Hace unos días, en el periódico "El País", se hablaba de la ubicuidad del idioma inglés en nuestro mundo.
Esta entrada no va a versar sobre esto sino sobre una curiosa idea que aparecía en ese artículo y a la cual apenas se le dio relevancia, a pesar de su importancia. El caso es que, cuando se preguntaba a los expertos si el inglés seguiría el camino de otras lenguas, antaño universales, la respuesta era negativa, simplemente porque decían "la historia ya no nos sirve de guía" y por tanto, los ejemplos del pasado no nos permiten predecir el pasado.
Puede discutirse mucho sobre el concepto y la utilidad de la historia, especialmente si se tiene en cuenta esa opinión postmoderna que reduce la historia a mera literatura, y que, extrañamente, es utilizada por aquellos que quieren hacer una interpretación sesgada del presente, y para cuyos propósitos la historia no es más que un obstáculo, en el sentido de que los hechos recogidos contradicen sus fines políticos.
Y es que en el fondo, o mejor dicho, desde siempre, la historia no ha sido mera literatura, sino que por el contrario, se he pretendido fuente de enseñanzas morales y vitales. No es otro el concepto clásico de Historia como Magistra Vita, o dicho de otra manera, el estudio profundo del pasado daría las pautas sobre como interpretar el presente y predecir el futuro, evitando así los errores del pasado que habían llevado a otras sociedades a la derrota y al hundimiento... de ahí el miedo postmoderno a la historia, puesto que sus lecciones podrían demostrar falsos muchos planteamientos que se creen perfectos y válidos.
Pero... ¿No me estoy contradiciendo? ¿No estoy afirmando, al mismo tiempo, que la historia es nuestra maestra vital y que al mismo tiempo no lo es?
Quizás sí y quizás no.
El caso es que, cuando Polibio escribía en su Historia sobre la ascensión de Roma como potencia hegemónica en el Mediterráneo o Tácito lo hacía sobre los primeros emperadores, ambos podían pensar que sus lecciones, el uno sobre como una potencia derrota al resto de manera aparentemente inevitable., el otro sobre como un individuo acumula todo el poder político en sus manos, serían de utilidad a los que les leyeran, independientemente del tiempo transcurrido. En su opinión, esos fenómenos se seguirían repitiendo en el futuro, y las leyes que los regían se mantendrían invariables... una idea que sería compartida hasta ayer mismo, puesto que el estudio de la historia grecorromana sería una de las fuentes que conformarían la filosofía del estado moderno, ya fuera en la obra de Maquiavelo, de Spinoza, o de los enciclopedistas de justo antes de la Revolución Francesa.
Pero sin embargo la historia pasada ya no nos sirve. Y de esta idea el artículo del periódico El País no es más que un síntoma más, como el hecho de que la literatura anterior al siglo XIX haya sido confinada a una sala lateral de la Casa del Libro Madrileña, en vez de compartir espacio con el resto, en una aterradora confesión de que aquello que dijeron nuestros predecesores ya no nos sirve, ya no es aplicable, ya no no nos interesa.
Curiosamente, esta conclusión, de que el pasado ya no no sirve, de que su estudio no puede mostrarnos verdades universales que no sean de provecho en nuestras vidas, no debería haberme sorprendido.
Ya la había encontrado mucho antes... precisamente en los libros de historia.
Simplemente porque el mundo cambio de manera irrevocable hacia 1800, con la revolución industrial, con el momento en que una de las civilizaciones, la occidental, puso en contacto directo e íntimo a todas las demás, de forma que lo que sucediera a una de ellas repercutiría inevitablemente en todas las demás... el signo distintivo de este nuestro mundo. O dicho de otra manera, que un europeo medieval podía vivir sin saber que los emperadores chinos gobernaban media Asia o que los Emperadores Mogoles gobernaban India, puesto que todas sus vicisitudes, sus victorias y derrotas, no supondrían ningún cambio en su modo de vida, mientras que ahora nadie, ninguna civilización, puede vivir aislada de las demás, ni pretender que sobreviviría sola en el caso de que las otras se hundieran o desaparecieran.
Muy al contrario. Ahora cualquier defecto en un punto de la red se propaga inmediatamente al resto y la ruptura de la misma en punto podría provocar que toda ella se desenredara y destruyera.
El mundo en que vivimos, por tanto, es radicalmente distinto a aquel de los romanos, incluso a aquel de los reyes y potentados europeos de los siglos XVI y XVII.... y para demostrar esto bastaba un solo ejemplo.
Durante milenios, la historia de Eurasia parecía seguir un ritmo inmutable. Imperios, el chino, el persa, los principiados hindúes, Bizancio, Roma y Grecia, que surgían en las zonas agrícolas de Eurasia, se extendían por medio de la conquista y el comercio, hasta alcanzar un límite y luego se hundían sobre sí mismo, ante el empuje de los bárbaros de las estepas. La lucha entre los agricultores y los nómades, donde los primeros gozaban de la ventaja de su organización y sus recursos, y los otros de la ventaja de su velocidad y su movilidad, dada por sus monturas.
Hasta que llegó la revolución industrial, y al caballo fue substituido por el motor, el arco por el fusil y la ametralladora, y la ventaja de los habitantes de las estepas desapareció por completo y ellos mismos se desvanecieron en la historia.
Los ciclos se habían terminado. La historia entraba en una nueva fase, demasiado joven y nueva para que podamos imaginar sus reglas.
Y así multitud de ejemplos
¿Para qué leer historia entonces?
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