Estoy leyendo durante estos últimos días The Golden Notebook de Doris Lessing, simplemente por una mala costumbre mía, que podría casi calificarse de snobismo, y que consiste en leerse algo del premio Nóbel anual a ver a que sabe (y debo decir que excepto Ulrike Jelinek, que no conseguí pillarle el punto, o Naipaul y Pinter, a los que aún no he leído, no me han defraudado ninguno de los recientes).
Por supuesto, tendré que escribir al menos una entrada sobre esa novela fascinante, y si no lo he hecho aún, es simplemente porque mi idea de la escritora, la novela y sus intenciones cambia cada día, algo que me hace comprender el durísimo prefacio que encabeza la edición de 1972, y en el que arremete violentamente contra el modo de entender la cultura y la crítica de este en su tiempo... un tiempo que, extrañamente, no me parece tan lejano como nos gusta pretender, ya que los modos y las maneras que ella describe son perfectamente reconocibles ahora mismo.
Sin embargo, lo que ha servido de germen a esta entrada es una curiosa frase de Lessing, que como me suele ocurrir, no anoté en su momento, ahora no puedo volver a encontrar y que me veo obligado a citar de memoria. La frase, tal y como me parece que era, venía a decir algo así como que "hay mujeres a las que les gusta que sus parejas abusen de ellas". Una extraña realisation si reparamos en que surge de la pluma de una feminista y que parece contradecir las tesis que ella misma defiende, tesis que yo comparto, al menos tal y como se expresan en esta novela (y debo decir que he estado a punto de añadir a pesar de mi sexo, si no fuera porque eso va también en contra de mi ideario, que intenta evitar asignar rasgos del carácter según el sexo que se tenga)
¿Paradoja? Peor que una paradoja, puesto que las auténticas paradojas son las que, al remover nuestras estructuras mentales, nos ayudan a replantearnos los los problemas y por tanto a buscar nuevas soluciones, mientras que en esta hay algo de aterrador, de retroceso, si se me permite.
Y lo de aterrador se refiere, entre otras impresiones que iré desgranando poco a poco, a que esta idea la he encontrado en muchas ocasiones, expresada de forma clara y brutal, intentando herir al lector, o disfrazada y sublimada, denotando la sorpresa y el miedo del propio artista al encontrarla de repente en su interior. Curiosamente, quien ha expresado la frase de Lessing casi con las mismas palabras, no ha sido otro que Robert Crumb, un autor que se encuentra en las antípodas ideológicas de Lessing, al menos en lo que podríamos llamar sexpolitics, y que no tiene reparos en ilustrar gráficamente las consecuencias de esta realisation, concretamente como no dudo en aprovecharlo para sus propios fines.
Una expresión de la sexualidad, cruel y despiadada, que se ha convertido en un lugar común de la cultura popular, donde las películas eróticas de renombre como pudieran ser El último Tango en París o 9 semanas y media, por nombrar dos títulos míticos, responden a un mismo y único patrón, el del señor que se dedica a realizar todo tipo de brutalidades sobre una señora, mientras lo acepta de buen grado. Una forma de expresarse artísticamente que no debería levantar ninguna polémica, entiéndase bien lo que digo, puesto que la vida es lo suficientemente dura, agria y despiadada como para que esas situaciones ocurran y por tanto puedan y deban ser representadas. El problema radica en otra parte, en como la sociedad acepta esos productos artísticos como su ideal, de forma que violencia y sexo se convierten en inseparables e inevitables, algo de lo que no se puede huir en esas situaciones y que acabará por suceder más tarde o más temprano.
Un malestar moderno, que es evidente para todo aquel que quiera mirar, y que para mí supuso una especie de shock, al comprobar, en los foros de internet, como había bastantes mujeres que calificaban de actos de amor lo que para mí rayaba en la violación, y sobre todo, como defendían violentamente su postura... casi como si el feminismo no hubiera existido o, peor aún, admitiese excepciones y componendas, a gusto del consumidor.
Otros autores no llegan a esos extremos de brutalidad en la expresión, simplemente porque su ideario es muy otro, más humanista, más delicado y sensible se podría decir, si no fuera por lo desprestigiadas que están esas palabras. Tal es el caso de Coetzee y Musil, dos autores que, sin embargo coinciden en una idea fundamental, no muy alejada de la señalada por Lessing, como en todo acto sexual, hay un poso irreductible de violencia, un ansia de humillación y de posesión, que aniquila cualquier fantasía de amor, cariño, respeto con el que lo hubiéramos emprendido.
Una realisation final que expresa mejor que nada, el miedo, el horror, el disgusto que la frase de Lessing me produce. La posibilidad de que, llegado el momento, descubierta esa vía hacia la crueldad, me embarcara sin dudarlo en ella, negando todas mis ideas y convicciones, dando la razón, con mi ejemplo, a los que estimo mis enemigos ideológicos.
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