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domingo, 8 de agosto de 2010
(My) Wasted Youth (y II)
En puridad, esta entrada no debería haber sido escrita. Mi propósito era continuar con mis comentarios sobre los Anales de Tácito, anotar mis impresiones sobre el último libro que he leído acerca de la batalla de Leyte o atreverme con el reto de describir alguno de los cortos de Stan Brakhage.
Pero mi visionado ayer del último capítulo de Amagami SS, me ha he hecho replanteármelo todo, no menos el hecho ya confirmado de que esta serie del montón está empezando a consumir más de mi tiempo del que debería.
El caso es que la serie continúa en su tónica de describir estos amores juveniles en términos de curiosidad sexual, o como decía de forma más poética en la entrada anterior, como juego, exploración y descubrimiento, del cual ha sido eliminado todo el drama o la tragedia, para substituirlo por placer compartido entre los participantes. Una toma de postura estética que no sé muy bien a quien atribuir, si a los creadores del juego o a los adaptadores del anime, pero que además de su rareza y originalidad, especialmente en un ambiente, el japonés, que pasa sin solución de continuidad de la absoluta aversión por el contacto físico a la más extrema explicitud, si se permite el vocablo; se ve acompañada en este caso por una no menos inusual personalización de esos encuentros, en los que cada uno de ellos tiene su propio sabor, según conviene a las diferentes personalidades de los participantes.
Una aproximación que, recordando algo que leí hace muchísimos años sobre los poemas de Pedro Salinas, es esencialmente antiomántica, puesto que en ella el amor y sus eventos se muestran como rádicalmente gozosos, el medio de alcanzar la plenitud, sin que en su ejercicio se filtre el dolor, la desesperación o la tristeza, tan centrales a la experiencia romántica, capaz de estimar la enfermedad en el amado como la mayor de las bellezas.
Una postura, esta del antiromanticismo, o mejor definido, la del amor luminoso, cuya aplicación a rajatabla pudiera traducirse en una apreciable reducción de las producciones literarias, pero en una mejor y más prolongada salud mental.
Y a las pruebas me remito...
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