exposición en un happening en el que se fiando a la memoria del visitante su permanencia. Un recorrido estético y sensorial en el que se mezclan audiciones musicales, proyecciones de diapositivas, reproducción de esos festivales de vanguardia - como el Yam - además de todo tipo de publicaciones, folletos y panfletos de esa época.

Así que ya lo saben, si van al MNCARS, olvídense de Dalí, vayan directamente a +-1961 y piérdanse en la variedad se propuestas musicales de su sala de música. Y luego, si les quedan fuerzas, atrévanse con el resto.

Sin apresurarse.



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