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martes, 1 de marzo de 2011

Enigma
















Había comentado ya mis sentimientos de ambivalencia hacia la obra de Joris Ivens, los cuales no han hecho más que crecer con el visionado de su última película Une Histoire de Vent, realizada en 1988 un año antes de su muerte.

Una perplejidad que se debe a que existen dos Ivens, un poético/formalista preocupado por capturar la  variedad de gentes y lugares, y al cual le interesa poco el transfondo social del asunto o al menos no lo subraya, enfrentado a un Ivens eminentement político, propagandista de una ideología extinta (al menos hasta que las condiciones sociales empeoren los suficiente) y dispuesto a sacrificar su arte en aras de la victoria de la causa, siendo este el principal reproche que puede hacérsele.

En este sentido, Une Histoire de Vent pertenecería a su faceta más estética, al narrar en estilo pseudocumental, la última aventura de un cineasta, trasunto de él mismo, embarcado en la proeza imposible de capturar el viento en imágenes, algo que ya había hecho antes en su documental Mistral de veinte años antes.

Y digo "pertenecería" porque además de este retrato de un artista en sus últimos años, persiguiendo imposibles, la película constituye una apasionada carta de amor a china y a sus gentes, un país que se convirtió en una constante en la vida del director holandés, el cual lo visitó en tres momentos históricos completamente distintos, en medio de la guerra contra el invasor japonés a finales de los 30, cuando su gobierno era aún el del Kuomingtang, en los últimos coletazos de la revolución cultural, estando a punto de morir Mao, y en pleno proceso de disolución del comunismo y transformación a un sistema capitalista de mercado único a finales de los 80, justo antes de que tuvieran lugar las protestas y represión de la plaza de Tiannamen, que coincidieron con los días finales de la vida de Ivens.

En ese sentido, hubiera sido interesante conocer la opinión de Ivens sobre ese último giro de la historia china ya que nos hubiera permitido aclarar bastantes de los enigmas que el director nos plantea en esta película, ya que en ella se realiza un retrato fabulado y fantástico de una china en transición y movimiento, suspendida entre tradición y occidentalización, entre el maoísmo unificador y el dejemos florecer cien flores del que hablaba uno de sus lemas, sin que fuera posible prever el rumbo que iba a tomar, ni menos adivinar una mano rectora.

Un tiempo de cambios donde el futuro queda envuelto en la niebla y cuyo enigma encuentra su mayor ejemplo en el estallido con que concluye la película, el viento del desierto que barre a todo el equipo de filmación, excepto al propio directo, siempre esperándolo y siempre deseándolo; un símbolo que no sabemos explicar, pues tanto puede significar el encuentro del director con la revelación auténtica que desde entonces guíe su arte, haciendo vencer al Ivens formalista del que hablaba, o bien el triunfo final de la revolución, que a pesar de su debilidad presente, estalla incontenible, cambiando el mundo por entero, haciendo realidad, por tanto, las ilusiones del Ivens más político y combativo

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