Páginas

jueves, 31 de agosto de 2006

Neighbourds, Norman Mc Laren (1952)


...y no aprendemos, no, no aprendemos...








Nota 1: Aunque no se aprecie, el corto entero de McLaren es animación fotograma a fotograma de personajes reales. Una auténtica proeza técnica (y estética, claro, porque las proezas técnicas nacen ya caducadas) se mire como se mire.

Nota 2: Curiosamente, Mc Laren es conocido precisamente por ser un director de animación, y un director de animación centrado en la abstracción (una abstración gozosa, jugetona y revoltosa). Curiosamente los cortos, por así decirlo, de personajes reales, son una excepción en su cine y los que tienen una intencionalidad política, excepciones de excepciones.

Sin embargo, McLaren tenía fuertes convicciones políticas (pertenecío al partido comunista escocés antes de migrar a Canadá en los 40 del siglo XX) y durante toda su vida estuvo preocupado por el mensaje que su cine transmitía y por el efecto que iba a tener sobre las personas y el mundo.

Toma Paradoja.

Lo repito, porque se dice pronto.

Un cineasta políticamente comprometido que utiliza la abstracción como su forma preferida de expresión.

Ahí es na'.

Nota 3: Hoy estaba vago, de hecho tenía pensado hablar de Rosso Fiorentino... pero a veces pienso en esas casualidades que hacen que lo vemos/leemos/escuchamos coincida con el estado del mundo/la situación de nuestras vidas/el rumbo de nuestros sentimientos.

martes, 29 de agosto de 2006

Tirez-vous les premiers, Messieurs les Français!!

..."Our next maneuver was rather extraordinary. We were ordered to mount bank, front the enemy, and there by word of command go through all the ceremony of soldiery, ordering and grounding our arms; and although the enemy had been firing a little before, they did not give us a single shot". The British may have been filled with astonishment at this display, as Duncan later remarked. More likely, the British officers who watched admired the performance, perhaps some wished that they have ordered it themselves...


The glorious cause. The American Revolution 1763-1789. Robert Middlekauf

Nunca he podido evitar un estremecimiento al leer episodios de este tipo, tan abundantes en la historia de las guerras que se libraron desde primeros del siglo XVIII hasta la inmensa matanza sin sentido que supuso la Primera Guerra Mundial.

Pueden parecernos absurdo, vistos desde ahora, esos ejércitos con uniformes de opereta, que maniobraban en orden cerrado, como autómatas, y atacaban al ritmo de pífanos y tambores, sin buscar substraerse a las balas en sus ataques, rigiéndose por normas y conceptos transnochados.

Sin embargo, en aquellos tiempos, la guerra era tan cruel o más que ahora. No cruel, sino mortífera.

La mayoría de los soldados no morían en el campo de batalla, sino de enfermedad o privaciones, de manera que un ejército en campaña podía encontrarse con que, el día de la batalla, no podía llamar a filas mas que a la mitad o la tercera parte de sus hombres.

No es que las batallas fueran precisamente paseos, llenos de heroísmo o de gestos, como los cuadros de los museos pueden hacernos pensar. Basta pensar que los generales tenían mucho cuidado de no arriesgar sus tropas en batallas que no fueran a ganar de forma clara, puesto que un encuentro, podía reducir aún más la parte útil de su ejército, hasta obligarlo a retirarse de la campaña.

Aunque primitivas las armas del siglo XVIII eran mortíferas en un grado que a nosotros, aconstumbrados a las WMD del siglo XX, nos parece increíble. Un cañon de artillería generalmente no disparaba una carga explosiva, sino una bala maciza, incapaz de hacer el daño que una bomba de ahora puede causar. Sin embargo, los artilleros de entonces calculaban la trayectoria para que la bala rebotase varias veces contra el terreno, como en el juego de la rana, y así pudiera abrir hueco en las formaciones enemigas, penetrando varias líneas en un solo tiro.

Sin olvidarse de lo que podía suponer una carga de fusilería, varías líneas de tiradores concentrando su fuego en la formación que avanzaba contra ellos, y lanzando de una vez, una auténtica granizada de proyectiles. Los testimonios nos hablan de ataques parados en seco, simplemente porque la vanguardia de la formación había sido segada de una vez, y frente a los supervivientes, aún confusos, quedaba la visión de un montón de cadáveres, los de aquellos que los precedían. De hecho, lo único que permitía que los ataques triunfasen, era el tiempo que se tardaba en recargar y que daba a los atacantes la oportunidad de reponerse, superar el espacio que les separaba de sus enemigos, y cargar contra ellos a la bayoneta.

Sin contar con que ser herido en una batalla suponía, casi con seguridad, la muerte, cuando no la mutilación. Sin antibióticos, sin desinfectantes, sin equipos modernos, sin una teoría que le permitiese combatir la enfermedad, lo único que los médicos de aquel entonces podían hacer era extraer la bala, coser todo, y esperar que la naturaleza triunfase... o amputar si todo iba bien.

