Una de las exposiciones que se puede visitar en este enero madrileño, ese periodo de transición entre que se cierran las del otoño pasado y se abren las que ocuparán la primavera, es la dedicada a Leonardo da Vinci en las salas de la Fundación Canal, muestra más que interesante pero quizás por razones equivocadas.
Digamos que la exposición se divide en dos grandes áreas, la dedicada a las invenciones mecánicas de Leonardo y la dedicada a sus creaciones artística más dos pequeños apéndices, la reconstrucción de sus estudio y una somera revisión de su influencia en el arte del siglo XVI. Curiosamente, en las dos primeras secciones, nada de lo que se puede contemplar es original, ya que se trata de reconstrucciones modernas de los diseños que Leonardo esbozara en sus códices, mientras que sus pinturas, por razones obvias, están representadas en forma de facsímiles modernos, en los que único que aún las hace distinguibles del original es la ausencia de las rugosidades creadas por el pincel al distribuir la pintura por la tabla o el lienzo.
Así ocurre que los únicos objetos originales que se pueden contemplar en la muestra son ejemplares contemporáneos a Leonardo de los libros que el manejara y las obras de pintores en la órbita del artista florentino, en su mayoría de segunda fila, que el Prado ha prestado para la ocasión. Una exposición por tanto, que tiene mucho de catálogo de reproducciones, como los que se pueden consultar en las bibliotecas, pero que aún así se las arregla para acercarnos a la figura de Leonardo... y especialmente a los problemas que su obra y vida plantea, aunque sea sin quererlo.
No les descubro nada si les digo que Leonardo es una figura mítica en la cultura occidental, el ejemplo del hombre universal al que aspiraba la cultura humanística del 1500, capaz de dedicarse a la literatura, la pintura, la medicina, la ciencia y la técnica, brillando en todas ellas. No obstante, una mirada más atenta, nos descubre a una personalidad cuya trayectoria esta sembrada de fracasos, proyectos inacabados y sueños abortados. Alguien que en nuestro mundo moderno, tan obsesionado con los últimos quince minutos, ningún empresario o emprendedor querría tener en su equipo de profesionales.
Hay, por supuesto, razones objetivas para esta contradicción entre genio evidente y fracaso completo. El primero, por supuesto, es la propia personalidad de Leonardo, su carácter proteico y multiforme, le llevaba a pasar de un tema a otro, a medida que se iba aburriendo, sin llegar a completar casi ningún proyecto. Esta tendencia al vagabundeo espiritual y geográfico podría haberse templado si hubiera encontrado un protector estable (como ocurriría ya demasiado tarde con su estancia en la corte de Francisco I de Francia) pero el mundo de la Italia de 1500 estaba en plena revolución, con las ciudades estado que habían dominado el panorama político de la península en los 200 años anteriores siendo substituidas y sometidas por las potencias exteriores, especialmente Francia y España.
Existen otras razones científicas y técnicas más poderosas. En primer lugar, hay que señalar que Leonardo era más un ingeniero que un científico, es decir, estaba más preocupado por aplicar los conocimientos de su época en mejorar e inventar nuevas máquinas, que en investigar las leyes básicas de la naturaleza. Es decir, aparte de la revelación genial, de las cuales hay varias en su trabajo, a Leonardo le faltaban las herramientas científicas y matemáticas que le hubieran permitido evaluar si sus inventos podían funcionar en la realidad o no. No hay que olvidar que las leyes de Newton, junto con el cálculo integral y diferencial son de finales del siglo XVII, mientras que las leyes de la termodinámica, que permitieron crear motores eficientes, son de la primera mitad del XIX. Por otra parte, los materiales con los que contaba Leonardo, madera y bronce, eran demasiado pesados para crear máquinas los suficientemente ligeras para que pudieran funcionar con las fuentes de energía, principalmente humanas, con las que contaba, y sería necesario esperar a la revolución industrial, en el XVIII y especialmente en el XIX, para que la humanidad empezase a contar con materiales que permitiesen la revolución en el transporte terrestre y aéreo de la que ahora gozamos.
Solo nos queda soñar, por tanto, con lo que una figura como Leonardo hubiera podido crear en el siglo XVIII, con la máquina de vapor, a su disposición, o en el siglo XIX con los motores de explosión y la electricidad.
La situación no es menos desastrosa, valga la exageración, en lo que se refiere a su obra pictórica. La mayoría de sus obras de madurez han quedado invariablemente inacabadas, producto de ese ansía suya por probar cosas nuevas, y un buen porcentaje de ellas han sufrido graves daños con el paso del tiempo, sea la Última Cena de Milán, apenas un recordatorio de lo que fue, o el destrozo reciente de la Virgen y Santa Ana del Louvre, dañada por los propios restauradores.
Curiosamente, su cuadro más famoso, la Mona Lista tampoco ha sido respetada por los años, su barniz, como el de muchas obras antiguas, ha amarilleado con los años, mientras que la sutileza con el cuadro fue pintado por Leonardo prohíbe cualquier intervención para retirarlo, ante el temor de llevarse la pintura con él. En esta exposición se realiza el experimento de retirarlo virtualmente, operación hecha posible con la ayuda de los ordenadores y el conocimiento de los pigmentos y las tonalidades de la pintura de la época.
El efecto, como pueden comprobar en la imagen de arriba, la Gioconda reconstruida, es sorprendente.
Para muchos puede parecer un cromo, indigno de un Leonardo maestro del esfumato, pero no es la primera vez que una reconstrucción, ya sea real o virtual, nos hace revisar nuestros conceptos equivocados sobre un maestro, para aceptar que realmente es así como el cuadro debía aparecer recién pintado. Así ocurrió con las meninas amarillentas del siglo XX, que de repente, tras la restauración de los años 80, recuperan sus grises y sus platas, sus brillos y sus tonalidades, para asombrar a todo aquel que se encontraba por primera vez con esa obra literalmente resucitada. Así ocurrió también con la terribilita miguelangesca de la capilla sixtina, esa obscuridad que muchos asociaban con la fuerza de un genio y que en realidad era producto del humo de las velas y que fue demolida por la restauración de los 90 que descubrió a un colorista dotado de la misma fiereza que sus coetáneos manieristas, a cuyo ámbito, nos guste o no pertenecía, como corresponde a un artista esencialmente excéntrico y rebelde.
Y para terminar, resulta curioso como la Gioconda original que está en el Louvre acaba por no ser otra cosa que un cadáver embalsamando, visible sólo a traves de un cristal que el tiempo y la suciedad han empañado, de forma que apenas puede adivinarse lo que hay detrás de él, mientras que esta copia reimaginada y reconstruida es el único medio que nos queda para sentir la misma fascinación y admiración que experimentaron los contemporáneos de Leonardo.
no se, El tiempo no pasa y no va a pasar sin "pasarle" factura
ResponderEliminarla fotografía que haces de que va a acabar embalsamada es muy posible, así que solo queda digitalizarla y eso tendrán, a no ser que den con alguna técnica nueva.
Habrá quien diga que lo intenten, yo no me tiraría a la piscina
En el prado hace muy poco restauraron una obra de Andrea del Sarto cercano de fechas técnica y escuela, posiblemente el retrato de su mujer
y perdió todo el volumen espacial, ahora está plana. La tuvieron puesta un par de meses y hace ya un año que no la veo por allí, Igual les ha dado vergüenza del resultado y la han quitado, Era obra de primera categoría en exposición permanente.
http://www.historia-del-arte-erotico.com/1511_Andrea_del_Sarto/andrea_del_sarteo_1513-14_lucreciadelfede_anarkasis-DSCF2542.jpg
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