Los pocos que sigan este blog sabrán ya de mi inveterada constumbre de ver las exposiciones in extremis, justo cuando van a cerrarla. Este ha sido el caso de una de las más interesantes y menos visitadas de este invierno Madrileño, la retrospectiva del fotografo André Kertesz abierta en la Fundación Carlos de Amberes, y cuyos únicos defectos son el tener que pagar para verla y la ausencia de un catálogo de la exposición.
A estas alturas, no voy a descubrir nada si digo que Kertesz fue uno de los grandes fotógrafos del siglo pasado, aunque tal expresión suene a algo que no tiene conexión con nuestro presente; pero lo que sí nos enseña esta exposición es que el fotógrafo húngaro era uno de esos artistas polifacéticos, capaces de moverse con facilidad en varios registros y a los que resulta difícil etiquetar, mientras que otros como pudiera ser el caso de Capa, siempre los imaginamos en su faceta de reportero gráfico... sin que esta restricción suponga ninguna disminución en la importancia.
Un fotógrafo polifacético, cierto, capaz de cultivar diferentes estilo, pero sobre todo, como puede verse en la exposición, con la suficiente habilidad para adentrarse en terrenos aparentemente prohibidos para la fotografía, como la relación de amor/odio de este arte con la pintura, siempre considerada como la referencia de la cual había que desligarse para conseguir llegar a ser una forma artística plena.
Un ejemplo claro de lo que intento decir es la fotografía que encabeza esa entrada, una vista del pueblo parisino de Meudon, aparentemente una captura casual de un momento pasajero en la vida de esa población. Aparentemente, digo, porque puede observarse que la conjunción de elementos que se muestran, el tren que cruza por el puente, el hombre que marcha en primer plano con un cuadro, los tres paseantes que se alejan, no puede ser producto de una casualidad afortunada. La composición es tan perfecta que tiene que haber habido algún tipo de ensayo previo, una reconstrucción de la realidad mediante la que se haya conseguido una realidad más perfecta, ese enhancement que distingue la obra del aficionado del profesional.
Pero hay otro factor añadido que desgraciadamente no he podido llegar a comprobar. La fotografía en cuestión, su composición, es eminentenmente pictórica, evocando las vistas à plein air, de los impresionistas. De hecho, si mi memoria no me traiciona, estoy seguro de haber visto un cuadro igual en una de las exposiciones recientes, lo cual, de ser cierto, nos demostraría lo tenues que son las fronteras entre estas dos artes que intentan darse la espalda la una a la otra, huyendo del realismo extremo de la cámara en un caso, busccando capturar lo que el pincel no puede en el otro.
Una pictoricidad que resulta aún más evidente en la fotografía adjunto, donde se puede apreciar un rigor, casi una rigidez compositiva que recuerda la pureza y la sencillez de los bodegones holandeses, comparación que no está fuera de lugar, ya que se trata de un retrato de la casa del pintor abstracto holandés Mondrian, en un intento de realizar un retrato negativo, en el sentido pictórico, en el cual se nos muestra la personalidad de un personaje no por su representación, sino por la del entorno en el que habita y vive. Retrato especialmente pertinente y agudo en este caso, ya que, conocida la persona que habita estos espacios, traída a la memoria la obra por la que es recordado, parece que nadie más podría habitar allí sino es ese pintor y que la obra que crea cada día, se ha ido filtrando lentamente en su cotidianeidad, impregnándola y moldeándola.
Pero Kertesz no es sólo el fotógrafo que realiza fotografías cuasipictóricas, es también el fotografo cercano a los surrealistas, capaz de crear y capturar imágenes imposibles, como la que antecede, donde la utilización de espejos deformantes le permite moldear la realidad como si fuera arcilla en las manos del alfarero.
Y al mismo tiempo no sólo es un fotógrafo estrictamente formalista, preocupado por los modos y maneras de capturar y recrear la realidad, sino un artistas capaz de transmitir los sentimientos más cálidos y humanos, sin caer en la sensiblería o el sentimentalismo.
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Catherine
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