Y aún así, los hombres marchaban al combate, aceptaban el peligro y la muerte, casi despreciándo a ambos, y rivalizaban en ejemplos de coraje, honor y heroísmo, dirigidos tanto al enemigo que les esperaba como los amigos que les observaban, casi como si compitieran con ellos.

Como ocurrió en la batalla de Fontenay, durante la guerra de Sucesión Austriaca, cuando una unidad de Infantería inglesa se dirigió hacia el centro frances y, cuando estaban a tiro, apenas a unos cientos de pasos, el oficial británico que estaba al mando se descubrió, saludo a sus enemigos y dijo aquello de:

Tirez-vous les premiers, Messieurs les Français! (¡Tiren Uds primero, señores franceses!)

Ante lo cual, el oficial francés que mandaba a los enemigos se descubrió a su vez, saludo al oficial contario y respondio:

Nous, les Français, ne tirons jamais le premiers. Tirez-vous, Messieurs les Anglais! (Nosotros los franceses no disparamos jamás los primeros, ¡Tiren uds, señores ingleses!)

Tras lo cual ambos oficiales volvieron a saludarse, se cubrieron, y el inglés procedió a ordenar. Carguen! Apunten! Fuego!

¿Absurdo?

No más que la guerra de ahora, donde todo se reduce a arrojarse los misiles con mayor alcance y de mayor poder destructivo, y que se libran sin cuartel, no ya para los soldados enemigos, sino para los civiles.

Por eso, si hubiera de participar en una guerra, preferiría que fuera una de las del XVIII, donde al menos pudiera uno morir admirado por amigos y enemigos.

Donde tras la batalla, el enemigo vencido pudiera ser elogiado por el vencedor y se le rindiera el respeto y los honores que su valentía mereciera.

Ellos eran la mejor infantería del mundo. No deberían haber sucumbido de esa manera.

O algo así.

Palabras imposibles de escuchar hoy en día, donde todo enemigo es inhumano por definición, merecedor únicamente de ser aplastado como las cucarachas.

lunes, 28 de agosto de 2006

Mit Hesse zu wandern (y2)

Wertlos, so schien ihm, wertlos und sinnlos hatte er sein Leben dahingeführt; nichts Lebendiges, nichts irgendwie Köstliches oder Behaltenwertes war ihm in Händen geblieben. Allein stand er und leer, wie ein Schiffbrücher am Ufer.

Siddartha, Hermann Hesse

Sin valor, así le parecía. Sin valor y sin sentido había transcurrido su vida. Nada vivo, nada que fuera de alguna manera valioso o digno de conservarse le había quedado entre las manos. Solo y vacío se había quedado, como un náufrago en la orilla.

A medida que envejezco, cada día me gusta menos Thomas Mann. En cierta manera comparto la idea que tenía Musil de él, el de alguien que pretendía ser inteligente, genial, pero que en el fondo no lo era.O dicho de otra manera, en toda su obra Mann se esfuerza en demostrar que siempre tiene razón, aunque se equivoca. No hay lugar en ella para las dudas y cuando éstas aparecen es fácil darse cuenta de que no son más que una simulación.

Lo opuesto a Hesse, por tanto.

En la anotación anterior que escribí sobre Hesse podía pensarse que la novela, la vida de Siddarta en ella descrita, la fábula moral que constituía había alcanzado alguna moraleja, alguna conclusión, alguna enseñanza. Algo que nos sirviese de guía y de referencia en la vida. Algo a lo que poder acudir cuando tuviésemos dudas, cuando vacilásemos.

Sin embargo, Hesse sabe perfectamente que todo hombre es un solitario. Así que el camino que elije Siddartha es un camino propio, no dictado por otros, sino elejido por el mismo, donde él, como todos nosotros, elije a sus maestros y filtra sus enseñanzas. Un camino, el de su vida, que es el de la libertad, el que él se contruye, el que él se dicta. ´

El auténtico camino, podría pensarse. El único digno de un hombre.

Había comentado también el estilo particularísimo de Hesse, como las preguntas que se plantea, no llevan a las respuestas esperadas, y como estás respuestas no pedidas, no constituyen destinos, sino nuevos puntos de partida. Nuevos caminos que no tienen nada que ver con los ya recorridos y donde las reglas antiguas no son válidas ni aplicables.

Unos cambios que no tienen porque ser internos, sino que, con demasiada frecuencia son internos. Ese despertar repentino una mañana para encontrar que ya no se es la persona que se recordaba, y que lo que uno es a partir de ese instante no coincide con lo que se deseaba.

Así ocurre con Siddartha. Un día, descubre que se ha equivocado de camino. Que aquello que ha elegido, lo que era su elección libre, su deso y su esperanza, ha dejado de interesarle, le hastía y aburre, y que cada momento que persista allí no será más que un nuevo paso hacia su muerte... a convertirse en uno más de tantos muertos en vida que esperan que la muerte les alcance y mientras se emborrachan de rutina, para no sentir el paso del tiempo.

