Páginas

lunes, 10 de octubre de 2011

The TDS Files (XVIII): La Felicidad, Medvekin


Como todos los lunes, toca rescatar uno de los artículos que escribiera para Tren De Sombras, en esta ocasión, se trata del primero de dos artículos, dedicados a la película la Felicidad de Medvekin y al documental que Marker rodara sobre este autor.

Dos obras mayores del cine y que descubrí por mera casualidad, fiado de mi olfato y mis instintos. Así que no les digo más, aparte de que ya no sé escribir tan bien, y les dejo con el artículo dedicado a la felicidad, para invitarles a disfrutar de Marker la semana siguiente.

ЯВЮЯРЭЕ (La felicidad)

Producción: MosKino Kombinat Studios 1934 URSS
Dirección: Alexandr Medvekin
Guión: Alexandr Medvekin.
Fotografía: Gleb Trovanski.
Diseño de Producción: Aleksei Utkin
Reparto: Piotr Zinoviev, Elena Egorova, Lidia Nevacheva

Hoy, por primera vez, he visto reír a un bolchevique – S. M. Eisenstein

Historia, propaganda y política

¿Qué es la felicidad?

Es casi imposible, al analizar las películas de la era estalinista, realizar una separación entre el cine y la política. Cada una de esas obras era ante todo un arma de propaganda, pensada y concebida para propagar la “línea general del partido” que los órganos centrales habían aprobado como mejor estrategia para ese momento y esas circunstancias particulares.

Así, la época de la NEP (Nueva Política Económica) cantará a la lucha contra el Zarismo y las rebeliones en su contra, subrayando siempre el papel predominante de los bolcheviques y eliminando cualquier referencia a las otras corrientes políticas que habían derribado al Zar, al igual que habían desaparecido en el agujero negro del GULAG. Años más tarde sería el momento de cantar las excelencias de la colectivización del agro, aunque ésta no fuera más que uno de los mayores fracasos del experimento soviético, plasmados en las hambrunas que sacudieron Rusia y en la eliminación física de cualquier opositor, bajo la acusación de Kulak y enemigo del pueblo. Vendrían luego el canto a los héroes del partido, siempre prestos al sacrificio, siempre en la vanguardia de la producción, las loas al padrecito Stalin y su tutela continua del país, las amenazas a los enemigos del paraíso socialista, las hazañas del gran pueblo ruso durante la gran guerra patriótica, etc, etc, etc.

La historia, la política, el presente, la realidad, reinterpretados a la luz del partido y sus consignas.

Entre todas ellas, sin embargo, La felicidad de Medvekin, constituye una excepción, casi un milagro, Primero por sus tintes de comedia/sátira, alejada de la seriedad e importancia con que otras obras se arropaban para no atraer las sospechas de censores y partido (sospechas, por cierto, que podían acabar en algo peor que la prohibición del material). Segundo, y no menos importante por su forma antirrealista, opuesta a la presentación, dictada por “la línea general” del realismo socialista, del obrero-coloso, del soldado-héroe, del campesino-modelo, del líder-padre-dios...

La realidad inexistente pero que se suponía esperaba escondida en las brumas del futuro.

El futuro que nunca llegaría. 

Cuento y leyenda populares


Ésta es la historia del infortunado Jmir, de su mujer/caballo, Anna, de su opulento vecino, Fosca....

Desde los primeros fotogramas descubrimos que hemos entrado en un mundo distinto, el mundo irreal, pero al mismo tiempo acogedor, cercano y cálido de la narración y el cuento popular. El medio de la fábula, aparentemente infantil e inocente, pero que desde Esopo, ha sido utilizado para decir las verdades que no se pueden decir a la cara... aunque el mito nos avise que Esopo murió linchado a manos de los habitantes de Delfos. ofendidos por una de sus fábulas.


En este mundo recreado por Medvekin hay imágenes, como este fotograma, que parecen ilustraciones extraídas de alguna colección de cuentos rusos, con su luna enorme, pegada en el cielo con un alfiler, con sus arquitecturas imposibles, con sus paisajes irreales. Conviene tener muy en cuenta este punto, puesto que una visión apresurada nos llevaría a calificar esta obra como surrealista, cuando en realidad es onírica, En efecto, los símbolos, y hay muchos en esta obra, no se hallan allí para desconcertar al espectador, como reclamaría la estricta praxis surreal, sino para ser decodificados y comprendidos al instante... especialmente por un público iletrado y campesino cuya única forma de cultura, de alta cultura, podríamos decir, había sido precisamente la de las narraciones transmitidas oralmente de generación en generación.

