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viernes, 20 de febrero de 2009

Minor Modes







Antes de escribir las entradas prometidas, me ha parecido justo detenerme un instante en una serie como Toradora!, no porque vaya a ser la serie que ponga patas arriba el mundo del anime, es simplemente otra serie tragicómica de amores juveniles, sino porque esparcidos en ella se encuentran fragmentos inesperados de animación, de esos que nos revelan a un creador atento por el modo en que la gente se relaciona entre sí y expresa esos sentimientos en gestos y movimientos, que luego él se esfuerza en representar de forma realista y precisa.

Representación, en su delicadeza y sutilidad, que nos dice más acerca de la relación entre esas personas, del grado de intimidad y confianza al que han llegado, que profundos diálogos o escenas más explícitas.

O por explicarlo mejor, con ejemplos, tomados de una serie anterior, Kimikiss Rouge, de este mismo estudio, JCStaff y otra, Clannad, de la niña bonita de los aficionados, KyoAni.

En Kimikiss la sempiterna historia de amor se ve interrumpido por las peripecias inoportunas de los personajes secundarios, de manera que cuando llega el momento de entrar a matar para los principales, la falta de preparación, y de esa preparación fundamentada en el pequeño detalle, convierte a las escenas en inútiles, faltas de nervio y completamente precipitadas, mientras que aquí, centrándose exclusivamente en los cinco protagonistas, e incluso desdibujando un poco a dos de ellos, de manera que la narración nunca deja de acompañar a las personas que realmente importan y nos lleva a conocerles a fondo, los menores incidentes se convierten en trascendentales.... o mejor dicho, esos pequeños toques corporales y gestuales se convierten en clamorosas confesiones.

Mientras que en Clannad, todo el aparato de producción de Kyoani, empecinado en conseguir la mejor animación, los mejores fondos, las escenas más transcendentes y resonantes, se revelado en el vacío huero que es por la sencillez y la emoción de Toradora, ya que los personajes en Clannad no son más que maniquíes a las que se han adherido etiquetas y dictado como actuar, sin que nada de esas acciones, de sus orígenes, estado y consecuencias se filtre a los espectadores, con lo que su presentación final suena a falso y hueco, a forzado y artificial, a vehículo sin dirección.

Todo lo contrario que en Toradora, donde las manos perdidas y olvidadas, los juegos compartidos pero sólo para y por una persona, y el permiso tácito al cuerpo del otro, muestran aquello que no hace falta decir, ni por supuesto, proclamar.

Porque sólo importa a los participantes y a nadie más.

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