Hablaba, en otras ocasiones, de lo que podría llamarse el movimiento por excelencia del siglo XX, o para ser más preciso la etiqueta que define al arte creado entre 1880 y 1980, engoblando a todos los "ismos" que se sucedieron en esos años.
Hablo por supuesto del modernismo artístico. El intento de crear un arte donde la forma fuera más importante que el fondo. O dicho de otra manera, un arte donde el objeto y el tema, no fueran importantes, sino que lo determinante, a la hora de juzgar el arte, fuera el tratamiento. O por definirlo aún mejor, un arte donde no hubiera un tratamiento determinado para un tema y en el que diferentes soluciones fueran posibles, al contrario que en la tradición anterior, en la que un cuadro era bueno si sabía expresar adecuadamente el tema que elegía como objeto, excluyendo atomáticamente el resto de soluciones, que se consideraban como malas, erradas o fallidas.
Así ocurría que, durante ese siglo, un paisaje, un retrato, un bodegón, podían ser representados con la praxis impresionista, puntillista, fauvista, expresionista, cubista o abstracta, sin que pudiera decirse, a priori, que una de esas soluciones fuera mejor que la otra, e incluso en aquellos ismos más literarios, como el simbolismo, el surrealismo o el pop, el tema, el significado de la obra, la intencionalidad del artista, se escondía, ocultaba y deformaba, hasta convertirlo en un enigma irresoluble, imposible de desentrañar con la información del cuadro o la cultura del espectador.
Un arte que como digo, en todas sus variantes, ponía el acento en la forma, y evitaba el fondo y el contenido, utilizando como armas la abstracción, la distorsión, la desviación, la cita, la ironía y la contradicción.
Un arte que, simplemente por esa renuncia y rechazo a ser vehículo de un tema y de unas intenciones, representaba para el espectador, especialmente para el culto y leído, un insulto, casi una bofetada en la cara, puesto que no era capaz de decodifarlo y reducirlo a los elementos que le eran propios. Un reto que provocaba una reacción violenta, tanto física como escrita, en esos tiempos, y que, curiosamente, continúa provocándolo.
¿Continúa provocándo rechazo? Muchos se habrán sonreído al leer estas palabras. Precisamente ahora, el arte modernista o de las vanguardias históricas, nos parece cada vez más algo del pasado, viejo y transnochado, que no merece otra reacción que la indiferencia.
¿Continúa provocando rechazo? Efectivamente. El modernismo termino, se descompuso y desapareció hacia 1980 y ahora vivimos en era cultural completamente nueva, acabada de estrenar. Un tiempo que exige significado. Un tiempo que exige compromiso. Un tiempo que exige que el arte señale y denuncié. Un tiempo, en definitiva, en que los experimentos estéticos del pasado parecen juegos de niños, entretenimientos sin fruto, actividades a las que las personas serias y comprometidas (añádase la causa que se desee) no deberían entregarse,
Un arte, ése del pasado, que sólo merece desdén y olvido, puesto que no responde a nuestros ideales estéticos.
Una época post, por tanto. Un tiempo de reflexión y reelaboración. Un periodo de transición hasta que surja un nuevo estilo común, o si se prefiere, un nuevo objetivo común... si no lo ha hecho ya y, presos en nuestras rencillas y combates cotidianos, no nos hemos dado cuenta.
Por ello, una exposición como la abierta ahora en Madrid, donde se resume lo que fue el postimpresionismo de las décadas finales del siglo XIX, es imprescindible.
Porque el postimpresionismo, como todo los post - () - ismos, no fue otra cosa que una reflexión y crítica del arte del pasado, en su caso del movimiento pictórico, el impresionismo, que había cerrado.
Porque al contrario que el impresionismo, donde la mitad de sus participantes no se consideraban así, el post-impresionismo es un movimiento (o un conjunto de movimientos) con toda la de la ley. Un conjunto de artistas con una teoría definida, de la cual sus cuadros son lección, expresión y manifiesto. Un grupo cerrado que se define por su oposición a un arte anterior y por su deseo de crear un arte nuevo y definitivo, el único válido, aunque se disuelva casi inmediatamente y cada artista siga su propio camino.
Porque, para concluir, ese tiempo y esos artistas son el germen y el origen del formalismo que definiría el resto del arte moderno y que explotaría en la revolución vanguardista de los años 1905 al 1914.
Porque, en cierta manera, al igual que nuestro tiempo (ése que rechaza las aventuras formalistas) fue también una época de multiples ensayos, de tanteos y titubeos, de calles sin salidas, de fracasos y naufragios, de desorientación, confusión y desánimo, de avanzar sin saber a donde, de llegar al destino sin darse cuenta de ello.
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