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domingo, 23 de marzo de 2008

Mikrogramme

Im Verlieren wie im Vergessen liegt Schönheit. Was du nichts besitzst, besitzst du, weil du es besitzten möchtest.

En el perder como en el olvidar estriba la belleza. Lo que no posees, lo posees, porque quisiste poseerlo

Wer es liebt, er bleibt allein


Quien ama, permanece solo.

Hablar del escritor suizo Robert Walser (a quien ya dediqué una entrada, tiempo ha) es, al mismo tiempo, enumerar tópicos y señalar singularidades.

El primer tópico en que todos los comentaristas caen, es por supuesto, el señalar la singularidad de su muerte, recogida en una fotografía hermosa y mágica...



...un muerte que se produjo en el transcurso de uno de los largos paseos (de días en incluso semanas) en lo que aconstumbraba a perderse, como buen solitario. Un paseo que no debía haber tenido lugar, puesto que Walser estaba internado, desde hacía treinta años en una institución psiquiátrica, pero en la que, por alguna razón se le toleraban esas excentricidades. Una muerte que es aún más llamativa puesto que repodruce casi exactamente la muerte de uno de los personajes en su primera novela (Geschwister Tanner) a quien un paseante encuentra congelado sobre la nieve.

Walser pertenece a una curiosa tradición de la literatura alemana, la de los escritores escondidos, la de aquellos que como Kafka apenas son conocidos durante su época, o bien se aíslan de la actualidad para continuar su obra y acaban olvidados por sus contemporáneos, como es el caso de Musil, o su obra se convierte en famosa mucho después de haber sido escrita, como fuera el caso de Hesse. En el caso de Walser, sin embargo, todos estos rasgos se convierten en extremos.

Su obra temprana, las novelas como Geschwister Tanner o Jacob von Gunten, apenas fueron leídas (se cuenta que, años tras la edición de una de ellas, los pocos cientos de ejemplares continuaban cogiendo polvo en la editorial), pero sin embargo, su nombre alcanzo cierta fama en los círculos literarios germanos, de forma que gente como Hesse o Musil se declararon admiradores suyos, y el mismo Walser no dudo en mudarse a Berlín, a los lugares donde se estaba creando el arte del siglo, los lugares a los que había que ir si se quería ser alguien.

Sin embargo, Walser era un solitario, cualidad que se muestra claramente en esos caminatas en las que desaparecía, como digo, durante días y semanas, y que todos los personajes de sus novelas muestran en mayor y menor medidad. Por ello, no permaneció en Berlín, volvió a Berna, su cuidad natal y allí se ocultó de todo el mundo, comenzó a vivir en el mayor aislamiento, dedicado a trabajos que no le correspondían pero que le permitían que comer... una soledad autoimpuesta que se transformo en enfermedad y que condujo a su internamiento en el sanatorio, donde ya no volvería a escribir, a pesar de los ruegos de algún admirador que le visitaba esporádicamente.

No obstante, antes de la crisis y ese periodo de soledad, había dado en escribir los que se conoce como Microgramas, hojas sueltas que iba agrupando en carpetas, rellenas de una letra mínima, practicamente indescrifable, de forma que, durante largo tiempo, ese legado Walser, sus últimas obras, se consideró perdido por la casi imposibilidad práctica de descifrarlo, hasta que en los años 80 un par de eruditos, consiguio presentar una transcripción completa.

Esto confirmó algo que ya se sabía, que Walser había sido uno de los escritores más originales y más difíciles del siglo XX. Difícil no el sentido de Joyce u otros que se proponen una investigación del lenguaje y por tanto realizan juegos malabares formales que desconciertan al lector. Walser no es de esos. Al contrario, toda su búsqueda está basada en el significado en preñar, como decía Gracian, la frase de contenido, de manera que no duda en inventarse palabras que puedan reflejar lo que dice, ni en cambiar la trayectoria de sus razonamientos, dos, tres, cuatro veces, en el transcurso de una misma frase, al ir descubriendo nuevas posibilidades.

Lo cual, por supuesto, requiere una atención extrema del lector, que puede encontrarse, a la menor distracción, completamente perdido, sin saber de qué iba la cosa y como ha acabado allí, aparte de requerirle un perfecto dominio del lenguaje, para poder descifrar los constructos, enigmas y cifras con los que Walser siembra sus párrafos.

Al mismo tiempo, como decía, es también uno de los escritores más originales de este siglo, por ser completamente modernista, es decir interesado no tanto por lo que dice, sino por la forma en que lo dice, y embarcarse en una búsquesa y expermientación costante, lo que no quita que sea uno de los primeros postmodernos, antes que ese movimiento existiese. En efecto, en sus obras en general y especialmente en los microgramas, se mezclan continuamente elementos de la cultura popular y de la high culture, en un plano de igualdad. Un a mezcla que lleva a Walser a reinventar, desmontándolas, reconstruyéndolas, defomándolas y distorsionándolas, novelas rosas, relatos de aventura, travelogues, narraciones de intriga. Una tarea de montaje en la que el autor se muestra en todo instante consciente de su labor de mecánico/artesano y se pregunta, nos pregunta, una y otra vez, la idoneidad de una frase, el efecto que podría tener en el público, las diferentes posibilidades según los lectores, el estilo o él estado anímico.

Todo mezclado como digo con ese avance en zig/zag de su prosa, donde no se sabe nunca de donde se viene o a donde se va, donde las contradicciones se aprietan unas contra otras sin tener conciencia de serlo, donde hay que aceptar, como lector, lo que se nos propone, sin juzgarlo, ni criticarlo.

Como el caminante perdido en su camino.

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