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jueves, 22 de julio de 2010

Forks (y I)
















Hay dos errores que cometo muy frecuentemente en este blog, la primera dejarme llevar por mis diatribas, como suele ocurrir con mis excursos sobre los cánones artísticos, para quedarme luego sin espacio para comentar la obra que me ha interesado. El segundo depende menos de mí consiste simplemente en la imposibilidad de recoger todo aquello que me ha llamado la atención y mucho menos poderlo hacer con la intensidad que se merece.

En fin, hay que aprender de los errores.

El caso es que en estos últimos fines de semana he estado revisando la compilación realizada por Kino sobre cortos experimentales realizados en los años 20 y 30, es decir, en el momento en las vanguardias históricas estaban en plena actividad y el arte era un hervidero de propuestas, todas con la intención de poner patas arriba los conceptos estéticos de sus contemporáneos. Llama la atención que poco se vio afectado el cine por estos experimentos, o mejor dicho, que poco se ha reconocido la influencia de estas obras que quedaron fuera de lo que sería la corriente principal, así como que, salvo excepciones, como fue el caso de Man Ray o Marcel Duchamp, estos cineastas de vanguardia no se convertido en nombres famosos, a menos que destacasen en otras disciplinas, aún cuando muchas de esas obras sigan sigan siendo tan sorprendentes como hace 80 años, causando el mismo rechazo entre el aficionado medio que sus parientes pictóricos y escultóricos.

El corto al que dedico esta entrada, H2O, rodado por Ralph Steiner en 1929 es notable por abordar uno de los problemas más difíciles de la cinematografía, el de la abstracción. Al cine viene a ocurrirle en cierta medida lo que a la literatura, que su tendencia a la narración hace difícil construir obras desprovistas de significado o vencer el rechazo del espectador. Una dificultad que aunque puede solventarse construyendo obras anarrativas, donde la trama se reduce al mínimo y se busca la ensimismación contemplativa, propia casi del asceta, se ve agravada por la objetividad de la técnica empleada, donde un árbol continúa siendo un arbol, el cielo el cielo, las personas, personas.

Esta conjunción de narración y objetividad no impidió que desde el principio (desde 1920 para ser exactos) se buscase trasladar la abstracción recién descubierta en otras ramas del arte a esta nueva forma recién inventada, como demuestras los cortos abstractos de Richter o Ruttman. Sin embargo, como muy bien señalara Richter, la abstracción tenía en el cine algo de artificial, puesto que no constituía una evolución natural a lo largo de decenios, la tan conocida cadena realismo-impresionismo-abstracción, sino que se revelaba como algo artificial, creado ex nihilo y sin otros referentes que ella misma; lo cual motivaba que esos pioneros volvieran al cine algo más tradicional, el documental-ensayo, buscando explorar las posibilidades estéticas que en otras artes ya se habían agotado.

En este sentido es como hay que entender la excepcionalidad de H2O, ya que reconstruye via del realismo a la abstracción que dio origen a este estilo en la pintura. En principio, se nos aparece como un documental sobre la formas en que podemos encontrar el agua en nuestro entorno, pero a media que avanza el corto, como he querido mostrar torpemente con la captura, las referencias familiares relacionadas con el agua, muelles, ríos, árboles, construcciones, se van desvaneciendo, todo ese contexto desaparece, hasta que lo único que queda es la superficie del agua, sus ondulaciones y el juego de reflejos sobre ella. Una metamorfosis en la que se disuelve todo concepto de forma y significado, y en la que el espectador acaba fascinado por el juego de líneas y tonalidades abstractas que se produce sobre la superficie del agua, reforzado por la austera fotografía en blanco y negro, donde determinadas imágenes y secuencias acaban por parecer pintadas directamente sobre el fotograma, como auténticas pinturas abstractas en movimiento similares a las creaciones contemporáneas.

Un tour-de-force que no debemos suponer árido, embebido por esa belleza fría y matemática de los cristales minerales, válido sólo por su rigor experimental, sino que es de una arrebatadora belleza estética, puesto que apela a esa fascinación que produce en nosotros la danza de las llamas o la continua transformación de las nubes.

Para que lo disfruten, les dejo aquí el corto, eso sí esperen a que pase la publicidad que ponen.



Ralph Steiner - H2O (1929)

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