Así, para señalar la diferencia entre el rico Fosca y el pobre Jmir, los primeras escenas nos los muestran separados por un muro altísimo, erizado de cristales rotos, a través del cual, por un agujero en la madera, Jmir asiste al opíparo almuerzo de su vecino... almuerzo que sigue estrictamente las narraciones del país de Jauja, tal y como lo hubiera plasmado el propio Breughel, puesto que Fosca no tiene ni que alargar la mano para alcanzar la comida, son los propios pasteles los que saltan a su boca.

De la manera más sencilla, como en las fábulas, se nos ha dado la clave y casi la respuesta a la pregunta con que se abría la película. Para Jmir, su mujer Anna y su anciano padre, la felicidad consiste precisamente en eso, en lo más simple, en, utilizando su propia expresión, vivir como un Zar, atiborrarse de  comida, tener los bolsillos repletos de dinero, no tener preocupaciones ni problemas.

Sin darnos cuenta, el símbolo aparente, el abismo entre ricos y pobres, propietarios y desfavorecidos, y la unidad entre estos últimos, que debía mostrarse según la ortodoxia del partido, se ha obscurecido y enturbiado. En el fondo, Jmir y Anna lo que quieren es ponerse en el lugar de Fosca, substituirle, ser como él. La felicidad a la que aspiran es una felicidad privada, no colectiva... y este aspecto va a perdurar a lo largo de toda la cinta, incluso en los segmentos dedicados al Koljós, donde el interés seguirá fijo en los tres personajes del principio.

Entretanto, en el transito del viejo al nuevo mundo que ilustra esta película, los símbolos, las imágenes naïf se van a multiplicar. Muchas de ellas resisten a toda interpretación y cabe preguntarse si tendrían explicación entonces, pero está claro que debieron haber fascinado a los (pocos) espectadores que la vieran, al igual que siguen fascinando ahora, cuando tanto simbolismo rompedor y vanguardista se ha revelado como lo que era antaño y entonces, un vano y huero esteticismo.

Ese poder de fascinación no radica en otra cosa, como ya hemos dicho, que en su relación directa con toda literatura popular, el mundo al revés recopilado en los cuentos de los hermanos Grimm, la fabula de animales sabios o las tradiciones del folklore. Así, al granero del Koljós le crecerán piernas y emprenderá la huida, perseguido por nuestro héroe. Los ladrones que irrumpen en la casa de Anna y Jmir se apiadan de él y le dan limosna al comprobar que toda su riqueza no es más que apariencia, fachada... la cual, en el fondo, es la única moneda válida de este mundo.

Sin contar, claro está los increíbles rasgos de humor, dignos del mejor dibujo animado, y también tomados directamente de las fiestas populares, pero que se tornan en imágenes no menos ominosas, aligeradas sólo por ese mismo humor, como los soldados cuyo rostro es una máscara sonriente y que se llevan preso a Jmir... los vanos intentos de Jmir por escapar del comisario del Koljós, escondiéndose en un baúl del que sobresale el mayal con el que trillaba... o la victoria final de los koljosianos sobre los kulaks, a base de melonazos y sandiazos.

Un material que debió hacer devanarse los sesos a los censores de Stalin, perplejos al no encontrar el suficiente compromiso y seriedad política que los tiempos reclamaban.

La felicidad buscada

Ve a por la felicidad y no vuelvas con las manos vacías.

Pero... ¿Cuál es esa felicidad que Anna manda buscar a su marido? 

Como el héroe de los cuentos, el destino, la recompensa, la felicidad, no se encuentran en el lugar de nacimiento, hay que salir a buscarlos. Hay que conquistarlos. Sin embargo, como en los cuentos y en contra de tanto la ideología de aquella época y también de la nuestra (y esto no es una contradicción), la riqueza, la felicidad que conlleva, como no hace más que repetir la cinta, no se consigue con el trabajo y la dedicación, sino mediante golpes de suerte, consiguiendo los bienes, escasos, que otros pierden, y por la que otros no vacilan en matarse.

