Max Beckmann, Sociedad |
Pasada la matanza sin límites de la Primera Guerra Mundial, pareció que la vanguardia se ralentizaba. Casi como si se considerasen responsables de la catástrofe que había asolado Europa, los protagonistas de la vanguardia de inicios del siglo XX dieron un paso atrás, en lo que se conoce como L'appel à l'ordre e intentaron reconstruir el arte que ellos mismos habían demolido. Ese empeño fue para muchos un callejón sin salida - el propio modernismo debería concluir su ciclo antes de que fuera posible un retorno a la figuración, de forma que su resultado fue que importantísimas figuras de la vanguardia, como Matisse, entraron en una larga crisis creativa, mientras que otras, como Derain, no volvieron a encontrar nunca la chispa, la energía de antes de la guerra.
En realidad, lo que se produjo fue un cambio de guardia, en la que se produjo la irrupción de una generación más joven para la que el modernismo era algo natural, sin esa incómoda relación con un arte pasado, al que sus predecesores aún consideraban modelo, digno de admiración y respeto. La misma figuración del periodo de entreguerras es esencialmente modernista, plena de las lecciones, la violencia y agresividad de los expresionistas de Die Brücke, mientras que en paralelo dos nuevos movimientos se convertían en el paradigma de la vanguardia y la modernidad. Por una lado, la transformación de Dadá en Surrealismo y su constitución como el movimiento artístico del siglo, mientras que por otro, la abstracción alcanzaba su madurez y plenitud, erigiendose como el único y verdadero camino de la pintura.
Años por tanto de triunfo, de victoria completa sobre el arte del pasado que había dejado de ser válido, pero al mismo tiempo, años de derrota y catástrofe que, si no hubiera sido por al conflicto mundial de los años 40 habrían acabado con la muerte por asesinato de la vanguardia.
Esto es lo que narra la exposición que aún se puede visitar en el MNCARS madrileño, con el preciso título de Encuentros con los años 30, utilizando ese plural que denota una realidad múltiple y multiforme
Cartel de las exposiciones fascistas |
El asesino de la vanguardia no fue otro que los diversos totalitarismo que se hicieron con Europa durante los años 30 y que a punto estuvieron de convertir a este continente en la patria de la opresión y la tiranía, convertidas en el auténtico legado de Occidente. Para estos sistemas políticos, obsesionados con el control absoluto de las actividades de sus ciudadanos, el arte no era otra cosa que una herramienta al servicio de la propaganda del régimen, al estilo de ese arte que cantaba las glorias de reyes y generales. En ese sentido, el arte moderno, eminentemente crítico y escéptico hacia cualquier forma de autoridad era claramente un cáncer que había que extirpar cuanto antes, no fuera que las masas descubrieran el engaño al que estaban sometidas.
La postura de los artistas europeos frente a los totalitarismos fue, cuando menos, ambigua y confusa. Muchos de ellos se unieron voluntariamente, cuando no promovieron y fundaron, estos mismos movimientos, al confundir el espíritu destructor de lo antiguo, de revolución absoluta e irrevocable, de Fascismos y Comunismos, con la revuelta libertadora consustancial al arte de vanguardia. El ejemplo paradígmatico sería el de los Futuristas italianos, defensores de la guerra, soñadores con una Italia en la que sólo existiese arquitectura moderna y enamorados absolutos de Mussolini y el Fascismo, hasta el punto que no dudaron en abandonar su arte y romanizar siempre que se lo pidiera el partido.
No ocurrió lo mismo en otros totalitarismos, como es sabido. Los artistas rusos creyeron que la revolución sería su protectora y de hecho así pasó durante un breve periodo de los años veinte, para luego ver su arte denunciado y prohibido, mientras que ellos tenían que humillarse y bajar la cabeza o morir en el GULAG. El caso sería aún más extremo en la Alemania Nazi, que desde el primer momento lanzó una guerra sin cuartel contra el modernismo, cuyo mejor ejemplo fue la exposición itinerante Entarterte Kunst, inmensa picota en la que humillar a lo mejor de la cultura europea de su tiempo.
El resultado, no obstante, fue el mismo, la casi desaparición de la vanguardia en las tierras que la habían dado vida, la emigración de las grandes figuras de estilo a EEUU y la creación de una cisura, coincidiendo con la guerra, entre la vanguardia de la primera mitad del siglo y la de las segunda mitad, rompiendo cualquier relación de filiación entre ambas y haciendo que se vieran como antagonistas... una nueva vanguardia que, no sé si por casualidad o por designio, se podía ver hasta hace poco unas plantas más arriba del MNCARS.
Hans Arp, Formas |
No obstante, a pesar de todas las dificultades, de todas las penurias y penalidades, la imagen que queda en la memoria es la de un tiempo de inmensa creatividad, aquella que precede al conocimiento de que ya no queda tiempo, que es necesario crear aquí y ahora, antes de que la noche llegue, esa noche creada por aquellos que se saben portadores de la verdad absoluta; o antes de que la necesaria lucha contra aquellos que pretenden eliminar otra visión que no sea la suya, nos obligue a postoponer el arte y dedicar todos nuestros esfuerzos a combatirlos, dedicando nuestra vida a crear productos de circunstancias, cuyo significado se extinguirá una vez ganado - o perdido - ese combate.
Toyen |
Un mundo poblado de multitud de nombres desconocidos - o semidesconocidos - en comparación con los más grandes, pero que a medida que pasa el tiempo - y a medida también que nos los encontramos una y otra vez - se nos muestra imprescindibles, piezas necesarias para construir el puzzle que nos permita contemplara ese tiempo, esa época, por entero.
Brassai, Prostituta |
Pero sobre todo, el tiempo en que el cine y la fotografía se unieron definitivamente a la vanguardia, abandonando todo lastre que les uniera a otras artes a otros estilos pretéritos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario