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domingo, 2 de agosto de 2009

All around you


Visitaba este sábado, por segunda vez, la exposición Los Mundos del Islám en la colección del Aga Jan sita en la sede madrileña de la fundación La Caixa, y no podía dejar de pensar en los efectos deletéreos del 11-S sobre nuestros modos mirar al Islám, en concreto, como todos hemos acabado por ser prisioneros de nuestros propios posicionamientos políticos en lo que se refiere a esa cuestión, la del Islamismo radical y la respuesta de Occidente, de forma que lo antes del 11 de Septiembre de 2001 eran simplemente hechos refrendados por la historia, el arte y la arqueología, ahora pueden ser objeto de la mayor repulsa si, por causalidad, muestran lo falsa que es nuestra postura.

Uno de esos dogmas indiscutibles del momento es el que afecta a la representación humana en el Islám, que se supone tabú y prohibido por motivos religiosos, pero que cualquiera se tome la molestia de abrir un libro de arte, se topara con el recinto palaciego de Qusayr Amr, a las afueras de Amman en Jordania, construido por los Omeyas en el siglo VIII, y donde en la sala del trono se muestra a los soberanos de las cuatro partes del mundo (entre ellos al rey visigodo Don Rodrigo) rindiendo pleitesía al califa Omeya, y lo que es más, en los baños se representan escenas alusivas a esa actividad, incluyendo la presencia de mujeres desnudas.

Podría alegarse, sin embargo, que los Omeyas eran especiales. Su estilo de gobierno estaba aún fuertemente influenciado por los bizantinos y hacían uso extensivo de sus modos de gobierno, de su arte y de sus artistas. Lo que es más, eran unos musulmanes algo especiales, muy poco interesados en hacer proselitismo, ya que se consideraban como árabes de pura cepa y el Islám como su religión privada, muy distinto del modo Abbasí que les substityyera, una dinastía llegada al poder con el apoyo de todos los nuevos conversos del Islám, muy interesada en la expansión de esa religión y con la intención de separarse de Bizancio cuanto pudiera, adoptando los modos de sus enemigos persas.

Cierto, podría alegarse eso y suponer que los Omeyas eran una excepción o un Islám aún inmadura, pero la visita a la exposición de la colección del Aga Khan basta para disolverla, ya que la salas están cuajadas de libros ilustrados de los siglos XV al XVII, provenientes ni más ni menos de ese entorno persa (que englobaría lo que es ahora Irak/Irán/Afganistán, tan asociados ahora desgraciadamente con el fanatismo y la intolerancia) donde no se tiene reparo en representar todo tipo de escenas y a todo tipo de personas, en la guerra, en la oración, en el amor. Un modo que se extendería al este, a la India, donde florecería en los siglos XVI al XVII el Imperio Mogol, musulmán pero tolerante, en incluso, bajo una personalidad como Akbar, profundamente desconfiado de todo tipo de religión; y hacia el Oeste a Turquía y el Imperio Otomano.

Una manera profundamente naturalista, rica y detallada, sorprendente por su audacia formal, que llega incluso a que la pintura se escape del marco de la página y la inunde o se transforme en un jeroglífico abstracto, casi como ocurriera 500 años antes con la caligrafía Cúfica, tan interesada en volverse geométrica y estilizada que ciertos textos se han vuelto completamente ilegibles, puesto que no es posible reconocer los caracteres representados por los símbolos.

Una pintura que incluso se atrevería a representar al profeta y los libros así ilustrados, entregados como regalos a reyes y emperadores, que rivalizaron en contratar a los mejores artistas y dotarles con los medios necesarios.

Y aquí llegamos a otro prejuicio, éste sí existente antes del 11-S, pero que rebrota ahora con más fuerza, el menosprecio de la pintura islámica, basado en que el tabú que pesaba la representación humana, les impidió construir una tradición pictórica, lo cual, en las raras ocasiones que esa prohibición se relajase, dio lugar a productos burdos y torpes completamente prescindibles.

Conclusión que cualquiera de las pinturas expuestas, cada de una de ellas una obra maestra, basta para reducir a cenizas.

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