El capítulo de esta semana de The World at War versa sobre la lenta, dolorosa y a la postre inútil ascensión de las tropas aliadas por la península italiana. Una combate que bien puede recibir el apelativo de batalla de los errores.
El primero, el de Stalin, con su continua petición de un segundo frente en Francia que aliviase la presión alemana sobre el frente ruso. Dado que el desembarco de Normandia se fue postponiendo año tras año hasta que se acumuló la suficiente fuerza y experiencia militar para emprenderlo con ciertas probabilidades de éxisto - y la debacle de Dieppe en el verano de 1942 demostró que no había soluciones intermedias - los aliados occidentales se vieron obligados a ofrecer soluciones parciales que al menos siviesen para aplacar a los rusos. Primero, en Africa del Norte, con la operación Torch, que al menos causo a los alemanes pérdidas similares a las de Stalingrado, luego en Sicilia con Husky, cuya fecha coincidió con la operación Ciudadela en Kursk y contribuyó a sus suspención, y finalmente en Salerno, con la operación Avalanche, que a punto estuvo de terminar en desastre y demostró bien a las claras que con los alemanes no había broma y que aún estaban muy lejos de arrojar la toalla o siquiera plantearselo.
El segundo equívoco fue el de Churchil, ídolo y ejemplo de tantas derechas presentes. Con el tiempo, su aura mítica ha quedado meramente reducida al de un inspirador de la resistencia británica, ya que sus decisiones militares inevitablemente resultaban equivocadas o mal concebidas, propias de un aficionado - curiosamente como las de su oponente, Hitler. Ya había ocurrido en 1916 con el desembarco en Gallipoli, que le había costado el puesto de primer Lord del Almirantazgo, y volvería a ocurrir en 1940 con la operación en Noruega, donde la flota británica fue literalmente vapuleada por la aviación y los submarinos alemanes.
En el caso de Italia, Churchil la veía como el camino directo hasta el corazón de la fortaleza alemana, a través del blando vientre de Europa. Esta concepción, propia de quien sólo conoce la realidad a través de los mapas, no tenía en cuenta que quien quisiese llegar a las llanuras centroeuropeas desde el Mediterrraneo, tendría que cruzar miles de kilometros de montañas y vadear decenas de rios, un terreno donde un defensor decidido tendría todas las ventajas y donde sólo una superioridad aplastante podía garantizar la victoria. Es cierto que en 1940, el ejército alemán había sido capaz de desencadenar la Blirtzkrieg sobre Yugoeslavia y Grecia, conquistándolas en un par de semana, pero no es menos cierto que estos ejércitos no tenían los medios ni la destreza para combatira a un enemigo acorazado, mientras que los aliados tendrían que enfrentarse ahora a la Wehrmacht, que a las alturas de 1943 seguía siendo el mejor ejército del mundo y que tenía a sus espaldas la experiencia de cuatro años de conflicto.
El tercer malentendido fue el de los mandos militares aliados, divididos entre el ataque directo contra la Francia ocupada, la postura americana y la aproximación indirecta a través de Italia, la opción inglesa, con el objetivo secundario de llegar a Berlín antes que los rusos. El dilema de los aliados era que sus recursos no les permitían lanzar ambas operaciones al mismo tiempo, mientras que un desembarco en Francia imponía la subordinación de sus recursos militares a ese objetivo durante casi un año, incluyendo preparación y operaciones tras el desembarco. La operación contra Italia, por tanto, se planteo desde el principio como una operación secundaria, con el objetivo de distraer a los alemanes, pero que poco a poco se fue transformando en un remolino que consumía más y más fuerzas aliadas sin llegar a resultados decisivos.
Es cierto que la toma de Sicilia llevó a la caída del Mussolini y a la rendición de Italia, pero este éxito indudable, que hubiera puesto a los aliados en los Alpes, fue anulado por la rápida reacción alemana, que ocuparon toda Italia sin que las tropas italianas opusieran casi resistencia. Es aquí donde entra nuestro cuarto bufón en esta comedia de los errores, la cúpula política y militar italiana, que entró en la guerra como si fuera un juego, para ser derrotada y humillada una y otra vez, y que en el juego peligroso y arriesgado de cambiar de aliados llegó al colmo de su ineptitud. No sólo permitió que los alemanes se desplegaran por todo el país en el apenas mes y medio entre la caída del fascismo (Julio- Septiembre 1943) ocupando posiciones estratégicas, sino que fue incapaz de hacer volver las tropas de ocupación que tenía dispersas por todo el Mediterraneo, y mucho peor no supo trazar el más sencillo plan de contingencia para el día después del anuncio de la rendición.
Como consecuencia, las tropas italianas no fueron avanzados de los planes de su gobierno, el cual se había dado a la fuga el día del armisticio y no podía transmitir orden alguna a sus unidades militares, que se vieron enfrentadas, muchas veces sin comprenderlo, a una rabiosa reacción alemana. Porque no hay que olvidarlo, en esta guerra de los equívocos, los únicos que mantuvieron la cabeza fría, a pesar de las intervenciones nefastas de Hitler, fueron los propios alemanes, que demostraron a todo el mundo porque eran el mejor ejército del mundo, en una dura llamada de atención a los aliados, que se dieron cuenta que aún les quedaban muchos meses, cuando no años, de dura lucha.
El resultado fue que los aliados tuvieron que combatir por cada metro de la península aliada, en batallas que causaron un sufrimiento inimaginable a la población civil. Porque no lo olviden, ese concepto tan moderno de los daños colaterales no existía en aquel entonces, mientras que de la definición de crímenes de guerra quedaba exento todo aquello que obedeciese a necesidades militares.
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