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domingo, 2 de mayo de 2010
100 AS (XII): Blinkity Blank (1955), Norman McLaren
Esta semana, en mi recorrido por la lista del festival de Annecy, le llega de nuevo el turno a Norman McLaren y la NFB, con uno de los cortos más famosos de este autor, Blinkity Blank, que sirve de ejemplo perfecto para lo que yo comentaba en la entrada anterior.
En esa ocasión había señalado como McLaren era famoso por haber cultivado la animación abstracta y experimental, convirtiéndose en uno de sus mayores exponentes, y por haber sido uno de los creadores/promotores, junto con Len Lye, de lo que se conoce como cameraless animation o scratch movies, en las que el artista pinta directamente sobre el celuloide; unas características que no podían observarse en el corto de la semana pasada, realizado con la técnica de pixilation.
Por supuesto, realizar una scratch movie no tiene nada de sencillo, aunque sí sea barato, y exige del creador un trabajo inmenso, ya que cada minúsculo fotograma se convierte en un pequeño cuadro y debe tenerse en la cabeza como quedará el efecto una vez que se proyecte a la velocidad debida, inevitables errores incluidos, para evitar que el espectador se dé cuenta del truco y se olvide de que lo ve no son otra cosa que rayajos en una superficie.
Como puede esperarse McLaren acepta el reto con todas sus consecuencias buscando, en cada ocasión, ir un paso más allá. No se trata ya de que consiga transformar con un solo trazo unas formas en otras (como puede verse en la secuencia de arriba) que consiga reproducir los movimientos más complejos o que incluso llegue a sugerir que todo el plano se está moviendo hacia el espectador. No. McLaren se atreve incluso, después de habernos engañado, a hacer visible el invento, la trampa del cine y la animación, y obligarnos a replantearnos como percibimos el mundo.
Así ocurre con este corto, donde el animador escoces afincado en Canadá hace visible los 24 fotogramas por segundo que caracterizan el cine, más que cualquier otra cosa. Sobre un fondo siempre (o casi siempre) negro, se intercalan los planos dibujados, como si una luz estroboscópica iluminase el recinto. Ese ver y no ver se convierte en un juego en que el McLaren quiere que partícipemos, puesto que al ver cada una de las figuras intentamos predecir, aunque sea inconscientemente, lo que vendrá a continuación, y es el acierto o nuestra sorpresa al descubrir nuestra equivocación lo que mantiene la atención a lo largo del corto.
Por último, ha hablado de juego, de sorpresa, lo cual puede parecer contradictorio si se acompaña de otras palabras como experimental o abstracto, pero el caso es que McLaren, al contrario que la mayoría no ve ningún problema en unir ambos mundos, de ordinario tan separado. Ya he comentado como este artista de vanguardia buscaba que su obra llegase al mayor número de personas, para que fuera disfrutado por ellos. De esta manera, la música se convierte en parte integral de sus cortos, un música que lo unifica, sirviendo de hilo conductor al espectador para que se adentre en ellos y a cuyo ritmo los patrones que aparecen en la pantalla danzan y se contorsionan.
Una música accesible, cierto, pero que en un último salto mortal, incluye instrumentos electrónicos, en ese momento recién inventados y aún patrimonio de la música de vanguardia, y que son utilizados sin intentar traicionar su naturaleza y finalidad, añadiendo una última capa de extrañeza/familiaridad a este magnífico corto.
Y como siempre les dejo con el corto para que lo disfruten, aunque en esta ocasión no se trate de la edición de la NFB de Canadá.
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