Una vez obtenida esa riqueza, esa felicidad, ¿qué queda por hacer? Ante todo, no morirse antes de tiempo, como lamenta Jmir ante la tumba de su padre, muerto al intentar robar los pasteles del rico Fosca, pero sobre todo demostrar que se tiene esa riqueza, esa felicidad... erigiendo altos muros, erizándolos con cristales, poniendo enormes candados en las puertas, para que todos vean la felicidad de ese hogar, la misma felicidad a la que ellos no pueden aspirar.


Hay otra felicidad sin embargo, una felicidad más utópica y, se podría decir, más profunda. En un momento de la cinta, cuando Anna cae agotada por el esfuerzo de la labranza, Jmir recoje flores por los campos, la entierra prácticamente con ellos, y entona una romanza en la que ambos son Zar y Zarina, el único momento lírico, casi romántico de la película... pero que al mismo tiempo nos hace volver al punto de partida.

La felicidad que ambos comparten, como Zar y Zarina, se cifra en comer y dormir, en no tener que trabajar, y, ante todo, es una felicidad privada, circunscrita a ambos, en la que otros no pueden ser admitidos, que otros no pueden compartir... contraria por tanto al espíritu colectivo y colectivizador que era la norma en aquellos tiempos.

Pero incluso esa felicidad más profunda, más cotidiana, más burguesa, en definitiva,  no es más que un sueño, como Jmir descubre al principio de su búsqueda y volverá a descubrir al final de ésta, agotado ya el dinero. Cada hombre vive en una encrucijada, donde los caminos y los destinos ya están marcados, expresado de nuevo con las palabras de un cuento....

...si vas a la izquierda, de muerte morirás, si vas todo recto, de muerte reventarás, si vas a la derecha, ni vivirás, ni morirás...

...porque ningún camino de este mundo lleva a la felicidad...

Lo viejo...

...a continuación, azotaron a Khmir durante 30 años y le dispararon en 12 frentes de batalla y siete veces lo mataron en los Cárpatos, lo que hizo que perdiera la confianza en la felicidad...

Para su desgracia, Jmir vive en el mundo de antes de la revolución. Desde que nació, y hasta que reviente, será un campesino. Solo por eso, la felicidad está proscrita para él.

Su vida se limita al trabajo, embrutecedor, enloquecedor. Medvekin lo muestra con elocuencia, obligando a Jmir, en otra de las grandes secuencias oníricas de la obra, a arar un campo cuesta arriba, que revienta a su caballo, y cuya labranza sólo puede ser concluida unciendo a Anna al yugo, lo cual acaba también casi con su vida.

Podría pensarse que los sufrimientos de la pareja, como la progaganda de entonces y de ahora nos hace creer, serían recompensados una vez obtenida la cosecha. Sin embargo, de Jmir, del agricultor, depende toda Rusia y como plaga de langosta caen sobre él tras la siega. Quiera o no, tiene que vender su cosecha al precio que le dictan. De lo poco que obtiene, pagar impuestos y de lo que le ha sobrado, alimentar a clérigos, monjas (extrañamente ligeras de ropa, por cierto) y pedigüeños... hasta que se queda con las manos vacías, como al principio.


¿Qué hacer entonces? Se pregunta Jmir, y por primera vez, anunciando la segunda parte de la película, el foco se desplaza de la búsqueda de la felicidad, a otro problemas más acuciante, más real, presente aún hoy en día, el cómo vivir en un mundo donde la felicidad no existe ni podrá existir jamás.

Jmir sólo encuentra una respuesta. No es la rebelión, ni la revolución, ni la transformación de la sociedad en otra más justa, puesto que él no está buscando la felicidad de todos, sino la suya propia.  Se trata, por el contrario, del suicidio, de abandonar de una vez por todas el mundo que no le concede lo que él quiere.

Ni siquiera eso le será permitido. Los pobres, los miserables, los humillados y ofendidos, no tienen derecho a nada, ni siquiera a la muerte. Si cundiese el ejemplo de Jmir ¿Qué sería de esta tierra? Los ricos y poderosos tendrían que ponerse a trabajar (¡De nuevo el mundo al revés! ¡Otra constante de la película!). Por esta razón la tranquila isba de Jmir, el lugar del que nadie se acordaba hasta ese instante, se ve repentinamente inundado de gente, funcionarios, religiosos, militares.

