Maldito sea el día que nací
el día que mi madre me parió
no sea bendito.
Maldito el hombre que alegre anunció a mi padre:
"Te ha nacido un hijo varón",
llenándole de gozo.
Sea ese hombre como las ciudades
que Yavé destruyó sin compasión,
dónde por la mañana se oyen gritos,
y al mediodía alaridos.
¿Por qué no me mató en el seno materno,
y hubiera sido mi madre mi sepulcro,
y yo preñez eterna de sus entrañas?
¿Por qué salí del seno materno
para no ver sino trabajo y dolor
y acabar mis días en la afrenta?
Jeremías, 20, 14-18
La última (y única vez) que me leí la Biblia entera, yo apenas era un chaval que iba al instituto y que entonces aún dudada entre la fe y su ausencia. En aquel entonces, todo el conjunto de libros proféticos me pareció una de las secciones más aburridas, pesadas y lejanas del libro santo, junto con las epístolas del nuevo testamento. Básicamente esos libros eran una continúa reiteración que giraba en torno a dos ideas: Haced esto por que Dios os recompensará, no hagáis esto otro porque Dios os castigará, y como corolario, ya no tenéis remedio, temed la ira del señor que está próxima.
Curiosamente, ahora que ya soy ateo, me han resultado una sección más que interesante, para sorpresa mía.
Libros como el de Jonás o el Daniel, son auténticas novelas ilustradas con poderosas imágenes, incluso con una vena humorística más que rara para el judaísmo bíblico, lo cual ha provocado que su recuerdo haya permanecido hasta nuestros días y hayan sido ilustrado infinidad de veces. Por supuesto, lo de "novela" ha sido dicho con toda intención, ya que como es sabido, el libro de Daniel es un producto del siglo II a.C, aunque intente narrar hechos supuestamente ocurridos en el siglo VI a.C, de forma que sus profecías, como toda las profecías, no son sino invectivas contra personas e instituciones contemporáneas, el odiado helenismo contra el que luchaban los reyes macabeos, bajo el disfraz de una autoridad pasada.
Sin embargo, incluso en los libros que recogen los discursos de los profetas de Israel se descubre que éstos estaban dotados de una auténtica vena poética, como corresponde a personajes públicos que deben arengar y convencer a las masas, para promover una determinada acción política. Libros como el de Isaias (los primeros libros, que se suponen suyos), Oseas o Jeremías, del cual he adjuntado un fragmento, sorprenden por la fuerza y la intensidad de su metáforas, por su agresividad y espectacularidad, convirtiéndolos en una lectura más que interesante, se sea o no creyente.
Además, en esta segunda lectura he encontrado un segundo aliciente, al estar familiarizado con la historia del periodo. Los libros de los profetas son eminentemente políticos y la voz del profeta es la de uno de los bandos en conflicto, lo cual significa mucho en el caso de reínos como el de Judá o Israel, situados entre los poderosos de este mundo, como Egipto, Asiria o Babilonia, frente a los que no quedaba otra opción que someterse o ser exterminados.
El ejemplo perfecto es de nuevo el libro de Jeremías. En el contexto de un oriente próximo post-asiria, con Babilonia y Egipto luchando por la supremacía, El profeta aparece como un firme partidiario de la alianza con Babilonia, para lo cual no duda en invocar a Dios y en amenazar con los mayores castigos y desgracias a los miembros del partido opuesto, al cual pertenece el mismo rey. Un conflicto interno, casi guerra civil, en el que sus enemigos utilizarán armas no menos poderosas, la prisión del profeta y la amenaza constante de asesinato, y cuya exasperación debería hacernos pensar sobre hasta que punto son ciertas las acusaciones de impiedad que los profetas dirigen a los reyes de Israel o Juda, o más bien encubren el hecho de que estos reyes no militaban en el bando elegido por el profeta, es decir, no preferían a uno de los superpoderes de la tierra frente a otro.
Incidentalmente, las profecías de Jeremías sobre el castigo que caería sobre Jerusalén por preferir a Egipto antes que Babilonia acabarían cumpliéndose, lo cual por supuesto, no supone ninguna prueba de intervención divina, más bien al contrario. En uno de los pasajes más sorprendentes de la Biblia, Jeremías amenaza a los supervivientes de la conquista babilónica con una nueva destrucción sino siguen al gobierno títere impuesto por los ocupantes. Sorprendentemente, los judíos que aún quedan abandonan al profeta y huyen todos a Egipto, provocando una de las rabietas más airadas que uno recuerda, durante la cual, Jeremías profetiza que Egipto será arrasado hasta los cimientos, sus templos profanados y su pueblo convertido en nómadas que vagarán por cuarenta años por el desierto, hasta que se les conceda un lugar de refugio muy lejos del Nilo.
Todo lo cual, por supuesto, nunca ocurrió.
Muy bueno, David, yo también pensaba en que eran como novelas, pero sabía esa dimensión política tan concreta de los libros de los profetas.
ResponderEliminarJavi
Era algo que tenía que ser evidente, puesto que en aquel tiempo y durante mucho más, religión y política eran la misma cosa, es decir, una manera de organizar la sociedad, pero que se nos había pasado completamente.
ResponderEliminarPor eso mismo, desde mi punto de aficionado a la historia, la Biblia se me revela ahora como un libro interesantísimo, aunque por las razones equivocadas (para los que lo consideran su libro sagrado, claro)...
Por Cierto, ¿eres el José Javier que yo conozco?
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