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miércoles, 8 de julio de 2009
For all the eternity
Uno de los museos más hermosos de Atenas, y también de los menos visitados, es el museo al aire libre del Cerámico.
No se encuentran allí los grandes monumentos públicos que han servido de modelo a la arquitectura posterior, ni los espacios donde tenía lugar la política, el comercio o la discusión filosófica, no, lo que allí se halla es algo mucho más trivial, pero al mismo tiempo más humano e importante.
El museo, del tamaño de unas pocas manzanas de casas, conserva las excavaciones de uno de los lugares más interesantes de la Atenas clásica. Por su interior cruza un lienzo de las antiguas murallas, atravesado por dos caminos y el río Eridano. Un lugar de frontera, por tanto, donde los viajeros tenían el primer contacto con la ciudad y donde podían descansar y reposar del camino, como muestra el hallazgo, justo al pasar una de las puertas, de un enorme complejo que en tiempos de Pericles no era otra cosa que un compuesto de posada, fonda y burdel.
Sólo por eso ya sería interesante, al mostrarnos otra Atenas bien distinta de la de los grandes hombres y la gran historia, la de los hombres comunes y la de los afanes cotidianos, pero además ese lugar en la murallas era un sitio mítico, ya que de el salían dos caminos el que llevaba a Eleusis, famosa por sus festivales y sus misterios (esos que darían la vida eterna a sus iniciados, no la existencia en forma de sombra del Hades), y el que servía de vía a la procesión de las Panatenáicas, la fiesta por antonomasia del calendario Ateniense.
De esa manera, a ambos lados de la puerta mayor, la que servía de camino a la procesión de las Panatenáicas, ilustrada en los frisos del Partenón, se construyeron una serie de edificios oficiales que servían para guardar los utensilios y los ornamentos utilizados por el cortejo, además de otros que sirvieran de vivienda a los encargados de su organización.
Un lugar mítico, por partida doble, por servir de ruta de salida a Eleusis, y de entrada de la procesión sagrada, pero que además, desde los primeros tiempos de Atenas se convirtió en el lugar preferido por los atenienses para ser enterrados, como demuestra la existencia de túmulos de la edad de Bronce o la pervivencia de monumentos funerarios de toda la época grecorromana, desde los tiempos obscuros del siglo VIII a.C a la gran crisis del siglo III d.C, que culminaría con la toma, saqueo e incendio de Atenas a manos de los hérulos.
Y aquí debemos hacer un inciso. Para nosotros un cementerio es un lugar del cual debe huirse, que debe permanecer escondido y que nos produce aprensión y repulsa, como si en el habitasen los mayores horrores imaginables, siempre dispuestos a atacarnos. Muy distinto era el caso de los griegos, puesto que para ellos, éste era el lugar para comunicarse con sus ancestros y para dejar un recuerdo de su memoria. De esta manera, comenzada la guerra del Peloponeso, en un espacio especialmente limpiado y allanado en medio de este cementerio (no lo olvidemos, frente a las murallas y cruzados por las dos rutas más importantes que llevaban a Atenas) pronunciaría Pericles el discurso en honor de los primeros caídos, que registrara Tucidides, en su historia, convirtiéndose, siglo tras siglo, en un cementerio oficial dedicado a cantar a los héroes y las glorias de Atenas, a todos amigos y aliados que dieron su vida por ella, como los Lacedemonios (espartanos) que vinieran a ayudarla en la guerra de los treinta años.
Pero no sólo era un cementerio oficial, con todo lo que esto supone. Aquí también se hacían enterrar los Atenienses comunes, al borde del camino, para que su tumba estuviera a la vista de los caminantes y su recuerdo no se perdiera. Una obsesión que no solo ha permitido que en el propio Cerámico haya un museo que guarde las lápidas más hermosas, sino que medio museo de Arqueología de Atenas se compone de los hallazgos del cerámico. Y es que estos atenienses que querían ser recordados hasta el final de los tiempos y que disponían del dinero suficiente, se hacían retratar como si aún estuvieran vivos, llegando incluso sus sosias de piedra a mirar intensamente a los espectadores, viandantes y visitantes, como si les invitaran a pasar un rato en sus compañía, charlando y conversando, como si aún respirasen el aire de esta tierra, tal y como la muestra la foto con la que he encabezado esta entrada.
Aunque para la mayoría lo único que estuviera a su disposición fuera una simple piedra circular, sobre la cual derramar las libaciones de agua y vino que sirvieran para alimentar a las almas siempre hambrientas del Hades.
Aunque quizás lo más impresionante sea ponerse en el lugar del viajero que llegase a Atenas, cruzando entre largas e inmensas filas de monumentos funerarios, de épocas completamente dispares, de difuntos ya olvidados, pero que aún seguían mirándole con ojos curiosos, o se entregaban a sus actividades habituales, o bien tenían junto a sí, en la muerte, a los mismos que habían amado en vida.
Porque como digo, una vez llegados a las murallas, y cruzadas las puertas, dejado atras el inmenso cementerio que se apretaba contra la ciudad, lo primero que se encontraba, a mano derecha, no era otra cosa que un burdel.
¿Carpe diem o Memento Mori?
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