Continuando con mi revisión de la serie documental The Worl at War, el capítulo de esta semana se centra en el desembarco de Normandía en Junio de 1944, uno de los acontecimientos cruciales del conflicto en el frente occidental - y con ramificaciones impredecibles en el frente oriental en caso de haber fracasado. Podría pensarse que una operación de una magnitud nunca antes vista debería ser uno de los hechos mejor conocidos - y documentados - de la guerra, pero por el contrario la imagen que de él tiene la mayor parte de la población se basa en sus reconstrucciones cinematográficas, ya sea en la clásica The Longest Day o la más reciente Saving Private Ryan, en la que prácticamente el desembarco en Normandia queda circunscrito al 6 de Junio - pasado el cual todo fue victoria tras victoria hasta liberar Paris - y el horror del conflicto resumido en la playa de Omaha - y los actos de heroísmo tan caros al idealismo americano, según el cual la voluntad basta para superar cualquier obstáculo.
Incluso en lo que podríamos llamar la investigación historiográfica, la narración de esos días ha quedado en manos de lo que podríamos llamar divulgadores de mayor o menor valía, con la estima popular variendo entre la síntesis llena de errores de un Stephen Ambroso, o la acumulación de testimonios sin orden ni concierto de Anthony Beevor. Por supuesto, en el estrecho ámbito de estas líneas no puedo ofrecer una visión alternativa, ni siquiera un breve esbozo de una batalla que se extendió durante largos meses y llegó a parecerse a los Killing Grounds de la primera guerra mundial. Sí quisiera hacer un par de puntualizaciones.
En primer lugar que en la mayoría de los relatos de la guerra suele haber una especie de narración continua que abarca de 1939 a 1942, que puntuado en sucesivos clímax - la batalla de Inglaterra, la crisis en las afueras de Moscú en otoño de 1941 - desemboca en el crescendo cataclísmico de la batalla de Stalingrado. Extrañamente, tras esta batalla decisiva, comienza un incómodo y extraño silencio - interrumpido únicamente por las penurias de los aliados en la península italiana, que sólo se rompe definitivamente con el desembarco de Normandia, y en el que la narración de los hechos militares en el frente del este brilla por su ausencia hasta la batalla final de Berlín en 1945.
La idea que se transmite a la mayoría del público es que después de Stalingrado - y el Alamein - la guerra estaba ya ganada y que lo único que queda es el relato de la paulatina e inevitable caída de Alemania, retrasada sólo por el fanatismo de sus dirigentes y de sus soldados. No obstante, como sabe cualquier lector asiduo de la historia militar, en la guerrra nunca hay nada decidido, de forma que los errores de apreciación de uno de los combatientes pueden llevarle a tomar decisiones contrarias a la supuesta ineluctabilididad de las condiciones económicas o tecnológicas. En ese sentido, la crónica del año 1943 es central a una compresión veraz de la marcha del conflicto, ya que si a principios de ese año estaba claro que las potencias del Eje no podían ganar la guerra, es sólo a finales cuando es patente que van a perderla sin remisión.
En otra palabras, la posibilidad de una paz separada con alguno de los aliados no se podía descartar - por ejemplo, si los alemanes hubieran manejado con mayor habilidad la campaña de Kursk en Julio - que aún con amplias concesiones habría permitido a una Alemania recuperada y fortalecida intentar una revancha en los años 50, sea en solitario o con la colaboración de algunos de los aliados. Un What-if que no por menos absurdo desde nuestra perspectiva, podría haberse hecho realidad si las circunstancias hubieran evolucionado de diferente forma.
El otro aspecto que quería destacar ese el mito de la campaña Normandía como la batalla de un sólo día, tras la cual sólo quedaba una rápida carrera hacia la liberación de Paris y las fronteras de Alemania. En realidad, la campaña se extendió durante cerca de dos meses, hasta su desbloqueo a finales de Julio, durante los cuales el combate se redujo a un inmenso forcejeo similar a los de las primera guerra mundial, que sólo se resolvió por el agotamiento del ejército alemán ante la absoluta superioridad aerea aliada y el inextinguible flujo de recursos humanos y materiales que eran capaces de verter sobre la estrecha cabeza de playa.
Como varios generales alemanes habían predicho, una vez afianzada la cabeza de puente en Normandía, el frente acabaría rompiéndose como una goma demasiada tensa. Cuando esto sucedió, el ejército alemán se vio enfrentado a un desastre de proporciones similares a los del frente de ruso, en el que acabó perdiendo la mayor parte de su material, sin posibilidad de maniobra ni de contraataque. Si la catástrofe no fue mucho mayor - y las capturas muestran el inmenso castigo que los aliados infligieron a los alemanes - fue simplemente porque la cautela aliada, especialmente inglesa, frente a un enemigo que sabían impredecible, provocó que gran parte de las tropas pudieran escapar de la trampa de Falaise-Argentan, huida masiva que permitió a Alemania contar con los recursos humanos para reconstituir sus unidades en septiembre/octubre y parar a los aliados en las fronteras del Reich, alargando el conflicto a 1954.
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