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martes, 24 de julio de 2012

Two Worlds Apart

Everything is an attempt. So be Human, William Blake
La exposición recientemente abierta en la Fundación Caixa puede resultar un tanto engañosa para el aficionado. Se anuncia como un muestra dedicada a William Blake, pero si no se está atento, se puede escapar a la atención el subtítulo, Visiones en el arte Británico, que nos advierte que la exposición no es sólo del artista británico, sino que se nos van a colar de rondón unos cuantos nombres más, tanto conocidos y como desconocidos. Ya discutiré más adelante la pertinencia de esta decisión, pero otro punto desconcertante de esta exposición es que a pesar de contener un buen puñado de obras maestras de Blake, en su mayoría desconocidas para el aficionado hispano, no se ha publicado un catálogo de la exposición, circunstancia que no sólo afecta a Blake, de quien se puede conseguir su obra por otros medios, si no a esa otra parte a la que me refería arriba, de la que se nos hurta un estudio razonado de sus relaciones con la figura mayor a la que va dedicada la exposición.

Blake, no cabe ninguna duda es una personalidad mayor en un periodo de transición, el que va de 1780 a 1820 y que abarca las guerras napoleónicas, la quiebra del antiguo régime y el ascenso de la modernidad, ése ámbito sociocultural que quizás esté dando ahora sus últimas boqueadas, en este confuso inicio del siglo XXI. El fin de XVIII y el inicio del XIX se caracterizaron, por el contrario, por la aparición de una serie de personalidades solitarias que marcaron un antes y un después en la historia de su disciplina, difuminando el recuerdo que la posteridad guardó de sus contemporáneos. Tal es el caso de Napoleón, Beethoven, Goethe, Goya y en cierta medida Blake.

William Blake es una excepción en más de un sentido. Fue un heterodoxo en temas religiosos y políticos, con un posicionamiento cercano al místicismo, el único místico inglés, como alguna vez se le ha definido, lo cual ya es digno de admiración en un entorno que tendía a la serenidad puritana y por tanto desconfiaba del arrebato místico, demasiado sensual y carnal para la ortodoxia protestante. No es de extrañar que su pensamiento filosófico de apartara de esa misma ortodoxia y acabara profesando concepciones claramente gnosticas, como aquella según la cual la creación del mundo no fue obra de Dios todopoderos, sino de un demiurgo que nos mantiene prisioneros en este mundo, ciegos e ignorantes de la auténtica y verdadera gloria.

He señalado que Blake ya fue una excepción por ser un místico, pero esto no es enteramente cierto, el protestantismo nórdico fue especialmente fecundo en heterodoxos, como el sueco Swedenborg, que podían florecer debido a la importancia dada al autoexamen y la libre interpretación de la Biblia en el cristianismo reformado. Más importante y excepcional que la clasificación de Blake como heterodoxo es que su figura siga siendo recordada, mientras que sus contemporáneos han sido completamente olvidados, especialmente fuera de Inglaterra. Esta pervivencia de Blake se debe a que además de místico, o quizás precisamente por ello, el inglés es una de las grandes figuras de la poesía y la pintura universal, características que se imbrican la una en la otra y llegan a ser indistinguibles, ya que en muchas ocasiones su pintura es ilustración de su poesía y viceversa.

Es en este punto donde llegamos a otra de las contradicciones que han fascinado y siguen fascinando a los admiradores de Blake: su calidad de artista a caballo entre dos épocas, perteneciente al mismo tiempo a los nuevos y antiguos, libre de sus restricciones y ataduras mentales, capaz por tanto de llegar a síntesis impensables para ellos y que sólo se revelarán naturales y sencillas muchos decenios más tarde. Así, el dibujo de Blake es eminentemente clásico, apegado al ideal de belleza clásico y de una claridad y elegancia que los separan radicalmente de los objetivos de la generación romántica, mientras que su inspiración y el modo en el que utiliza el colorido no pueden ser más anticlásicos, presentando una fiereza y una audacia que se muestran como el único modo de mostrar a otros ojos humanos las visiones que atormentaban su mente, estas sí, propias del más desaforado de los románticos.

Hope, George Watt

Éste es precisamente el mayor fallo de la segunda parte de la exposición. La figura de Blake es tan grande que prácticamente ningún pintor de las generaciones posteriores, salvo las excepciones de Constable y Turner, pudo sustraerse a su influencia ni a Blakeizar en ocasiones. De hecho esta tendencia a lo visionario llegó a convertise casi en el rasgo definitorio de la pintura inglesa del XIX, en contraposición con el realismo y la experimentación formal de sus vecinos franceses. No obstante, con Blake ocurre como con Goya, su figura es tan grande que ningún pintor pudo llegar ni siquiera a remedar sus logros, y como mucho quedaron como toscas copias del estilo del maestro, desprovistas de la naturalidad que éste exudaba en cada pincelada.

Así, en esta segunda parte de la exposición, los pintores más interesantes son aquellos que como Watt, a pesar de seguir trabajando con símbolos y visiones, son capaces de desprenderse de aplastante influencia del maestro, y buscan su inspiración pictórica en otras épocas y escuelas, como los venecianos.

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