El artículo que toca esta vez trata de un cineasta completamente desconocido perteneciente a esa filmografía que nunca existió: la británica (según Cahiers du Cinéma y la crítica afrancesada). En caso de Geoffrey Jones, su desconocimiento es doble pues no sólo pertenece a la cinematografía prohibida, sino que además se dedicó al film publicitario/industrial, sin mostrar ninguna apetencia revolucionara/reformista, sino vendiendo su arte al mejor postor.
Y aún así, que grandes y perfectos son sus cortos, y que disociado se halla su contenido del objetivo final, vender los productos de X, tanto que muchas veces es necesaria una inclusión final del simbolo de la marca, para que nos acordemos de que iba la cosa. En fin, un cineasta original y particular, en la línea de la GPO y Humphrey Jones, de quien fue alumno, que merecería un reconocimiento mayor y que se seguramente nunca alcanzará.
En fin, ahí queda éso, y si queda algún lector de estas notas, disfruten el artículo.
Geoffrey Jones: The Rhythm of film
Año: 1955-2004
Duración: 86 minutos los cortos/30 minutos extras.
Distribuidor: BFI, British Film Institute,
2005
Especificaciones: Region 2 (PAL) UK, Nº de discos: 1, Película + extras, Color, 1 cara, 2 capas (DVD-9). Folleto de
16 páginas.
Relación de aspecto: 1:33/1.
Audio: Mudo con música
original para los cortos /Inglés para los extras.
Subtítulos: Inglés
El enfoque
tradicional sobre el largometraje, como única forma noble de la cinematografía,
al estilo de la novela en la literatura, ha traído la indeseable consecuencia
de que vastos territorios fílmicos, tipo documental, animación o publicidad,
hayan quedado casi sin explorar. De esta manera nombres tan importantes, o más
incluso, como los conocidos por todos, han permanecido casi olvidados o han
sido arrinconados al limbo de la experimentación y lo extraño/raro/inclasificable,
especialmente si sus autores nunca han dado el salto al largo o su temperamento
artístico no coincidía con el del estilo dominante en su tiempo, aquél que
recibe la aclamación crítica y es objeto de los análisis de los teóricos.
Personalmente, como
simple aficionado (y aficionado con amplias lagunas en su formación
cinematográfica), desconozco el lugar reservado para Geoffrey Jones en el Olimpo cinematográfico o su estimación entre
la cinefilia. Debo confesar, sin embargo, que
su nombre no significaba nada para mí, hasta que oí hablar de esta
edición del BFI (British Film Institute) y no sé qué impulso extraño me
llevó a adquirirla. Tengo que confesar también que la visión de su obra ha sido
uno de las descubrimientos más agradables de este año, junto con la visión de
los cortos completos de Norman McLaren,
y que volveré a sus cortos en más de una ocasión.
¿Por qué este
entusiasmo? En puridad, los cortos de este autor no son más que filmes
publicitarios, obras que intentan, respectivamente, propagar las excelencias de
British Rail, British Petroleum o Shell Oil. Un material que, por tanto,
carece de cierto marchamo de compromiso (engagement si
quisiéramos ponernos pedantes) tan requerido hoy en día o de mover al
espectador a tomar partido (la pris de conscience tan de moda antaño).
¿Qué razones puede haber entonces para ver estos cortos?
En primer lugar,
para apartarnos de la ecuación que iguala Publicidad con venderse y Autor con
compromiso artístico y político, habría que señalar que los “anuncios” de Geoffrey Jones, son publicidad a
contrapelo (à rebours que dirían los franceses). En el filme Trinidad
y Tobago (1964), encargado simplemente para demostrar lo bien que se
vivía en las islas del Caribe desde que BP se instaló allí, el nombre de
la compañía, en los 19 minutos largos del filme, sólo aparece fugazmente en dos
ocasiones, una en la gorra de un empleado de gasolinera, otra en un camión que
cruza la pantalla, mientras que el resto del tiempo se invierte en describir
pormenorizadamente la naturaleza de las islas, la variedad de sus gentes y la
alegría contagiosa de su carnaval... algo que no parece propio de un anuncio
que pretende vender las excelencias de BP y sus productos.
