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jueves, 3 de noviembre de 2011

Evolution or Revolution? (y III)

But if organized block migration does not need to be retrieved from the revisionist dustbin as a major theme of the thirty years after 376 and placed alongside the population flow of increasing momentum observed in in the last chapter as an important migratory phenomenon of the first millennium, it did not take the form traditionally envisaged. The groups who crossed into the Empire derived from a barbarian world that was already politically, economically and socially complex. They were not peoples, at least in the sense of culturally homogeneous, more or less equal population groups whose departure emptied the landscape from which they came. Nonetheless, we are still looking at mass migrations in two senses of the term. Even if they still only encompassed an elite, the inclusion of freemen warriors and their social and familial dependants make for major migrant groups numbering several tens of thousands of individuals. The migrations were also mass in the qualitative sense used in migration studies, in that the flow administered a distinct political shock at its point of departure or arrival, or indeed both. The migrants who brought down Rome's east and central European frontiers quickly stacked up between them one emperor dead on a battlefield along with his army, a forced reversal of standard imperial policies towards migrants, and the extraction of some key provinces from full imperial control. The shock on the lands the left behind is equally marked. It is to this subject, the age of the Völkerwanderung beyond the Roman frontier, that we must now turn our attention.

Peter Heather, Empires and Barbarians.


Siguiendo con mis lecturas sobre la antigüedad tardía y la edad media temprana (aquello que antes se conocía con el nombre de la caída del Imperio Romano), he llegado a el libro que cito arriba, escrito por Peter Heather, el cual publicó hace unos años una obra ejemplar (The Fall of the Roman Empire) sobre los cien años que median entre el 378 d.C y el 475 d.C, es decir, desde que el Emperador de Oriente Valente y gran parte de su ejército fueran masacrados por los godos en Adrianopolis, hasta que el último emperador de Occidente, Rómulo Augustulo, fuera depuesto por el condotieri bárbaro Odocrao.

Como ya he señalado la mayoría de los libros que estoy revisando son una respuesta a la revolución desencadenada por Ward Perkins (cuya obra será el objeto de mi próxima entrada) poniendo coto a los excesos de una escuela que subrayaba el aspecto de continuidad y permanencia en ese tránsito de la Antigúedad a la edad Media, hasta hacer olvidar los aspectos catastróficos y destructores del asentamiento de los bárbaros germanos en el Occidens Romano. En ese sentido, la obra de Heather que comento aquí es un experimento necesario, ya que al contrario que la mayoría de los estudios, centrados en el impacto de los bárbaros sobre el Imperio Romano, está obra busca narrar la caída del Imperio y posterior formación de los estados sucesores , desde el punto de vista de los bárbaros, intentando identificar quiénes eran, hasta que punto se les podía considerar como pueblos en sentido romántico (entidades cerradas con rasgos culturales definidos), cual era su grado de organización política (y por tanto su resistencia a la absorción por parte de las culturas sometidas) y sobre, todo, en que medida estas migraciones fueron simplemente las de unas élites que se superpusieron a una inmensa población nativa, o en cierta manera fueron asentamientos de grupos humanos completos, es decir de familias enteras, entre las cuales había diferencias sociales.... todo ello sin contar con que Heather no limita su estudio a los bárbaros germanos, sino que aborda la expansión de los eslavos (que no lo olvidemos, llegaron a dominar del Elba al Volga, del Báltico al Mediterraneo) o las de los escandinavos.

Hay que reconocer que simplemente ese intento por narrar la historia desde otro punto de vista es ya por sí un triunfo, más si se añade a él la profusion de datos arqueológicos que Heather maneja y su conocimiento profundo de las fuentes contemporáneas, acompañada de un raro instinto para valorar cuando son fiables y cuando no. Fracasa no obstante en mantener el mismo grado de unidad y de detalle en toda la obra, en la que sus dos terceras partes están decicadas a los siglos IV y V mientras que solo un tercio a eslavos y escandinavos y al resto del periodo hasta el siglo X, lo cual no sólo se debe a la escasez de noticias referentes a estos últimos, sino a una desagradable tendencia a repetir los mismos argumentos en multitud de ocasiones, sin que estos aporten nada nuevo.

No obstante, la visión de Heather queda bastante clara. La realidad (con todas las precauciones con que ese término debe utilizarse en historia) es más parecida a lo que nos enseñaron que la opinión de la escuela en auge desde los años 60 del siglo pasado, aunque la opinión tradicional es asímismo completamente insostenible. O por matix, esos pueblos bárbaros no eran unidades monolíticas que desplazaban a los habitantes de los territorios donde se asentaban y dejaban desiertos en las áreas que abandonaban. Esas migraciones tuvieron mucho de élite, en el sentido de que fueron una minoría que no involucró al total de la población, pero a pesar de ellos tuvieron caracter de másivas, ya que los ejércitos de decenas de miles de soldados necesarios para derrotar a las fuerzas romanas, fueron acompañados por sus familias y sus dependientes, de manera que esos bloques tenían el peso y la densidad suficiente para causar cambios permanentes en sus lugares de llegada, especialmente si la autoridad romana se derrumbaba, como en el caso de la Inglaterra anglosajona o en las zonas cercanas al Rin que pasaron de ser de habla latina a habla germánica.

Otro mito que se derrumba es el de los bárbaros como hordas desorganizadas, un aspecto que Heather demuestra contundentemente es que los pueblos que se asoman a la frontera romana en el siglo IV tenían estructuras protoestatales que les permitián sacar al campo de batalla decenas de miles de soldados y poner en jaque al imperio romano. Un fortalecimiento y un crecimiento en su complejidad que quedan simbolizados por un simple detalle, el hecho de que allí donde Tacito en el siglo I, enumeraba decenas de tribus germanas, Amiano Marcelino en el cuarto, apenas cita las que se pueden contar con los dedos de una mano, es decir, que las miriada de tribus independientes, fácilmente sometibles por los romanos, había sidos substitido por amplias confederaciones que a los romanos les costaba mantener a raya. Una transformación provocada por el propio imperio romano, que en su politica del palo y la zanahoria, de utilizar ataques preventivos contra las tribus revoltosa y entregar subsidios a las que fueran fieles, había contribuido a crear un presión selectiva en la que sólo los más fuertes y mejor organizados podían sobrevivir.

Una política aparentemente razonable, pero que con el tiempo se reveló suicida, ya que la riqueza que el imperio romano (y luego el Carolingio) repartía  entre sus pueblos limítrofes y mucho más la que atesoraba tras sus fronteras crearon un auténtico efecto llamada que atraía a las fronteras a todos los pueblos deseosos de adquirir riqueza y poder, y que por tanto, en vez de estabilizarlas las debilitaba, al crear un continuo estado de conflicto. Conflicto que llegaría a su paroxismo cuando dos pueblos de las estepas, los hunos en los siglos IV-V, los ávaros en el VI-VII, con su expansión hacia el ámbito romano provocarán un auténtico efecto domino, de forma que en vez de enfrentarse a incursiones espaciadas temporal y geográficamente, el imperio romano se viera sometido a una lluvia constante de invasores que no pudo detener ni doblegar, hasta provocar la caída del Imperio de Occidente en el siglo V, y casi la del de Oriente en el VII, del que sólo quedó el muñón del Imperio Bizantino

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