Uno de los aspectos más fascinantes - y terribles - del cine mudo es que lo que ahora podemos ver no es más que la proverbial punta del Iceberg. La gran mayoría de las producciones del periodo, 1895-1927, se han perdido para siempre, en parte por la desidia de las productoras, incluso las grandes, que aún consideraban el cine como un producto para usar y tirar, en parte por la fragilidad de los propios soportes, los nitratos de celulosa, que se van descomponiendo con el tiempo, de forma que incluso las películas custodiadas en las filmotecas acaban por desaparecer si no se tranfieren a substratos más estables.
Es otras palabras, que probablemente ya no haya más descubrimientos emocionantes de obras perdidas, puesto que el tiempo las habrá convertido en polvo.
De lo que nos queda, otro importante porcentaje está mutilidado, en versiones de las que se han perdido secciones o han sido recortadas para aligerar metraje, obligando a los restauradores a realizar auténticos trabajos de encaje, utilizando trozos de diferentes versiones cuando estas se hayan disponibles... o bien a introducir embarazos resúmenes, bien con texto, bien con fotos de rodaje, que ayuden a comprender la relación entre las secciones supervivientes.
Aún así, a medida que el aficionado explora lo que nos queda del periodo mudo no es posible reprimir un sentimiento de admiración y asombro ante la libertad, la creatividad y la altura a la que llegaron estos cineastas de hace más de 90 años. No hablo sólo de la cumbre absoluta que supone la década de los añós 20 del siglo pasado, una de las edades de oro de la cinematografía mundial, sino de toda esa larga y amplia colección de obras que median entre los inicios y ese tiempo de madurez, en las que se observa una progresión y una depuración continua, en la que la imaginación y el talento de los directores sólo se halla limitado por la escasez de medios y la rapidez con que se veían obligados a rodar.
En mi revisión de lo contenido en el volumen 5 de Treasures From American Film Archives, dedicado al Oeste en el cine mudo, me he encontrado con dos de estas obras. Una de ella pertenece al periodo de transición y lo más curioso es que se trata de una respuesta a The Lady of the Dogout, que comenté la semana pasada, intentando combatir la imagen romántica que el director de esa cinta, antiguo forajido, había creado para excusar sus fechorías.
En Passing of an Oklahoma Outlaw, a la que pertenecen las capturas que abren esta entrada, el director es ni más ni menos que el mismísimo Marshall, William Tighman, que detuvo al director de The Lady of the Dogout, Al Jennings en los años 90 del siglo XIX. Pocas veces en la historia del cine se ha dado una casualidad así en la que los protagonistas de los hechos, militantes en bandos opuestos, produjeron sus versiones propias en forma filmada, siendo ambas completamente contrapuestas, por un lado, una loa del forajido de buen corazón, frente a un denuncia de estos forajidos como asesinos que simplemente mataban por diversión.
Otro rasgo que distingue a estos dos Western de todos los anteriores es que son casi los únicos rodados por personas que vivieron en ese Oeste, aunque fuera en su época terminal, mientras que los demás que todo aficionado conoce no son sino recreaciones producto de la imaginación de personas para los que el Oeste sólo existía en los cuadros, los libros y los cuentos de sus abuelos. Gentes, por tanto, a los que eran desconocidos los miles de detalles íntimos y cotidianos que muestran estos dos Western, y que por tanto sólo podían aspirar a crear mitos disociados de la realidad.
Este descubrimiento de que todo Western es una ficción, un mito conveniente que nos gusta e interesa soñar es el nudo argumental de Womanhandled, una comedia de Gergory LaCava perteneciente a la época dorada del cine mudo. En breves palabras, el viaje de un urbanita neoyorquino a la Texas donde viven los hombres de verdad, para dejar de ser un debilucho afeminado, acaba llevándole a un Oeste en que sus habitantes se aconstumbrado a las comodidades de la vida moderna y consideran el mito del Oeste como algo apolillado y ridículo.
Una propuesta narrativa que resulta fresca al desmontar todas esas películas Hollywodenses que hoy, 90 años tras el rodaje de Manhandled, siguen proclamando el mito del hombre duro y rudo, de verdad, cuando como ilustra la película ese oeste sólo existe en recreación construida para visitantes incautos...pero que solo provoca la mayor de las carcajadas entre los naturales del lugar.
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