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miércoles, 31 de diciembre de 2008
Joy of Movement
La casualidad ha querido que ésta sea la entrada con la que concluyo este año, un año del que mejor no hablar de lo que ha supuesto para mí profesional y personalmente, puesto que, como he dicho en otras regiones de la Internet, el 2008 puede ser lo único que haga que el 2009 sea bueno. Resulta también curioso que vaya a dedicar estas breves líneas, siempre dentro de mi exhuberancia escribana, a una serie como Kannagi, que a priori parece representar todo aquello contra lo que trono desde esta tribuna apenas visitada: El moe, la complacencia formal y narrativa, el anzuelo destinado a los gustos del público ya convencido, la repetición de lo mismo una y otra vez.
Una serie de defectos que parecen haberse convertido en las señas de identidad de un estudio como KyoAni, hasta no hace poco una de las powerhouse de la industria y que sobrevive aún gracias a la inercia acumulada.
Sin embargo, lo que llama atención de Kannagi es precisamente lo que no ya tiene Kyoani, esos profesionales que con sus trabao le daban ese toque suyo tan especial y que tras el affaire Lucky Star, cuando el director fue defenestrado a mitad del rodaje, abandonaron la casa madre... para acabar reunidos en esta serie nueva, con sus talentos en perfecto estado y ganas de venganza.
Así ocurre que todo aquello que se había aprendido a gustar y esperar de las producciones de la casa madre, se encuentra repentinamente reunido y resumido en ésta: el gusto por la música y la representación de la danza, la búsqueda del detalle preciso y justo que convierte las líneas y colores en algo vivo y verosímil, la construcción dramática de los personajes de manera que su personalidad, su dramatis persona, se refleje en el modo en que se mueven y reaccionan, en lo que vemos y comprendemos sin necesidad de palabras que nos lo expliquen.
Una serie de virtudes que quedan perfectamente explicadas en la secuencia con que he ilustrado esta entrada y en el título que le he puesto. Un ejemplo perfecto de los artefactos formales impuestos por los métodos con los que se crea la animación y que a mí me llevan a amarla sin remedio. Se trata de que, al contrario que en la imagen real, la animación no busca capturar el movimiento, sorprender y atrapar el mundo, ese instante y ese momento que fluye. Lo que pretende la animación es recrearlo y reconstruirlo, despojarlo de todos sus elementos inútiles y dejar solamente lo esencial, aquello que basta para que nuestras mentes lo identifiquen y gocen con ella.
Una tarea noble y difícil, que explica porque hay tan pocos que se dedican a a la animación o como incluso sus mayores impulsores y creadores acaban traicionándola con la imagen real... o la aplicación ramplona de la 3D, ya que requiere de una mente atenta al menor de los detalles, capaz de analizarlos y clasificarlos, para trasladarlos de forma fiel a un medio completamente distinto, con esa fidelidad que sabe ser infiel y arrumba lo anecdótico para conservar lo esencial.
Devolviéndonos el mundo para que podamos verlo con ojos completamente nuevos.
martes, 30 de diciembre de 2008
The Real Enemy
Durante estas navidades, en una mediamaraton diaria, he estado merendando capítulos de la famosa serie de los 90' Buffy, The Vampire Slayer creada por Joss Whedon, una producción que descubrí por casualidad y que me enganchó de inmediato, tanto por razones cinematográficas como extracinematográficas (no, ésas no).
Evidentemente, Buffy no es una serie que vaya a pasar a las historia por razones formales. La dirección, excepto en contadas ocasiones, como es el caso del movimiento de cámara arriba ilustrado, es bastante funcional, orientada a narrar la historia que se cuenta de la manera más clara y sencilla posible. Sin embargo vivimos en un tiempo de post-cosas (postromántico, postmoderno y postcristiano podría ser una definición), con lo que el contenido, es decir aquello se muestra, se convierte en la estética, o por decirlo de otra manera, la forma es el contenido y el contenido es la forma.