Esto nos lleva a
otra de las características de los films de Geoffrey Jones, la cual le sitúa fuera de la tradición de la
publicidad... y del documental, curiosamente. En sus filmes no aparece la voz
humana, no hay textos que guíen al espectador ni un mensaje que se superponga a
las imágenes. Éstas se ofrecen desnudas al espectador que tiene que unirlas,
interpretarlas y completarlas. Imágenes desnudas excepto por la música que las
acompaña, aunque “acompañar” sea una mala forma de calificar la unión entre
imagen y música en la obra de Geoffrey
Jones. Como en los cortos de Norman
McLaren, aunque sin su vocación abstracta, las imágenes danzan al ritmo
de la música y ésta es la que marca el ritmo del montaje, y no al contrario,
como es habitual. Una característica, el montar basándose en la música, que se
ha convertido en un tópico aplicado a muchos nombres egregios, pero que sólo
unos pocos, como Jones y McLaren, pueden reivindicar con
justicia. Pasemos, por tanto a examinar la edición, que es lo que supone que
trata este artículo.
Imagen
Hay una especie de
ley inversa que dice que cuanto menos vista ha sido una película, tanta mejor
calidad de imagen tiene. Esto se debe simplemente, al menos en los tiempos del
celuloide, a que el máster no ha sido utilizado para hacer demasiadas copias y
éstas no han sido proyectadas demasiadas veces, con lo que el desgaste del
material es, por tanto, mucho menor que el de una película de éxito o que ha
sido revisada durante decenios por los aficionados. En el caso que nos ocupa,
el material recopilado por la BFI consiste en películas auténticamente de
temporada, proyectadas públicamente sólo en un breve espacio de tiempo tras su
concepción, para ser olvidadas al poco, y que provienen directamente de los
archivos privados de las compañías implicadas, Shell, BP y British Rail. Unos archivos donde, resulta triste
decirlo, el cuidado y la conservación (a pesar de ciertos defectos mínimos)
recibido por estas películas excede con mucho el de filmes famosos custodiados
por majors no menos famosas, como bien puede verse en la captura
que sigue, proveniente de Rail (1965).
Es difícil
encontrar reparos a una imagen como esta. Sírvanos por tanto como ejemplo y
modelo de la calidad que el comprador de la edición puede esperar. Sin embargo,
hay que señalar que, a partir de 1975 y hasta 2003, la carrera de Geoffrey Jones se interrumpe
prácticamente, limitándose a la confección, siempre en camino pero nunca
terminada, de The Season’s Project. En este único caso la calidad de
imagen es bastante inferior a la del resto de los filmes, lo cual es atribuible
al material de origen (suponemos que las copias de trabajo) y no al proceso
editorial del BFI.
En otros cortos,
como A Chair-a-plane Kwela (2003), Geoffrey Jones rescata material que había rodado en los años 50
del siglo pasado. Evidentemente, un material en bruto que se ha pasado
cincuenta años olvidado en un cajón, no puede tener la calidad de ahora mismo,
ni la de un film recién terminado, pero esto es algo que Geoffrey Jones no se preocupa en
ocultar, sino que incluso resalta, como puede verse en la captura que sigue.
Como siempre
agradecer al BFI que no haya intentado una restauración intrusiva, que
produjera unos filmes más perfectos de lo que eran en origen.
