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martes, 27 de octubre de 2009
Dare to watch
Existe una más que evidente paradoja en el arte del siglo XX, o por ser más exactos en el arte creado entre loa años 1880-1980 y que se puede agrupar en la etiqueta formalista/modernista. Se trata por supuesto, de que los artistas de esa época enfocan la creación desde el punto de vista de la forma, dejando a un lado cualquier posible mensaje o ocultándolo hasta negarlo o desfigurarlo.
No obstante, muchos de esos artistas tenían profundas convicciones políticas, las cuales querían mostrar al mundo e incluso transformarlo, unas tareas, las de la revolución y la propaganda, para las cuales su arte estaba bastante mal dotado, aunque haya sido precisamente esa forma única y revolucionaria, la que permite que sigamos aún gustando y admirando esas obras, cuando su mensaje y sus motivaciones se han desvanecido por completo... situación por cierto, no muy distinta de la de los grandes artistas religiosos del pasado, cuyas creaciones pueden seguir siendo admiradas incluso por los ateos.
Uno de esos artistas paradójicos es precisamente Stan Vanderbeek, uno de los animadores experimentales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, siempre preocupado por buscar nuevas formas de expresión, e interesado por cualquier avance técnico que le permitiera andar caminos nuevos, de tal forma que fue uno de los primeros en utilizar computadores para sus cortos, ya en los años 60. Sin embargo, al mismo tiempo, era un artista profundamente político, que buscaba realizar una crítica demoledora de la sociedad y los vicios de su tiempo, demostrando su falsedad e hipocresía.
Unos objetivos que, en un corto como el arriba ilustrado Breathdeath de 1963, parecen estar completamente ausentes, puesto que el espectador se enfrenta a una catarata de imágenes inconexas, sin relación alguna entre ellas o con el tema, y que se enroscan sobre sí mismas, negando toda interpretación o intencionalidad.
Una impresión falsa, puesto que ese hermetismo, en muchos de los formalistas, no es más que un viejo truco para que el espectador fuerce la atención, vuelva verlo, y le dedique el esfuerzo que su importancia merece, al contrario que tanto producto de circunstancias para usar y tirar. Es entonces, tras una visión tras otra, cuando el espectador empieza a encontrar relaciones, paralelismos, metáforas, y las capas de significado van apareciendo unas tras otras.
Porque de esta yuxtaposición de ojos que miran al propio espectador con insistencia, de muerte omnipresente , de danzarines que bailan ausentes a todo que no sea su placer, y de guerras sin fin mostradas en negativos, no cabe otra conclusión que el absurdo de nuestra sociedad, cuya alegría y placer, su hedonismo constante, no se fundamenta en otro pilar que las guerras externas libradas en el resto del mundo y a las cuales, como los danzarines absortos, no prestamos ya ninguna atención, como si ocurrieran en otro planeta.
Una situación de la que sólo cabe una salida. Abrir los ojos y atreverse a mirar.
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