Partiendo de esta premisa, una serie de horror con vampiros, monstruos y superhéroes, destinada a un público juvenil, se convierte en algo mucho más importante y profundo, simplemente porque el hombre al cargo de las siete temporadas conoce perfectamente las reglas, los tics, las coletillas y los latiguillos del "genero" en el que se mueve su historia, pero en vez de buscar esa suspensión de la incredulidad que constituiría la huella de un clásico o un formalista, lo que pretende es dejarlas a la vista del espectador, señalarlas para que éste se dé cuenta de que se está utilizando una convención, hacer conscientes a los personajes del medio en el que transcurre su historia y, lo más importante, subvertirlas, haciendo que la conclusión esperada por nosotros y los protagonistas, no sea la esperada, sino otra completamente distinta, transitando por caminos prohibidos y relacionando aquello que no debería estarlo.
Un enfoque, por tanto muy postmoderno, muy de esta época, que busca no tomarse nada en serio y, en un inesperado giro Brechtiano, dejar de manifiesto a cada instante, que no se está haciendo teatro, no se está haciendo cine, sino que todo es tramoya y bambalinas.
Un enfoque, el de subvertir los cimientos del género de partidam que por sí no bastaría para otorgar a esta serie la primacía que tiene en la memoria del espectador atento, ya que esa distorsión temática es algo que se ha repetido, amplificado y mejorado hasta la saciedad. No, lo que ocurre es que esta serie se atreve a realizar una perversión última, en esa búsqueda de una self-awareness completa y a transitar un terreno que pocas veces se ha recorrido.
¿Y en qué consiste esa perversión? En algo que mi abuelo me explicó cuando yo era un niño y tenía un miedo cerval a entrar a los cementerios. Un pavor que mi abuelo despachó con unas simples palabras, algo así como: "Mira, los que están aquí ya no pueden hacerte daño. De los que tienes que tener miedo es de los vivos".
Una idea que aparece recurrentemente en esta serie, haciéndose más frecuente a medida que se avanza en ella. Poco a poco, ese mundo de vampiros y demonios deja de ser tan peligroso como parecía y los auténticos enemigos resultan ser los seres humanos, los que te han educado, los que te han encargado tu misión, tus aliados en ella, las autoridades, el estado y el ejército que debían protegerte.
Incluso tus amigos y tú, que no podréis evitar la pulsión de autodestruiros, de heriros los unos a los otros, impelidos por vuestro propio amor y deseo, que os justifica para maltratar a aquellos que decís amar, precisamente porque les amáis.
Y por supuesto, el enemigo máximo, esa muerte que a todos nos espera, de la cual ninguno habremos de escapar y que resultara siempre victoriosa, a pesar de todos nuestros ruegos, toda nuestra sabiduría y todo nuestro poder.
lunes, 29 de diciembre de 2008
Art Guerrillas
Como ya he comentado en varias ocasiones, el panorama expositivo madrileño suele dividirse en big ones, bautizadas así por los medios y que tienden a revelarse decepciones, excepto en casos contados, y small ones que apenas reciben atención mediática, pero que para cualquier interesado en eso del arte sin mayúsculas se tornan especialmente reveladoras.
Una de estas small ones es la muestra Arte Conceptual de Moscú, 1960-1990, abierta en la fundación Juan March, de cuya repercusión en el público en general puede dar cuenta el hecho de que ayer, cuando la visitaba por segunda vez, encontré que las vigilantes habían montado una pequeña tertulia en el vestíbulo, dada la ausencia de visitantes... una reunión que me dio cierto reparo interrumpir puesto que, en cierta medida, habían restituido cierta idea/visión del arte, aquella que no se basa en la adoración rendida, sino en la discusión, la comparación y el debate.
Lo que si era triste es precisamente esta falta de visitantes, ya que esta exposición, como ninguna otra de este otoño ilustra y pone sobre el tapete uno de los problemas más acuciantes del fin del siglo pasado y el comienzo de este nuevo: la relación del arte con la sociedad o mejor la capacidad o incapacidad de éste para actuar y modificar la sociedad (o por decirlo de otra manera, no habría mayor felicidad para un poeta que escuchar sus versos en boca de toda).
