Como todas las semanas, excepto la pasada, por razones ajenas a mi voluntad, ha llegado el momento de revisar un corto de la lista recopilada por el festival de Annecy. En esta ocasión le ha tocado a Tex Avery y su corto King Size Canary de 1947 que no recordaba entre sus mejores, pero cuya visión hace escasos minutos sólo ha venido a confirmar lo frágil que es mi memoria.
En el mundo de la animación, el nombre de Tex Avery no necesita presentación alguna y está considerado con justicia como uno de aquellos artistas de la edad de oro de la animación comercial americana que llevaron a esta forma a una de sus cumbres, aún inalcanzable tras más de medio siglo de haber sido alcanzada, por razones que comentaré unos cuantos párrafos más adelante.
Pero antes, por si acaso hay quien no lo sepa, Avery fue la figura, con la discutible adición de Bob Camplett, que a finales de los 30 lideró la transformación de la Warner en el estudio legendario que todos conocemos. cuando hasta entonces su producción apenas había sido una mala copia de los cortos musicales de finales de los 20 y principios de los 30, muy por detrás de Disney o Fleischer, por citar dos nombres. No voy a señalar las características del estilo Warner, todos hemos crecido con ellos y yo mismo las he comentado en otras muchas ocasiones, pero si señalar que dada la calidad de lo que vendría después, encarnado en las figuras de Camplett, Freleng y Jones, la figura de Avery en la Warner siempre ha permanecido un poco en la penumbra para el espectador medio, que tendría problemas en recordar alguno de su cortos.
Este olvido se debe en parte a que sus cortos de esa época son claramente de transición, un camino en el que Avery y la Warner se van librando lentamente de los resabios del pasado, pero donde poco a poco van surgiendo las constantes de su estilo, claramente visible para quien conozca su obra posterior. Un obra posterior que será realizada en su mayor parte en la Metro Golden Mayer, tras que en 1941 Avery abandonará la Warner de resultas de una bronca mítica con los productores, por haber querido introducir en uno de los cortos de Bugs Bunny un gag demasiado sexual para las normas de ese tiempo... pues a pesar de su afamada libertad para con sus creadores, esta productora también tenía límites que no se podían traspasar.
Por ello, sería la Metro y no la Warner donde Avery crearía sus mejores productos y este corto aunque no sea de los que primero vienen a la memoria es un perfecto ejemplo. Avery es un maestro en romper nuestras percepciones, en hacer trizas ese contacto no escrito entre director y operador, por el que suponemos que lo que aparece en la pantalla es un reflejo de nuestra realidad y se halla sometido a las mismas reglas. Aprovechándose de esta confianza, y como los buenos prestidigitadores, charlatanes y timadores, el animador americano es capaz de hacer surgir lo imposible de lo posible cuando menos lo esperamos, como es el caso de la secuencia arriba mostrada, aprovechando la holgura que le da el medio animado, la ambientación de la acción en un mundo poblado por animales parlantes, para pillarnos con la guardia baja y llevarnos a su terreno.
Una vez que Avery ha conseguido esto último, la cosa no se queda ahí. Este animador es también un maestro en dar quiebros imposibles, llevando el corto por rutas que no estaban previstas en la premisa inicial, acumulando gag sobre gag en un auténtico ejercicio circense de más difícil todavía, que mantiene al espectador en vivo, incapaz de determinar cuando tendrá fin... todo ello acompañado por una animación de una expresividad y una energía pocas veces vistas, especialmente pertinente al ritmo desquiciado que acaban por tomar los cortos de Avery y que hace parecer tantas series de actuales, con su animación funcional y su dependencia de un único tipo de bromas (las supuestamente subversivas) como ejercicios de escolares que aprovechan la ausencia del maestro para mal remedar su maneras.
Y como siempre aquí les dejo el corto. Arrellánense en la silla y rían cuanto puedan, algo especialmente necesario en los tiempos en que vivimos y que no cambiará a corto plazo.
A mí Avery me parece una genialidad sin parangón. Un maestro de la animación que influyó a posteriores directores, y no sólo de dibujos, que ahí están los primeros Coen y su splastick para atestigüarlo.
ResponderEliminarSoy Crowley de Tengo Boca y No Puedo Gritar. Quería aprovechar para invitarte a un nuevo proyecto que pondré en marcha el próximo fin de semana. Gracias.
Avery es grandísimo, más y cuando se piensa que él (y otra gente como los Fleischer) eran auténticos postmodernos cuando el palabro ni siguiera existía. Postmodernos en el sentido de reelaborar de forma irónica los textos clásicos y de dejar a la vista toda la tramoya del invento (la selfawareness que dicen los anglosaxos).
ResponderEliminarRespecto a colaborar. Proponga ud, pero me temo que mi tiempo está un poco limitado, dada mi colaborarción en otras revistas interneteras...