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viernes, 16 de mayo de 2008

A visit to an old friend

Con motivo de la exposición Goya en tiempos de guerra, he vuelto a visitar el Museo del Prado, tras su reapertura a bombo y platillo hace unos meses, y debo decir que parte de los errores que encontré en aquel tiempo se han corregido, al menos ahora ya es posible cruzar de un lado a otro del museo (de sur a norte) sin necesidad de perderse por pasillos laterales que rondaban los servicios. Ahora que se puede hacer esto, la estructura queda mucho más clara, ya que desde la puerta de Velázquez, es posible llegar a una rotonda que sirve de nudo de comunicaciones para todo el museo, parte vieja/parte nueva, arriba/abajo, norte/sur, cosa que en primera visita sólo era posible para aquellos que entraban precisamente por esa puerta de Velázquez y no para los que entraban al museo.

Sin embargo, persisten graves dudas sobre como quedará estructurado el museo tras esta reapertura triunfal. La excusa de todo el asunto era, ni más ni menos, resolver la carencia de espacios expositivos en el venerable edificio, algo que en mi opinión no se ha resuelto. La parte nueva está ocupada hasta arriba con los contenidos del antiguo Casón, mientras que en el edificio antiguo, las salas de la exposición Fábulas de Velázquez siguen cerradas al público (con lo que la sección italiana parece un espectro de lo que era), mientras que la galería superior ha vuelto a ser tomada por una exposición de pintura, la de Goya, que era lo que precisamente se pretendía evitar.

¿y la exposición de Pintura? Pues decir que lo peor es precisamente el nombre, Goya en tiempos de Guerra, que parece un astuto truco publicitario para aprovechar el tirón del 2 de Mayo, cuando, en vez de limitarse a las obras del periodo 1808-1815 (y resultas) lo que se hace es dar una visión de conjunto de la obra de Goya, de su juventud a la vejez, en todas las formas que cultivo, del grabado a la pintura. Un modo de exposición que periódicamente se repone en el Museo del Prado, como es el caso de Velázquez, y que parece haberse convertido en uno de sus signos de identidad.

Y vuelvo a repetir que esto no es una crítica. Muchos, en muchas tribunas públicas, acusan a este modo de exposición de no ser más que "mover cuadros de un lado a otro del museo" olvidando que esta muestra permite no sólo gozar de las esplendidas restauraciones de los cuadros El dos de Mayo y el Tres de Mayo, sino contemplar un buen puñado de obras que raramente se ven, como La última comunión de San José de Calasanz o las Santas Justa y Rufina, (quizás los últimos exponentes de auténtica pintura religiosa, antes de la decadencia del cristianismo) o nunca vistos, como este de la Marquesa de Montehermoso, que basta para justificar la fama de retratista de Goya, esa su capacidad de capturar la personalidad del retratado y transmitírnosla.



ya que en él. se ve a una joven casi niña, representada en una postura de inocencia e ingenuidad tópica, agarrando un lirio que muestra su pureza... un barniz social y cultural, que la expresión de la cara de la retratada destruye por completo, ya que muestra a una persona de un carácter recio, alguien que mira frente a frente a su interlocutor, le juzga y le condena, y no titubeará en decírselo a la cara. Alguien que en este cuadro, sabe perfectamente que está jugando a una comedia, y la acepta porque corresponde a su posición y a la imagen que quiere transmitir, pero que si se cometiera el error de confundir imagen con persona, no vacilaría en arrojarte el lirio a la cara, es más, toda el lenguaje corporal, transmite una impresión de apremio, un sentimiento de " a ver si acabamos ya, que tengo cosas más importantes que hacer".

Todo un cúmulo de impresiones que una reproducción no puede transmitir, que hay que estar delante del cuadro, de mayor tamaño del natural, para poder apreciarlas en su justa medida.

Una muestra, en fin, que nos recuerda al Goya más político, el observador radical de la sociedad de su época, con una ideología muy clara y muy precisa. Alguien en definitiva que no se callaba, aunque tuviera que nadar muchas veces, entre dos aguas. Un aspecto que se ha querido limar en los últimos tiempos, traicionando al propio Goya y haciendo ver que no era tan, tan, tal y como pretenden algunos análisis recientes de La Familia de Carlos IV, o la primacía que otros otorgan en sus series de grabados, a la Tauromaquia.

Una postura que se deshace simplemente con ver este grabado de los Disparates (y no deja de ser triste que no haya una edición de calidad de estos grabados), el llamado Disparate Claro...




donde se ve claramente quienes extienden la obscuridad.

Como no era menos de esperar de un afrancesado patriota como fue Goya,

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