¿Y como presenta esta influencia/acción del arte sobre la sociedad? En primer lugar tenemos un movimiento artístico que surge en una Europa dividida ideológicamente entre capitalismo y comunismo y que es capaz de medrar y fructificar en ambos ámbitos, puesto que su objetivo es poner en tela de juicio los fundamentos del sistema, sea éste el que sea, utilizando para ello las armas del absurdo, mejor dicho, sacando a la luz el absurdo que anida en todo posicionamiento o formulación ideológica para provocar así su desmoronamiento.
Éste quizás sea el único punto de contacto entre ambas variantes del movimiento, ya que una vez nacidos, sus biografías divergieron inevitablemente. Lo que podríamos llamar Conceptualismo Occidental se enfrento a un enemigo con el que no había contado, la fagocitación, o mejor dicho la metamorfosis del rebelde en soporte del sistema, un efecto perverso del capitalismo moderno que consiste en no tener ideología, o mejor en adoptar sólo aquella(s) que producen efectos monetarios, con lo cual el crítico, el opositor, el rebelde se ve enfrentado a una paradoja irresoluble, ya que la única forma con la que su crítica puede tener éxito es precisamente no teniendo éxito, puesto que al tener éxito, su obra, su crítica de la sociedad mercantil se convertirá inmediatamente en un objeto mercantil y por tanto dejará de ser crítica, mientras que si se aparta de ese camino, su crítica no tendrá ninguna repercusión, al no llegar a ser escuchada por nadie.
Muy distinto fue el destino de los conceptualistas soviéticos, ya que ellos se enfrentaban a una ideología petrificada, sustentada y soportada por dogmas que no podían ser cambiados, a riesgo de derribar todo el sistema,como de hecho ocurriría en 1985-1991, cuando Gorbachov, ingenuo él, creyó poder abrir la jaula en la que estaba encerrada la libertad y que ésta no abandonaría su prisión... Cosas que ocurren a los que no han leído a Tocqueville.
De esta manera, los conceptualistas rusos se encontraron en cierta manera el paraíso. Su forma nunca podría ser fagocitada o transformada por el sistema al que criticaban, eran completamente incompatibles como el agua y el aceite, y nunca podrían figurar en las exposiciones y ocasiones oficiales, ya que eso significaría que el sistema soviético, por definición perfecto, admitiera públicamente que no lo era y estaba necesitado de reforma. Ese error que cometiera Gorbachov y que sus colegas chinos, mucho más astutos, han evitado magistralmente, como si hubieran leído el Gatopardo.
Asímismo, ése estar fuera del sistema no reducía su repercusión, el impacto que tenían sobre la cultura y la sociedad de su época. Aunque su obra fuera invisible, aunque sus exposiciones fueran clandestinas, aunque sus nombre quedaran desconocidos, el mismo hecho de apartarse, de estar fuera, marcaba y teñía con su impronta todo el tiempo histórico en que vivían
Simplemente porque en el sistema soviético, el autoproclamado paraíso de la humanidad, no podía habar apartes ni afueras, ya que ello ponía en entredicho todo el sistema, con lo que la existencia de una mínima disidencia, la aparición de la más pequeña discordancia se convertía en un problema de estado, en un imposible que no podía existir y que había que corregir fuera como fuera.
Necesidad que no existe en el sistema capitalista, donde su mito fundacional, sintetizado el trabajo y el esfuerzo llevan al triunfo y al éxito, hace recaer la culpa y la responsabilidad de estar fuera de la sociedad en aquellos que están fuera, los conviertes en indignos para vivir en este mundo, jueces y ejecutores de su propia condena... obligando así al rebelde artítico a tener éxito y triunfar, quiera o no quiera, lo prescriba o no su filosofía.
domingo, 28 de diciembre de 2008
March (y II)/ In the Trenches
Ernst Ludwig Kirchner, Artilleros.
