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miércoles, 10 de agosto de 2011

A truly golden age


Desde la primera vez que la vi, he tenido sentimientos encontrados con la segunda colaboración Dali/Buñuel, L'âge d'or.

La primera y más importante es su radical diferencia con respecto a Un Chien Andalu, la obra que la precediera, hasta el extremo de parecer haber sido compuesta por personas completamente distintas. Allí donde la primera era un torrente de imágenes que no dejaban respiro al espectador y en la cual podían descubrirse una series de constantes temáticas que permitían encontrar un cierto sentido a la historia desmembrada que se aparentaba contar, la otra, en parte por su mayor duración, jugaba a ocultar sus cartas, extendiéndose en largas secuencias de ritmo lento donde nada parecía suceder y que no alcanzaban ningún climax, ni parecían tener relación con lo que acontecería a continuación, más allá de la presencia constante de los mismos actores.

Así, L'âge d'Or se convertía en una experiencia frustante, desde el punto de vista del espectador, lo que no dejaba de ser una ironía, ya que el principal motivo de esta cinta, presente en sus escenas centrales, era precisamente la frustación sexual, la imposibilidad de ambos amantes protagonistas para consumar sus deseos, bien por intervenciones externas, bien por su propia incapacidad y/o fetiches... un tono general que debía haberme puesto en guardía, haciendo que reflexionase sobre porqué no debía esperar lo mismo de una cinta que de la anterior, aunque sus autores eran los mismos.

El primer punto, por supuesto, es que sus autores no eran los mismos, aunque yo no lo supiera en ese instante. Según parece, Dalí apenas estuvo presente en el rodaje y de hecho abjuró del resultado final, alegando que Buñuel había distorsionado y traicionado sus propósitos, de forma que en realidad L'âge d'Or es casi por completo una obra Buñuelesca, despojada de la pirotécnia Daliniana, y por tanto, más sobria y restringida en su expresividad, sin que eso signifique que sea menos subversiva o revolucionaria.

Es precisamente esta sobriedad en la que reside gran parte de su impacto. Mientras que la primera obra podía ser despojada de su veneno, explicándola como una sucesión de imágenes estéticas, surrealistas, pero hermosas, tal análisis es imposible en este caso, donde resulta casi imposible, excepto en un caso muy concreto, extraer una imagen y separarla de sus intenciones subversivas, ya que en todo momento estas buscan evitar la belleza que podría justificar ese camino de huida o bien dejan bien a la vista aquello que en su tiempo no podía ser representado o ni siquiera pronunciado.

A este intento por evitar que la película contenga en sí lugares donde un espectador timorato pueda refugiarse, contribuye ese aspecto deslavazado de la propia narración compuesto por secciones aparentemente dispares que se alargan más de lo debido, especialmente para alguien (como fue mi caso) que viniese atraído por la impresión de la cinta anterior. Una secciones que, como he dicho antes, sólo se mantienen unidas por la presencia de los actores principales y donde las seccuencias de unión están especialmente concebidas para dejarlas abiertas, sin conclusión, y resaltar más aún si cabe esa disparidad entre sus partes.

¿Qué queda entonces de esta cinta? Mucho. Tanto que en su perfecta imperfección no tiene nada que deber a su hermana mayor, es más en ciertos aspectos puede ser mucho más revolucionaria y subversiva que esta, al dejar bien claras sus intenciones políticas y evitar ser reducida a un ejercicio estético inofensivo. El único defecto es que necesita de la complicidad del espectador, es decir, que éste sepa captar las múltiples bromas y referencias que Buñuel esparce a lo largo de la cinta para así poder reírse con ellas.

Algo que, en mi caso, ha necesitado una maduración de varias décadas, para que al final pueda disfrutarla por entero.


Y si se preguntan del porqué de las capturas, es porque esta entrada estaba inicialmente pensada para ser otra cosa, para explicar esta escena (cuyos fragmentos están esparcidos a lo largo de otra más larga) que de siempre ha sido de las que más me han fascinado de esta película, incluso en esos tiempos en los que no me gustaba.

Una fascinación que se debe a ese juego entre la realidad y el arte, entre lo vivo y lo inerte, que nos plantea Buñuel, y que provoca que el protagonista masculino abandone el objeto de su amor para admirar el pie de una estatua de mármol, como si eso fuera más atrayente y lujurioso que la mujer de carne y hueso que estrecha entre sus brazos. Seducción y perversión que se ve reflejada unos instantes más tarde en su amante al ser abandonada, la cual comienza a lamer el pie de esa misma estatua, con completo abandono y voluptuosidad, culminando en un primer plano de la cabeza de la escultura, casi como si esta fuera a cobrar vida por la pasión con que es amada, al estilo del mito de Pigmalion.

Referencia clásica que puede parecer rebuscada, pero que es confirmada con un plano posterior, cuyo significado equivoqué durante mucho tiempo, pero que no es otro que el instante en que el protagonista ve a su amante metamorfoseada en estatua viviente...


...haciendo visible aquello que decía Bernini (o era su enemigo Borromini) cubrid a una persona de polvo blanco, hasta que se asemeje a una estatua de mármol, y descubriréis que es imposible reconocerle.

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