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domingo, 1 de febrero de 2009
External Wars/Internal Wars
Mientras veía este sábado el documental sobre la guerra del Viet-Nam, Hearts and Minds, de Peter Davis, rodado en 1974, y por tanto estrictamente contemporáneo a lo hechos, me preguntaba qué imágenes escogería para ilustrar este comentario.
Fue casi al final cuando me topé con esta demoledora concatenación de secuencias. Por un lado, unos sudvietnamitas enterrando a sus muertos (y obsérvese la cruel ironía de que los muertos son soldados del ejercito de VietNam del sur, aliado, por tanto de los americanos), una escena dominada por un dolor sobrecogedor, que lleva a una de los protagonistas (la madre, la esposa del difunto) a intentar a arrojarse a la tumba de su ser querido, como si ya nada tuviera sentido y no mereciese la pena seguir viviendo. Dolor continuado en los hijos de estos hombres que no acaban de comprender lo que ha ocurrido hasta que la tierra ha cubierta a sus padres y entonces se abandonan a la desesperación, provocada por la pérdida de esos seres queridos y por la consciencia de que el futuro no les reserva nada bueno.
Por otro lado tenemos al general Westmoreland, comandante en jefe de las fuerzas americanas en Vietnam durante los años 60, que trata de convencernos, sentado cómodamente en su finca, de que los orientales no sienten como nosotros y de que la muerte de millones de ellos no supone nada, puesto que esas pérdidas son completamente irrelevantes para ellos.
No se puede imaginar una peor bajeza moral que la de ese hombre, incapaz de comprender la enormidad de lo que ordenó, los crímenes en los que participó, y que intenta achacar a sus víctimas o disculparlos, como digo, en supuestas diferencias de carácter y civilización, que no son otra cosa que muestras flagrantes de racismo.
Una impostura que el documental hace años con solo concatenar esas dos escenas, la de las personas abrumadas por el dolor, y la del hombre incapaz de concebir esos sentimientos humanos en, no ya sus enemigos, sino sus propios aliados. Un gesto sencillo y demoledor que basta para arrebatar de un plumazo toda credibilidad que pudieran tener él y sus palabras.
¿Un documental de tesis? Sí, claramente, porque intenta trasmitir toda la enormidad de lo que EEUU realizaron en VietNam, pero no, puesto que no lo realiza de manera burda y tendenciosa, como es la constumbre de Michael Moore.
En este documental no hay narrador, no hay palabras que nos guien y nos dicten qué pensar. Lo que se nos muestra son imágenes documentales, tomadas en situ, punteando una inmensa variedad de entrevistas. Unas entrevistas que no lo son, puesto que se deja hablar a los entrevistados sin interrumpirles (apenas se escuchan preguntar un par de veces a los entrevistadores) permitiendo que ellos se expresen a su manera y narren lo que experimentaron. Unas entrevistas que proceden de ambos bandos en conflicto y de todos sus estamentos sociales. Así tenemos militares, civiles, políticos y exiliados sudvietnamitas junto con sus homólogos norvietnamitas, y por supuesto, políticos, oficiales, civiles, soldados rasos norteamericanos, sin excluir ninguno.
Las armas del documental están en su montaje, en como teje esa urdimbre de declaraciones e imágenes, apuntando conclusiones y caminos, jugando a contraponer e insistir, pero dejando que seamos nosotros mismos los que extraigamos esas conclusiones, quienes realicemos los juicios, para así poder entender lo que ocurrió, porqué ocurrió, y el horror para ambos países en que acabó convertido.
Porque tenemos a un país, EEUU, orgulloso de sus orígenes, de su rebelión contra un imperio global como el británico del siglo XVIII, que frustra los deseos de libertad de independencia y libertad de otro país, asumiendo los deberes y obligaciones de una potencia colonial en declive como la francesa. Tenemos un país que se ufana de sus libertadas y de propagarlas por el mundo entero, que termina apoyando dictaduras sanguinarias, substituyendo tiranos a su antojo, y destruyendo esas mismas libertades que ha jurado proteger, convirtiendo en héroes a los comunistas y su ideología. Porque esa guerra ideológica en la que se busca convencer a la población de las bondades de un sistema, el de la democracia liberal, ganando los hearts and minds que dan título al documental, utiliza como método el bombardeo masivo, la deportación y la matanza de civiles, los mismos que decía defender.
Una guerra en fin, donde el ejército de la democracia acabó convertido en una banda de asesinos, calificada así por orgullo por sus propios jefes y cuyos soldados eran capaces de decir a sus compatriotas, de vuelta a casa, que Vietnam sería un gran país si no fuera por los vietnamitas, situaciones ambas que la cámara de Davis capta y situ y nos muestra sin tapujos y distorsiones.
Una guerra, en fin, que como la mayor parte de los conflictos exteriores se transformó en una guerra interior, cuando la población no soportó ya ser cómplice de esas atrocidades, ni de las mentiras de sus dirigentes, y los mismos soldados que allí combatían empezaron a darse cuenta de las enormidades que habían cometido y que no tenían excusa ni justificación alguna.
Escindiendo en dos la sociedad, en bandos casi irreconciliables. Entre aquellos que sabían la verdad y los que aún se negaban a reconocerla.
La verdad habla por sí misma. Un buen montaje deja que se exprese libremente. Te sientas y dejas que el café se enfríe. Pasados unos instantes el vaho de la ventana se ha desvanecido y entonces todo se ve claramente.
ResponderEliminarBuenas
ResponderEliminarCada vez tengo más claro que el Vietnam lo perdieron los norteamericanos el día en que decidieron comportarse como aquello que decían combatir.
Felicitaciones por el comentario.
Un saludo
Bukepahlos: Nunca hay que subestimar el poder de la imagen.
ResponderEliminarMajor: Efectivamente.