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sábado, 31 de julio de 2010

Underground

Yo no lloro las cosas del pasado, pues a ellas no ay retorno, pero lloro lo que tú verás, si as vida y atiendes en esta tierra y esta isla de España. Pues si ahora en este estrecho espacio ya parece que nos mantenemos de carreo, ¿que harán las postreras otoñadas?

Palabras de Yuse Benegas en la Tafçira del Mancebo de Arévalo

Desde muy pequeño me he sentido fascinado por otros lenguajes distintos del mío propio. Siempre, al contemplar palabras en una lengua extranjera, me preguntaba que querían decir y que tesoros guardarían. Mayor era mi fascinación si no utilizaban el alfabeto latino, ya que entonces se trataba de una doble barrera, la primera la de averiguar como se pronunciaban aquellos signos desconocidos, la segunda, dilucidar su significado. Por ello pueden imaginar que la visita a la exposición Memoria de los Moriscos, abierta en la Biblioteca Nacional me haya atraído desde que supe de su existencia, especialmente porque en los textos allí expuestos, tras el alfabeto árabe, ininteligible para mí, se escondían palabras en mi misma lengua, escritas con el mismo estilo sereno y perfecto de nuestro siglo de Oro.

La historia de esos textos no es menos fascinante, esos libros aljamiados, que es como se llaman estos textos castellanos escritos con el alfabeto árabe, fueron descubiertos al derribar antiguas casas en Aragón, ocultos en las paredes y cuidadosamente envueltos para asegurar su conversación. Los habían dejados allí los moriscos de esas tierras cuando fueron expulsados, en vez de llevárselos consigo, como si de alguna manera se fuera a producir el milagro y hubiera de serles permitido volver. Una serie de tratados que nos descubren un mundo desconocido de nuestro siglo XVI, el de toda un pueblo que intentaba mantener en secreto sus tradiciones más queridas, a pesar de persecuciones y castigos, y de su final expulsión, en una inútil lucha por el tiempo que no por ello deja de ser más noble o menos emocionante.

De siempre, en la relación de la historia de España, la expulsión de los moriscos a principios del siglo XVII era un hito especial, no menos porque se producía en un tiempo en el que empezaban germinar los fenómenos que caracterizarían a la Europa moderna, su ansia por el conocimiento científico y su afán por construir una sociedad donde todos estuvieran representados, sin discriminación alguna. Una época en que esa expulsión no hacía más que remachar la leyenda negra de la corona española y señalarnos como rémora del progreso, no como sus impulsores.

Es cierto que otros países muchos más tarde, también cometerían sus propios pecados, piénsese sólo en el edicto de Nantes, por el que se expulsó a los hugonotes franceses; que la repercusión económica y social de este hecho no fue tan grave como se pensó durante largo tiempo, o incluso se podría construir toda una argumentación sobre su necesidad, todo lo cual no deja de ser justificaciones ad hoc para intentar justificar un acto de crueldad, que hoy sería considerado como crimen contra la humanidad, y que se revela en toda su crudeza con la lectura de estos textos aljamiados, a través de los cuales, como he indicado al principio, descubrimos unas gentes que nos hablan en ese mismo castellano del siglo de oro, esa manera que aún hoy, tras tantas revoluciones y guerras culturales, nos sigue manteniendo modélico, por su consición, por esa manera de decir las cosas más difíciles de la manera más sencilla.

Y entre todos esos textos, destaca una figura, el de aquel morisco de inmensa cultura, casi una enciclopedia de las tres religiones hispanas, que se ocultó tras el pseudónimo del Mancebo de Arévalo, y que en su obra mayor, la Tafcira se embarca en un viaje por toda la península, en busca de sus raíces árabes y de todos aquellos que en secreto mantienen viva esa religión, topándose con santones místicos como la Mora de Úbeda, la maga y partera Nuzeita Calderán o maestros como Yusé Benegas, que vivieron en tiempos de libertad, antes de la caída de Granada, y que le relatan de ese mundo desaparecido y le advierten contra todas la calamidades que aún quedan por venir.

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