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martes, 4 de enero de 2011
Regrets
Por continuar ejerciendo de abuelo cebolleta, les informo que hace ya muchísimos años, en septiembre de 1985, tuve el placer de ver Il Gatopardo en pantalla grande, en los cines Rosales, cuando aún había salas de esta ciudad de Madrid que proyectaban películas de tiempos pretéritos y no sólo las ultimísimas novedades. No sé si fue la primera vez que vi esta película, mi cinefilia acababa de nacer por esos entonces, pero sí les puedo decir que prácticamente fue la única vez que realmente vi esa obra. Il Gatopardo es una película que resiste muy mal los pases televisivos, debido a la riqueza de detalles que Visconti intenta embutir en cada plano, y que el la pequeña pantalla quedan completamente borrados y difuminados por la falta de espacio. Ni siquiera con la llegada del DVD se hizo justicia a esta película, nuevamente debido a que la resolución de ese formato no daba para más, y sólo ahora, con el Blue Ray, la experiencia se acerca un poco a lo que es verla en pantalla grande, absorbido por la pantalla y rodeado de la magnificencia pasada que el director italiano intenta resucitar.
Pero, dejando estos temas técnicos a un lado, los que sigan este blog ya saben que mis críticas son todo menos cartesianas y objetivas. Además, en este caso, mucho y mejor que lo que yo pueda decir, se ha comentado sobre esta obra entre obras, así que lo que sigue será completamente personal y subjetivo, por si alguien desea marcharse. En concreto, lo que voy a intentar explicar a continuación y que ha sido lo que más me ha sorprendido en este pase, fuera de volver a ver, en condiciones parecidas a antaño, la película que descubrí hace casi treinta años, es como, al envejecer, la repercusión que ejerce sobre mí, el mensaje que transmite, se ha modificado completamente, lo cual es el signo de un clásico, el poder hablar a muchas personas al mismo tiempo, en voces apropiadas para cada una de ellas.
Por supuesto, hace treinta años, cuando yo era joven, cuando mi vida aún estaba por escribir y el mundo me pertenecía, lo que más me importaba de esta película era su intencionalidad política, ese famoso hay que cambiar todo para que todo siga igual, que constituye el tema central de la cinta. Un mensaje, el de como la revolución, o la reforma, se descubre como lanzada e instrumentalizada por sus propios enemigos, que la desvirtúan y contaminan para mantener intactos sus propias prebendas y privilegios, acusando luego a esa misma revolución del fracaso de sus ideales, de la frustración entre sus seguidores, de la pervivencia de las injusticias contra las que se levantó.
Un estado de cosas, el de la breve revolución garibaldina en Sicilia, que no pertenece a un tiempo pasado y remoto, como quisieran hacernos creer, sino que es completamente actual, pertinente en un tiempo de crisis en que los errores económicos cometidos por unos pocos están siendo pagados por una mayoría inocente, que ve sus derechos recortados, las políticas que pudieran protegerles, caídas en el mayor de los descréditos, mientras que los auténticos culpables no reciben otra cosa que elogios y parabienes.
Cierto y tan verdad ahora como en 1859, pero, como he dicho ahora, ya no soy joven, ya soy viejo y el libro de mi vida está casi completamente escrito, faltándole apenas los párrafos finales, con lo que la parte de la película de Visconti que me concierne más ahora, es aquella que habla de la soledad y decadencia del príncipe de Salinas, de como a pesar de sus esfuerzos, de su astucia e inteligencia, él ya no pertenece al nuevo mundo que acaba de comenzar, se ha convertido en un extraño, en alguien sobrante e inútil, cuya única salida honorable es desaparecer sin que se oiga una queja.
Sabiendo que nada de lo que es propiedad exclusiva de la juventud le será ya concedido, ni volverá a disfrutarlo... ni mucho menos el amor.
Gracias, es un encanto recordar películas a la vez que se lee tu crítica, e ir pensando que tal vez es hora de volver a verla.
ResponderEliminarSólo una cosa, las opiniones nunca pueden ser "cartesianas u objetivas"
:-)
Ninovska
Ya lo sé, ya. Es una coña contra tanto pontífice cinéfilo que abunda por ahí...
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