En el caso de las exposiciones de la Thyssen, como es el caso de la ¡1914! de la que ya hablara unas entradas atrás, suele ser normal que estas tengan una continuación en la Fundación Caja Madrid, distante apenas unos cientos de metros. Unas muestras que son de ordinario gratuitas y que suelen ser más interesantes que lo expuesto en la casa principal, aunque esto no suela ser planeado así por los organizadores.
Este caso no ha sido una excepción.
Mi queja de los expuesto en la fundación Thyssen era principalmente porque una exposición dedicada a la guerra apenas hablada de la guerra. Como contaba entonces muchos de los artistas de la vanguardia, fueron movilizados, algunos incluso murieron, e incluso los que se salvaron de ir al frente vieron su vida puesta patas arriba por el conflicto, que derribo el mundo, las convicciones y seguridades en que los europeos se habían acostumbrado a vivir durante más de cuarenta años.
En resumen, que para todos los artistas ese conflicto supuso un antes y un después en su vida y trayectoria, un tiempo en que se vieron imposibilitados para crear o su producción se vio drásticamente limitada debido a las circunstancias históricas, y tras el cual tuvieron que recrearse y reinventarse, puesto que lo válido antes de 1914 ya no lo era tras 1918.
Faltaba por tanto, la producción in tempori belli, aquella motivada directamente por la contienda y realiza bien en las trincheras o en la retaguardia, cuando y como buenamente se podía, sin los materiales adecuados y con la mayor urgencia, puesto que no se sabía si podría reanudarse... una carencia que lo expuesto en la Fundación Cajamadrid viene a suplir con creces, puesto que rebosa de ese arte, podríamos decir, de las trincheras.
En ese sentido es paradigmático el cuadro que preside la sala central de la fundación, un cuadro pintado por Ernst Ludwig Kirchner tras ser alistado, teñido del expresionismo característico del grupo Die Brücke, dominado asimismo por la crisis que le supuso el alistamiento y que facilitaría que fuera licenciado al poco (años más tarde su inclusión en la infame exposición arte degenerado organizada por los nazis le llevaría al suicidio). Un cuadro que los medios han coincido en malinterpretar, señalandolo como premonición del holocausto, cuando lo que Kirchner nos está contando y que cualquiera que haya hecho la mili puede corroborar, es su miedo a ser deshumanizado, el terror por haberse convertido en un soldado más, sin individualidad ni personalidad, indistinguible de los otros, válido sólo para portar un fusil y morir por causas que no le importan.
Un cuadro que nos narra asímismo, algo mucho más desasosegante sobre el arte moderno, sobre el arte de vanguardia y los formalismos, su incapacidad para convertirse en instrumentos de denuncia o mejor dicho su desventaja frente a medios más cartesianos y "veraces" como son, o pretenden ser, el cine y la fotografía. Una carencia, una imposibilidad, que obedecen a los propios presupuestos estéticos del arte de vanguardia o al menos el de las vanguardias históricas, preocupado sólo por la forma y completamente desentendido del mensaje, con lo cual los espectáculos más inhumanos y desoladores acaban por convertirse en bonitos y atractivos, aunque no sea ésta la intención del artista, en una prueba demoledora de como la forma es más fuerte que el fondo y acaba por deformarlo y distorsionarlo.
Una conclusión que nos mira desde todas las paredes de la exposición y de la que no podemos escapar.
Felix Valloton, El bosque de Argonne.
Y así ocurre que entre todos estos artistas de primera línea no encontramos un Goya que retrate esta matanza sin fin, único resumen válido de esa guerra, puesto que las búsquedas estéticas particulares de cada uno de los participantes les incapacitan para seguir la vía del aragonés, el representar la guerra en un realismo del que no hay escapatoria, evitando convertirla en un objeto bello y admirable, aunque ese bello y admirable sea muy distinto del agitar de banderas, los discursos patrióticos y los desfiles militares.
Pero aún así, aunque al final esta exposición acabe a contrapelo por mostrarnos lo que vieron y vivieron esos artistas y como fueron incapaz de representarlos, le queda por presentar lo más importante, la manera en que toda la vanguardia escapó de la quiebra del mundo contra el que se habían rebelado.
Le falta narrar la explosión Suprematista en el Petrogrado de antes de la revolución Rusa, se le queda en el tintero el terremoto Dadá que hiciera el arte irreconocible o en otro registro, la resaca de la postguerra y la appel à l'ordre, el intento de la vanguardia por corregir sus supuestos yerros, como si ellos mismos fueran culpables del conflicto.
Los puntos de partida de todo lo que habría de venir después.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Far From Home
Schwäne ziehen in geordneten Formationen nach uber die Stadt. Man bekommt jedesmal Angst, sie könnten von dem Flak beschossen werden.
Hans Graf von Lendorff, Diario de la Prusia Oriental, 1945-1947
Los cisnes vuelan sobre la ciudad en formaciones ordenadas. Siempre tememos que les alcance el fuego de la defensa antiaéra.
He estado leyendo estos últimos días de diciembre las memorias que sobre el final de la guerra y la postguerra en Prusia Oriental, esa avanzadilla de occidente en el este de Europa, escribiera Hans Graf von Lendorff. En otras entradas de este blog ya he hablado de ese momento histórico, cuando la violencia que los alemanes, en colaboración con el nazismo, habían extendido por toda Europa, se volvió contra ellos y les arrastró en la riada, primero en forma de resistencia a ultranza y muerte a los que flaquearan, con la que el nazismo quiso prolongar su agonía. Luego, en forma de venganza despiadada por parte de las tropas rusas, que saquearon, violaron y asesinaron sin ninguna restricción moral, al igual que el ejército alemán había actuado en Rusia. Por último expulsados de las tierras que habían ocupado durante más de setecientos años, y que ahora iban a ser repartidas entre rusos y polacos.
Ese es el momento histórico en que escribe este habitante de la antigua ciudad de Königsberg, pero si impresionante son esos acontecimientos, no lo son menos el modo en que los narra, con una serenidad y una sobriedad impensables, sin apenas odio o rabia, deteniéndose en detalles como el que he elegido para representarles, aquellos que nos parecen impensables a nosotros , los hijos de la paz que sólo conocemos la guerra por sus representaciones, y que no dudaríamos en calificar de imposibles en otras circunstancias que no fueran las del testimonio directo del protagonista.
Un testimonio que proviene de un hombre que se negó a militar, no ya en el partido nazi, sino en el ejército de su país en guerra, debido a sus profundas convicciones religiosos que le llevaban a profesar el más profundo y militante pacifismo. Un hombre cuyos familiares estuvieron implicados en atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, y que tuvo que luchar contra sus propias creencias, para así poder encontrar una dispensa a su pacifismo que le permitiera colaborar en el asesinato del monstruo. Grandes ideales, grandes combates morales, que a nosotros, traidores de nosotros mismo, nos pueden parecer risibles, pero que, en cierta manera, colocan a esas personas por encima de nuestro tiempo.
Un hombre cuya familia sufrió la persecución del nazismo, no ya por esa colaboración con los conspiradores, sino simplemente por no denunciar a los posibles opositores al régimen, ya que para el nazismo, aquellos que no compartían su retorcida ideología, eran enemigos mortales con los que se ajustarían cuentas más tarde o más temprano, puesto que sólo el pensamiento o la sospecha de un pensamiento bastaban para ser culpables. Un individuo que habría de sufrir doblemente, puesto que si para los nazis era un traidor a la comunidad de la raza, para los rusos era simplemente un alemán, cómplice de aquellos que habían llevado muerte y destrucción a la URSS, culpable sin eximentes, sin posibilidad de perdón o indulto.
Y aquí, para finalizar o para comenzar, es cuando quiero señalar dos de los momentos más impresionantes del libro.
Uno de los cuales queda obscurecido por el misterio, o mejor dicho por el respeto que el autor tiene a su esposa. Tras la ocupación de Könisberg por los rusos, acabo separado de ella y no volvió a verla hasta meses más tarde, sin que ella llegará nunca a contarle lo que le había ocurrido en ese tiempo, hasta que un día al pasar junto a un bosque, en las afueras de la ciudad, ella se mostró extremadamente nerviosa y esa misma noche, según nos deja intuir el autor, se suicidio con una fuerte dosis de somníferos. Unos hechos, los ocultados y los causantes de su muerte, que el escritor descubriría leyendo el diario de la difunta, pero que nunca llega a comunicar a nosotros los lectores, como última prueba de respeto y de amor.
Un respeto que meses más tarde, al enterarse de que iba a ser detenido por los ocupantes, la hace dudar, puesto que el abandonar su tumba, la seguridad de dejarla sola para siempre, sin posibilidad de volver a ella, le parece la última traición, el último insulto a aquella que le amó y le protegió.
Es entonces, de resultas de esta denuncia y de la huida que le sigue, cuando tiene lugar el segundo momento estremecedor de la narración, puesto que el narrador recorre la tierra que era su patria hasta ese instante, como si fuera una alimaña, caminando sólo de noche para evitar ser descubierto, escondiéndose donde buenamente puede, evitando a los hombres, marchando siempre hacia el oeste, para huir de la cárcel sin muros en la que ha sido arrojado.
Sólo que no hay nadie que le persiga, ni nadie con quien encontrarse. Su tierra, la tierra que amaba, la tierra de su gente, de sus antepasados, está vacía. Todos los que vivían en ella han muerto, huido con las tropas en retirada o han sido deportados por los ocupantes.
Sólo queda él, entre el cielo obscuro y la tierra negra.
Hans Graf von Lendorff, Diario de la Prusia Oriental, 1945-1947
Los cisnes vuelan sobre la ciudad en formaciones ordenadas. Siempre tememos que les alcance el fuego de la defensa antiaéra.
He estado leyendo estos últimos días de diciembre las memorias que sobre el final de la guerra y la postguerra en Prusia Oriental, esa avanzadilla de occidente en el este de Europa, escribiera Hans Graf von Lendorff. En otras entradas de este blog ya he hablado de ese momento histórico, cuando la violencia que los alemanes, en colaboración con el nazismo, habían extendido por toda Europa, se volvió contra ellos y les arrastró en la riada, primero en forma de resistencia a ultranza y muerte a los que flaquearan, con la que el nazismo quiso prolongar su agonía. Luego, en forma de venganza despiadada por parte de las tropas rusas, que saquearon, violaron y asesinaron sin ninguna restricción moral, al igual que el ejército alemán había actuado en Rusia. Por último expulsados de las tierras que habían ocupado durante más de setecientos años, y que ahora iban a ser repartidas entre rusos y polacos.
Ese es el momento histórico en que escribe este habitante de la antigua ciudad de Königsberg, pero si impresionante son esos acontecimientos, no lo son menos el modo en que los narra, con una serenidad y una sobriedad impensables, sin apenas odio o rabia, deteniéndose en detalles como el que he elegido para representarles, aquellos que nos parecen impensables a nosotros , los hijos de la paz que sólo conocemos la guerra por sus representaciones, y que no dudaríamos en calificar de imposibles en otras circunstancias que no fueran las del testimonio directo del protagonista.
Un testimonio que proviene de un hombre que se negó a militar, no ya en el partido nazi, sino en el ejército de su país en guerra, debido a sus profundas convicciones religiosos que le llevaban a profesar el más profundo y militante pacifismo. Un hombre cuyos familiares estuvieron implicados en atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944, y que tuvo que luchar contra sus propias creencias, para así poder encontrar una dispensa a su pacifismo que le permitiera colaborar en el asesinato del monstruo. Grandes ideales, grandes combates morales, que a nosotros, traidores de nosotros mismo, nos pueden parecer risibles, pero que, en cierta manera, colocan a esas personas por encima de nuestro tiempo.
Un hombre cuya familia sufrió la persecución del nazismo, no ya por esa colaboración con los conspiradores, sino simplemente por no denunciar a los posibles opositores al régimen, ya que para el nazismo, aquellos que no compartían su retorcida ideología, eran enemigos mortales con los que se ajustarían cuentas más tarde o más temprano, puesto que sólo el pensamiento o la sospecha de un pensamiento bastaban para ser culpables. Un individuo que habría de sufrir doblemente, puesto que si para los nazis era un traidor a la comunidad de la raza, para los rusos era simplemente un alemán, cómplice de aquellos que habían llevado muerte y destrucción a la URSS, culpable sin eximentes, sin posibilidad de perdón o indulto.
Y aquí, para finalizar o para comenzar, es cuando quiero señalar dos de los momentos más impresionantes del libro.
Uno de los cuales queda obscurecido por el misterio, o mejor dicho por el respeto que el autor tiene a su esposa. Tras la ocupación de Könisberg por los rusos, acabo separado de ella y no volvió a verla hasta meses más tarde, sin que ella llegará nunca a contarle lo que le había ocurrido en ese tiempo, hasta que un día al pasar junto a un bosque, en las afueras de la ciudad, ella se mostró extremadamente nerviosa y esa misma noche, según nos deja intuir el autor, se suicidio con una fuerte dosis de somníferos. Unos hechos, los ocultados y los causantes de su muerte, que el escritor descubriría leyendo el diario de la difunta, pero que nunca llega a comunicar a nosotros los lectores, como última prueba de respeto y de amor.
Un respeto que meses más tarde, al enterarse de que iba a ser detenido por los ocupantes, la hace dudar, puesto que el abandonar su tumba, la seguridad de dejarla sola para siempre, sin posibilidad de volver a ella, le parece la última traición, el último insulto a aquella que le amó y le protegió.
Es entonces, de resultas de esta denuncia y de la huida que le sigue, cuando tiene lugar el segundo momento estremecedor de la narración, puesto que el narrador recorre la tierra que era su patria hasta ese instante, como si fuera una alimaña, caminando sólo de noche para evitar ser descubierto, escondiéndose donde buenamente puede, evitando a los hombres, marchando siempre hacia el oeste, para huir de la cárcel sin muros en la que ha sido arrojado.
Sólo que no hay nadie que le persiga, ni nadie con quien encontrarse. Su tierra, la tierra que amaba, la tierra de su gente, de sus antepasados, está vacía. Todos los que vivían en ella han muerto, huido con las tropas en retirada o han sido deportados por los ocupantes.
Sólo queda él, entre el cielo obscuro y la tierra negra.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
A tomb in the wilderness
A veces, como ahora mismo, encuentro que no tengo material para escribir entradas y me pongo a revisar los borradores que ido preparando. Unos ya no tiene sentido continuarlos, la ocasión y el motivo se han perdido, de otros he olvidado completamente las razones que me motivaron a guardarles un espacio, principalmente por mi mala tendencia de confiar demasiado en mi memoria y no anotar lo que me viene a la cabeza.
Unos pocos han estado dormitando durante años, visitando mi mente de vez en cuando, urgiéndola para hacerse realidad, pero la realidad y la actualidad se lo han impedido... como es el caso de ésta que estoy escribiendo ahora.
¿Y qué tiene de interesante esta entrada? El origen está en la foto que la encabeza, un sepulcro de un tipo muy corriente en el mundo musulmán, el mausoleo de un personaje importante, sino fuera porque el individuo que allí reposa no es otro que Babur, príncipe de Samarcanda, Rey de Kabul y Emperador de la India, alguien que al final del siglo XV y principios del XVI remodeló el mapa de lo que ahora es Uzbekistan, Afganistan, Pakistán y la India, creando un imperio allí que duraría hasta el siglo XVIII sería la admiración de los viajeros europeos que lo visitaran, asombrados por un poder y una riqueza inimaginables en Europa, hasta el punto que cuando, a finales del XVIII, Gran Bretaña construyese su propio imperio en el subcontinente Indio, un modo de legitimarse fuera el hacerse pasar por sucesores de ese reino proverbial.
Un personaje cuya tumba, he ahí lo importante, está en Kabul.
