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domingo, 3 de mayo de 2009
Enhanced Awareness
Hablaba en la entrada anterior, de los cánones y de sus efectos negativos, ése impedirnos ver parte de la imagen, restringiéndonos a lo que el movimiento dominante en un momento dado supone bueno, necesario y útil.
Por supuesto, el cine no es una excepción. Durante mucho tiempo no existió otra cosa que el clacisismo, cuya mejor definición sería la de ese conjunto de normas, técnicas y procedimientos que permite que un director mediocre sea capaz de producir grandes películas. También durante demasiado tiempo, los proponentes de otro tipo de cine no fueron capaces de definir esa otra manera, excepto por la oposición a la síntesis clásica, de manera que el otro gran movimiento cinematográfico del siglo XX, la Nouvelle Vague, acaba por no ser otra cosa que un nuevo impresionismo, es decir, un conjunto de individualidades que sólo tienen en común ese estar en contra, el intento de romper con las normas y las convenciones, hasta llegar al extremo que, desaparecidas éstas, nada puede evitar que ellos mismos se desvanezcan, como ocurrió con el formalismo/modernismo pictórico, muerto en el instante de su victoria.
Dos cánones cinematográficos enfrentados, el de la adherencia a un conjunto de normas fijas y preestablecidas, equivalentes al sistema musical de la armonía tonal, y el de quienes buscan romper ese marco que se les ha quedado pequeño. Un combate que no puede por menos que llevar a miradas parciales, ésas que conducen a conclusiones equivocadas.
Porque paralela a esta oposición Clasicismo/Nouvelle Vague, el cine del siglo XX ha sido recorrido por otras tradiciones, gentes despreciadas por los proponentes de ambos cánones y cuya obra se ha desarrollado entre todo tipo de dificultades y sobre todo, de olvidos, de manera que se reconoce su importancia, pero siempre se les excluye de todas las listas, excepto cuando se añade un adjetivo al cine, para llamarlo cine experimental, cine de animación, cine documental como si no fuera completo, como si le faltase algo para llegar a ser algo que se ajuste al concepto de cine auténtico que ambos cánones promueven.
Tal es caso de todos aquellos que intentado construir lo que se podría llamar cine abstractos, artistas que ya habían destruido todas las reglas antes de que estas existiesen, como fue el caso de Hans Richter, Len Lye o Oskar Fischinger, que se construyeron las suyas propias, como Stan Brakhage o Norman McLaren, o que simplemente nunca se han traicionado como ocurre con Jordan Belson, de quien he disfrutado de cinco cortos este fine de semana, entre ellos, Epiloge del 2007, cuyas capturas sirven de introducción a esta entrada. Apenas media hora en total, pero para mí más importante, interesante y definitivo, por la intensidad de lo que experimentado mientras lo veía.
¿Y qué es lo que he experimentado? Quizás aquí radique la explicación a porqué no se suele hablar de estos artistas. En otros, resulta fácil apañarse con análisis sobre el puro contenido, los ideales políticos del artista o el contexto social en que la obra fue originada. Incluso, si esto parece demasiado banal, puede realizarse un análisis formal de la obra, al tratarse de un arte aparentemente objetivo, que refleja la realidad aunque no quiera, es fácil extenderse sobre sí algo debería haberse rodado de una manera u otra, sobre si respeta los fundamentos de nuestro canon favorito, sobre si es abyecto, sincero, auténtico o tantos otros objetivos.
Pero en este caso, sólo tenemos colores que se esparcen por la pantalla, que se transforman los unos en los otros, que expulsan a otros, que se desvanecen sin dejar rastro. Un magma en continuo movimiento donde aquí y allá pueden intuirse fragmentos del mundo real, pero deformados, extraídos del contexto en el que tienen significados y colocados en otro cuya explicación se nos oculta.
Una obra en la que lo único a lo que podemos agarrarnos es a las técnicas de producción. el como se consiguió eso que estamos viendo, algo crucial para comprender la obra, pero que tan poco juego da para el lucimiento crítico.
Y sobre todo completamente inútil para que podamos justificar nuestros sentimientos, la fascinación, la ensoñación, el estar y no estar en este mundo, que provoca en nosotros esa abstracción pura, sin ayuda para decodificarla, ni siquiera por parte del propio artista.
Quizás porque cada cual debe encontrar su propio camino, sus propias respuestas, las apropiadas a lo que siente y es en ese instante, sin que otro le sugiera, le inculque y le imponga las suyas propia,
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