Doctrina. Leyes. Tradiciones. Amenazas. Todas las palancas del estado y la cultura se utiliza para que Jmir desista de su empeño y recapacite. No lo consiguen. No queda otro remedio que llevárselo y convertirlo en soldado... Si tanto quiere morir, al menos que lo haga por otro, que sea útil incluso en el momento de su muerte (y extrañamente, o quizás no, esa doctrina zarista será también la doctrina estalinista).

...y lo nuevo

...¿Cómo no voy a llorar? vivir como antes, ya no lo puedo hacer, vivir como ahora, no sé hacerlo...

La segunda parte de la película transcurre tras la revolución, en el Koljos en el que se ha integrado Jmir. Podría preverse que esa parte consistiera simplemente en una loa del nuevo régimen, señalando como había acabado con los privilegios y desigualdades del zarismo. De hecho, así lo hubiera dictado la ortodoxia.

Sin embargo, allí tampoco está la felicidad y Jmir ha sufrido demasiado para seguir buscándolo. Como ocurre a la mayoría de los hombres, ha llegado a un momento en que no sueña nada, no aspira a nada, no reclama nada. Sólo aguarda a la muerte y en esa espera va perdiéndolo todo, su mujer Anna, el poco trabajo que le confían, la estima de sus compañeros... bien por su propia incapacidad para adaptarse al new brave world comunista o bien por la presión de los nuevos desheredados (y resulta paradójico que en el paraíso haya tanta gente viviendo fuera del sistema y en la más absoluta miseria) que intentan hacerse por todos los medios con la comida que produce el Koljos.


Como si la segunda parte fuera un reflejo de la primera, de nuevo Jmir encuentra que no pertenece a ese mundo. Como en tiempo de los zares, ni siquiera le queda la posibilidad de apartarse de los demás y vivir a solas, para sí solo. Esa vía ha sido vedada por el nuevo régimen. Si quiere vivir tiene que ser productivo, trabajar y seguir las instrucciones de los nuevos amos.

Extrañamente, la respuesta al cómo vivir en ese mundo nuevo está en las palabras y acciones del antiguo Kulak, Fosca, que se ha infiltrado en el Koljós, Destruir, negárse a colaborar con el sistema, la revolución contra la revolución convirtiendo en activismo lo que en Jmir es simple pasividad...

Obviamente, Medvekin, un idealista bolchevique que creía firmemente en la colectivización y en el bien que supuestamente estaba trayendo a la URSS, no  está del lado de Fosca, ni propone la abolición de los Koljoses. Jmir acabará defendiendo la granja colectiva y denunciando a sus enemigos, como lo mandaba la ortodoxia (¡era imposible que los liberados por la revolución se opusiesen a ella!), pero en aquellos tiempo desquiciados, la sola representación del posible desapego de la población ante la revolución socialista, la insinuación de que algo así podía estar pasando en el paraíso socialista era más de lo que las autoridades podían tragar... y de hecho no lo tragaron.

La felicidad encontrada

¿Qué es la felicidad?

Obviamente, en la URSS de los años 30, un poco antes de que se desencadenara el terror, no podía tolerarse que un producto artístico terminase de otra forma que no fuera con un final feliz. Hacer lo contrario supondría admitir lo que era ya evidente, que el experimento, la ingeniería social de la cual habría de nacer el paraíso en la tierra, había fracasado por completo.... y eso, en aquellos tiempos, era más que peligroso.

La ficción que mantenía la URSS de una pieza tenía que ser mantenida a cualquier precio. Khmir y Anna tenían que encontrar obligatoriamente la felicidad al final de su camino. Sin embargo, el modo que la encuentran no deja de ser irónico, y explica, como tantos otros detalles del film, la prohibición y el olvido en que cayó la película justo tras su estreno.

Los protagonistas no encuentran la felicidad en el Koljós, trabajando con la colectividad y con el objetivo de construir la patria del socialismo, muy al contrario, consiguen esa felicidad abandonando el campo y marchándose a la ciudad, para allí, comprar en grandes tiendas, vestir como lo hacen los ricos, llenarse el buche con buena comida.

Y su mayor diversión no es otra que contemplar como los que son más pobres que las ratas se matan entre sí por conseguir los andrajos que ellos han tirado al camino.



Extraña conclusión ésta para un bolchevique... que no haya felicidad colectiva, sino personal, y que esta felicidad personal consista en la infelicidad de los otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario