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domingo, 19 de octubre de 2008

Abstraction For The Win



He comentado ya muchas veces mi preferencia por las formas menores en las artes, por el corto en cine, por la obra para solista o el cuarteto en música, por el cuento en literatura. Una inclinación, esta mía, que tiene un doble origen, por un lado, el hecho de que verse estrictamente limitado en el tiempo o en el espacio, obliga al artista a prensar sus recursos expresivos para que quepan en ese formato tan exiguo, a sublimar y a destilar, a intentar dar lo máximo con el mínimo, a sugerir y apuntar mucho más de lo que le tiene ocasión de decir llegando al extremo, como se ha dicho de la poesía, que una medida de su calidad, es la relación entre versos de un poema y el número de páginas en prosa que se necesitan para explicarlo y comprenderlo. Un modo de hacer exigente y duro, que provoca que muchos de los que lo practican de ordinario sólo puedan dedicarse a ello en su juventud, cuando las fuerzas y las ilusiones sobran, al contrario de los largometrajes o las series, la novela, los conciertos y sinfonías, donde el amplio espacio permite bajar la tensión del material, repartirlo en un par de puntos cruciales y convirtiendo el resto de la obra en transiciones entre esos puntos o, en el peor de los caso, en mero relleno.

Aparte de esta diferencia estética provocada por el formato, hay otra razón más prosaica, para justificar mi preferencia, mi inclinación hacia esas formas mínimas. Una gran novela, una gran película, una gran opera, debido a su propia longitud, es algo que apenas llegamos a disfrutar un par de veces en nuestra existencia. Hay que reservarle varias horas, un tiempo en el que podamos sumergirnos en ellas, pillarles el ritmo, desconectar del mundo y sus preocupaciones. Un corto, un poema, un cuento, una sonata, es algo que apenas consume tiempo, que puede incluirse en cualquier rato perdido y, sobre todo, que podemos visitar cuantas veces queramos, hasta sabérnoslo de memoria, hasta que forme parte íntegra de nuestra vida, algo sin lo cual no podríamos concebir nuestra existencia.

Así que gracias a YouTube, no hago más que repetir el visionado de cortos y cortos de animación, entre ellos los de Norman McLaren, ese animador fundamental, cuya obra entera cabe en apenas unos cuantos DVD, y que por sus logros, por haber sacado la abstracción del congelador de los lienzos, dándole la vida que ofrece la pantalla de cine y fundiéndola con la música, haciendo realidad el sueño de los grandes pintores abstractos de principios del XX (y no, no se me olvidan Fischinger o Lye, pero de uno ya hablé y del otro ya hablaré).

Algo que debería bastar para que se le considerase uno de los grandes cineastas del siglo XX, o al menos mejor que muchos otros famosísimos, simplemente por pocos pueden superar la inventiva, la constante innovación, la belleza formal o la alegría con que atiborra todos y cada uno de sus cortos... y esto utilizando los medios más simples, líneas, puntos, formas abstractas, figuras geométricas, objetos cotidianos, lo más simple y aparentemente más alejado del gran arte y que, como digo, bailan y disfrutan al ritmo de la música, fascinando a cualquier espectador que se atreva a mirarlo sin prejuicios, o mejor, dicho, que se atreva a disfrutarlos, sin cargarse de bagaje inútil o concepciones previas

Poco más puedo decir. De hecho, decir más, aparte de explicar como se concibieron, realizaron y planearon estos cortos, es ocioso, puesto que no pueden añadir nada a su belleza o a su alegría, esos conceptos tan extraño a nuestros parámetros culturales de ahora mismo.

Basta con señalarlos y que otros nuevos los descubran, los disfruten.





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