Sonido
Como he indicado en
la introducción, un filme de Geoffrey
Jones no puede concebirse sin la música que le acompaña. Basta señalar
que en varias ocasiones, la partitura fue compuesta y grabada antes de realizar
el corto (y no al revés como es lo habitual), el cual se construyó adaptándose
e inspirándose en la música, de la misma manera que un bailarín planifica su
actuación en función de los ritmos, la melodía y la estructura de la partitura
que va a danzar. Además hay que tener en cuenta que la música de los cortos de Jones no es una banda sonora al uso,
es decir, un medio de amplificar los puntos fuertes de la historia y de ocultar
los débiles. Por una parte, en sus filmes se hace un amplio uso de música
popular de los lugares ilustrados e incluso de composiciones pop de la época,
pero al mismo tiempo se incluyen piezas de música clásica contemporánea y de
música electrónica (no confundir con el tecno de ahora mismo, piénsese
mejor en música clásica electroacústica). Este mestizaje provoca que tampoco le
importe demasiado distorsionar piezas clásicas cuando así le parece necesario,
como en el caso de Locomotion (1975) donde se escucha una versión del Dies
Irae gregoriano a
ritmo acelerado.
Podría esperarse
por tanto, que en una edición de estas características, el sonido estuviera a
la altura de las circunstancias. Sin embargo, en los primeros cortos, y debido
a los sistemas de grabación de la época, es audible un cierto
siseo/chisporroteo que desaparece en cortos más recientes. Como ya he indicado,
y es característico de las ediciones de BFI, se ha preferido dejar el material
en bruto, sin emprender restauraciones abusivas que pudieran distorsionarlo,
política que me parece la mejor posible. Excepto estos detalles técnicos, señalar
que las piezas de los cortos se escuchan con claridad, lo cual no hace sino
contribuir al efecto final de los cortos de Geoffrey Jones y a que uno desee grabar dichas piezas, para
escucharlas con más tranquilidad, sin la distracción que suponen las imágenes.
Una impresión contraria a que le me suelen provocar las bandas sonoras, que sin
las imágenes que ilustran, me aburren a los pocos minutos.
Extras
BFI no suele
distinguirse por la cantidad de extras que embute en sus ediciones, pero la
calidad de los que incluye suele compensar la ausencia de otros contenidos. En
este caso, por una parte se cuenta con un interesante folleto informativo de 16
páginas donde se comentan brevemente cada uno de los cortos, centrándose en las
vicisitudes de su concepción, producción y, por supuesto, el resultado final de
los mismos, además de, entre corto y corto, hacer un breve resumen de la
biografía de Geoffrey Jones. El
extra más interesante, sin embargo, es la
entrevista de 30 minutos al propio Geoffrey Jones. El director, como cualquier persona que comenzara
su vida profesional en los años 50 se ha convertido en un señor de edad
avanzada, un abuelete con un montón de anécdotas que contar y sin ningún reparo
en hacerlo (increíble e hilarante la del pase preliminar de Locomotion).
Un relato nostálgico en ocasiones, pero siempre narrado con una energía que no
se espera en una persona de esa edad y
que deja bien claro que la fuerza y brío que se encuentra en toda su obra, es
simplemente la energía y espíritu del propio director.
Contenido
Aquí y allá he ido
señalando algunas de las características que me hacen considerar este DVD y los
cortos que contiene como uno de los descubrimientos del año. Hacer notar
únicamente que, como cualquier gran autor de obra mínima, cada uno de los
escasos nueve filmes que constituyen toda su filmografía es distinto a los
demás, inconfundible e irrepetible, sin las repeticiones, titubeos o tiempos
muertos de autores más prolíficos o más generosos. Pocos directores han sido
capaces de transitar, como ha hecho Geoffrey
Jones, de un canto emocionado a la tecnología y el progreso en This
is Shell (1970) a un canto
no menos sentido a la naturaleza y sus ciclos en The Seasons Project
(inacabado), o contrastar el duro trabajo para mantener abiertos los
ferrocarriles británicos en Snow (1963) con la alegría
desbordante del carnaval en Trinidad y Tobago (1964). Sin contar el
resumen en apenas 15 minutos de la historia del ferrocarril británico (y por
ende del ferrocarril mundial) en Locomotion (1975), o la vibrante
descripción del funcionamiento de la red ferroviaria en Rail (1965) o
la alegría juvenil de los dos cortos A chair-a-plan Kwela y A
chair-a-plane Flamenco (2003) montados 50 años después de su rodaje.
Estamos ante una edición, por todo lo dicho, que en mi opinión debería estar en
la videoteca de todo aficionado.
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