Tenía pendiente concluir mi serie de entradas sobre Utena (1998) pero unas circunstancias u otras me lo habían impedido. Aparte de lo ya señalado, como la inmensa diferencia estilística entre el anime de finales de los 90 y el fue producido a partir de 2005, para lo bueno y para lo malo, mi mayor sorpresa en esta revisión era comprobar con tristeza como mi memoria se había borrado casi por completo, incluso cuando se trataba de secciones que me habían conmovido en aquel primer contacto, hacia 2002/2003.
Una de las secciones más afectadas por ese olvido era precisamente el acto final de la serie, en la que pasa a primer plano la relación entre Utena y Anthy, cuyo encuentro puso en movimiento la serie, pero que se había mantenido en un tenue segundo plano hasta entonces, y se revelaban muchos de los secretos que habían rodeado a Anthy y la academia... sólo para dar paso a enigmas aún mayores que quedaban en suspenso.
Esta falta de resolución no era tal, ya que era fácil darse cuenta que estos enigmas no eran otra cosa más que símbolos, metáforas visuales de los problemas que aquejaban a los personajes y que podían resumirse en esos cataclismos anímicos que afectan a la adolescencia, esa época entre la niñez y la madurez, en la que el carácter cristaliza para apenas modificarse en los años siguientes. Un conflicto que se entremezcla, tanto en la realidad como en la serie, con la postura que el individuo debe asumir frente a las estructuras sociales existentes y el papel que él debería tomar en ese mundo que ya estaba en marcha antes de que él ni siquiera existiese.
Unos problemas de ajuste, que como he comentado, son expresados metaforicamente en esta serie, en forma de los duelos en los que deben enfrentarse los alumnos de la academia Ohtori, regulados por estrictas reglas que supuestamente conducen a un fin prefijado, pero que la serie subvierte una y otra vez, especialmente en lo que se refiere a los roles que cada sexo debe asumir y a los ideales, positivos y negativos, por los que sus conductas deben regirse, hasta culminar en una resolución final que por su impacto tiene la misma resonancia que el portazo de Nora en Casa de Muñecas, como ya señalar hace muchos años con ocasión del primer visionado de mi serie.
No obstante, si estas conclusiones generales a las que llegué en el pasado siguen siendo válidas a pesar de mi olvido, otras han tenido que ser revisadas, especialmente a la luz de la película que siguió a la serie, en la que el director, , dejó bien explicito lo que no podía ser contado en la serie original.
Una revisión que afecta, sobre todo, a la relación entre Utena y Anthy
He señalado que nuestra personalidad, nuestro modo de interpretar el mundo, cristaliza en la adolescencia, en mi caso a los 16 años, pero no es menos cierto que a medida que nuestra experiencia crece y se desarrolla, también se amplia nuestra percepción del mundo.
En ese sentido, hace ya una década la percepción que tenía yo de la relación entre Utena y Anthy era la de una amistad especialmente fuerte, al estilo de aquello que nuestros antepasados llamaban camaradería cuando se refería a los lazos entre hombres, y que hoy en día, en nuestro puritanismo moderno, tan desconfiado del contacto personal entre seres humanos, especialmente en el ámbito anglosajón, podría parecer cercano a una relación homosexual que los participantes no aceptaban como tales.
Como digo, tal era mi percepción de la relación Utena/Anthy hace una década. Una amistad especialmente fuerte, semejante a la que yo había observado entre muchas de mis amistades femeninas, pero que a pesar de superar en muchos aspectos lo que podría calificarse como normal, no llegaba a cruzar el límite, expresado como atracción y deseo físico, aunque luego esa fortaleza del vínculo entre ambas mujeres era la disparador que provocaba la auténtica revolución que no había llegado a culminar en el mundo de ensueño, encerrado y replegado sobre sí mismo en que los personajes habitaban.
Debo confesar que estaba equivocado. Cuando vi la película, esa obra en que el director aprovecho para dejar visible lo que en la serie sólo estaba implícito, quedo claro que la relación entre Utena y Anthy era plenamente amorosa, con esa mezcla de dolor y placer, de absoluta fidelidad y no menos insondable traición que el deseo de otro cuerpo distinto al tuyo provoca. Aún más, tras ver la película esa relación de amantes, clara para todos los espectadores excepto para los protagonistas, era inconfundible, o mejor dicho, era imposible dejar de ver, olvidar lo que había sido mostrado y revelado.
No podía ser de otra manera, puesto que precisamente la sexualidad, el enloquecedor poder de la sexualidad en el que estriba una de las características definitorias de la adolescencia, era precisamente el leit-motiv de toda la serie, la gloria y la tortura de cada una de las parejas sobre las que la serie volvía y una y otra vez, regodeándose en los elementos que lo hacían imposible ante los demás, incesto, homosexualidad, humillación y violencia, merecedor sólo de ser escondido ante el resto del mundo, a pesar del orgullo que pudiese conferir su posesión.
Un destino al que no podía sustraerse la pareja protagonista y que en ese último acto provoca una serie interminable de confesiones sin palabras, tanto de forma positiva como negativa, puesto que esa dependencia absoluta de una persona tanto puede manifestar en su persecución como en la huida.
gracias¡¡
ResponderEliminarNo hay de qué... pero la serie es que se lo merece...
ResponderEliminar