Una ciudad y un país que han sido arrasados hasta los cimientos, hasta casi perder su propia identidad y herencia, pensemos en los Budas de Bamiyán o en el Museo Arqueológico de Kabul, destruidos por aquellos que buscan purificar la tierra, guiados en esa misión por sus creencias perfectísimas. Un país siempre en guerra y divido por ella, donde todo está entre ser destruido y ser reconstruido, y donde hasta los monumentos más sacros pueden ser demolidos en un arrebato de pureza.
Algo que bien podría haber ocurrido ya a Babur y su mausoleo, simplemente porque aunque héroe del Islám, en combate perpetuo contra los infieles y en lucha constante por extender las fronteras de la comunidad (el Dar-al-islam) su figura no se correspondía con el ideal de los puros. Basta leer su memorias, unas de las obras máximas de la literatura universal, para descubrir como ese campeón de los creyentes interpretaba su Islám de manera completamente laxa, sin esconder sus escarceos homosexuales de juventud, más cercanos al true love, que cualquier relación que tuviera con mujeres, su afición por la bebida, compartida por todos su contemporáneos, o su pasión por la poesía y por proteger a los que cultivaban el arte, incluso aquellos que intentaban reproducir la realidad con dibujos.
Rasgos que narra con absoluta inocencia en sus memorias, la sinceridad del que sabe que no será perseguido, pero que claramente no corresponden al ideal soñado por algunos.
De esos mismo que procuran hacernos olvidar, bien con palabras, bien con actos, lo que más fascina de Afaganistan, el hecho de ser un lugar de paso, mejor dicho, el conector entre múltiples orientes, Persia y Mesopotamia, la India, China, unidas por la ruta de la seda y sus múltiples ramificaciones, conducto para todas las influencias y todas las ideas, en ambos sentidos, camino y semillero del budismo desde su cuna India hasta sus admiradores chinos y japoneses, puerta de entrada tradicional a la India de Arios, Persas, Macedonios, Nómadas de Asia Central, Árabes y Mongoles, todos los que han dominado ese país, excepto los europeos venidos por mar.
Lugar de unión en vez de frontera, estimulador de culturas en vez de nido de bárbaros, tierra de múltiples identidades, casi todas las que han nacido y crecido en Eurasia.
Completamente opuesto a la idea de aquellos que pretenden que sólo ha tenido un alma y una cultura, y que siempre ha sido y será así, y que extirpan del recuerdo y de la misma tierra todo aquello que no se ajusta a su sueño, sea perteneciente a los contrarios o sus mismo correligionarios y compatriotas.
domingo, 21 de diciembre de 2008
Old Fairy Tales
No hago más que repetir lo excelente que está siendo este otoño de anime, dejando perfectamente claro de qué estudios se puede esperar grandes productos (como son Manglobe, Bones, Madhouse o Shaft), mientras que otros persisten en su decadencia (Sunrise) o dan vueltas en torno a la noria que ellos mismos se han construido (Kyoto Animation).
Una de estas grandes series de la temporada en curso es Kurozuka, que comparte con varias de la que estoy siguiendo un diseño adulto de personajes, francamente atractivo y dinámico, junto con un no-quedarse-atrás, en la representación de situaciones, tanto violentas como sexuales.
Dicho, esto no pasaría de ser el habitual espéctaculo de sexo y violencia, tan de moda hoy en día, sino fuera porque, inesperadamente, las raíces del cuento y la tradición popular afloran en la historia y la hacen suya, no solo la del relato de caballerías, donde el héroe se enfrenta a sucesivos campeones, que sirven de prueba y aumentan su fama, sino porque al igual que en esos cuentos, el viajero se pierde en los bosques solitarios, vacíos de cualquier presencia humana, pero donde, sin que a nadie sorprenda, se encuentra albergue.
Un refugio condicionado a una sola petición, que parece fácil de cumplir, especialmente si la estancia se limita a una noche, aunque luego ocurra que el tiempo deje de medirse y el viaje se olvide...
...y que esa confianza adquirida, deseada y esperada, haga olvidar las condiciones y quebrar los juramentos...