Ujna rutina que puede consistir, aunque sea parádojico, en vivir a tope, como se dice.

¿Qué le queda entonces por hacer a Siddartha? Desaprender. No aprender, sino olvidar todo lo que ha aprendido.

Descubrir que no hay cosas mejores o peores en este mundo. Hermosas o feas. Preferibles o evitables. Que todos los deseos de los hombres son igual de nobles. Que nadie, mucho menos los más santos, los más sabios, los más habiles, puede considerarse mejor que otro.

Reconocer que la experiencia de un individuo no es heredable por otro, ni transtimitible. Que para cada persona el camino es completamente nuevo, como si lo acabaran de construir justo para él y que sólo llegará a su destino, extraviándose y equivócandose... encontrando él mismo la salida de su laberinto.

Despertar y darse cuenta que no es a las ideas a las que hay que jurar lealtad, ni luchar por su defensa, sino que eso debe reservarse para a las personas particulares, las únicas que pueden devolver el amor, el cuidado y el cariño.


Das sind Dinge, und Dinge kann man lieben. Worte aber kann man nicht lieben. Darum sind Lehren nichts für mich, sie haben keine Härte, keine Weiche, keine Farben, keine Kanten, keinen Geruch, Keinen Geschmach, Sie haben nichts als Worte.

Esas son cosas y a las cosas se les puede amar. A las palabras, sin embargo, no se les puede amar. Por eso, las enseñanzas no son nada para mí. No tienen dureza, blandura, colores, bordes, aroma, sabor. Sólo tienen palabras.

domingo, 27 de agosto de 2006

Ambigüedades

Una larga e inquieta noche
Ahora, mi cabello enredado
acaricia las cuerdas del Koto
Tres meses de primavera
y no he tocado ni una nota.


Yosano Akiko

La primera vez que leí estos versos, pensé que a la poetisa, o mejor dicho al otro-yo representado en sus versos, parte persona real, parte invención, parte deseo anhelos, le había ocurrido aquello que suele ocurrir las primeras veces que uno se enamora y ama, cuando aún no se tiene experiencia y todo es nuevo y descubrimento, o las últimas, cuando se sospecha que eso que se experimenta no habrá de repetirse mas, y se quiere apurar hasta la última gota, como se dice vulgarmente.

Pensaba por tanto que la poetisa, o su personaje, o yo mismo, se había enredado en su pasión, más importante en esos momentos que su propia vida, y olvidado de sí misma, de lo que ella era y de lo que ella representaba, del tiempo y de su paso, del mundo y de los lazos que a él la unían, para entregarse sin reservas al amor, a la pasión, a como queramos llamarlo y definirlo, hasta despertar un día y descubrir, con un cierto sentimiento ambiguo, al mismo tiempo de amargura y alegría, todas las cosas había dejado de hacer en ese tiempo, aqello que ella consideraba esencial en su vida, inseparable de su existencia, insustituible, y que la presencia de otro cuerpo había bastado para hacer que se desvanecieran como lo hacen los sueños a la luz del día.

Pero lo leo ahora y pienso lo contrario.

Pienso que las noches inquietas son las noches sin amor, las noches de ausencia sin nadie al lado, las noches perdidas en el insomnio que desembocan en días inexistentes. Días y noches de dolor que producen, he ahí la paradoja, el mismo efecto que los días y noches de gozo, que lo que uno es , lo que uno ama, lo que uno estima, se pierda y difumine, hasta que, de nuevo una mañana, descubrimos como nos hemos ido destruyendo a nosotros mismos, como añoramos lo que éramos, como ansíamos volver a ser lo que fuimos... y no sabemos si hay caminos de vuelta, o si estos continuarán abiertos, o si querremos en verdad recorrerlos.

Porque bastaría, de nuevo, la presencia de este otro cuerpo, para que abandonásemos todo y a todos.

...

Entonces...

¿Cuál es entonces la verdadera interpretación?

Y lo que es más importante aún ¿Quiero saberlo?

miércoles, 23 de agosto de 2006

Las intermitencias de la memoria (y 3)

Con mucha frecuencia, y yo mismo lo he utilizado en estas pseudoanotaciones pseudobiográficas, se usa el tema de la memoria, mejor dicho, el de la pérdida de los recuerdos, como muestra y aviso de la muerta, de como en el fondo, nuestra vida es una sucesión de pequeñas muertes, de personas que fueron y ya no son, de desconocidos en los que no podemos vernos.

Pocos utilizan otro tema, no menos devastador, el de la asimetría de los recuerdos, ese que todo lector de Proust recordará como uno de los centros, casi enseñanzas de su obra. O dicho de otra forma, el dolor que provoca encontrar diferencias en los recuerdos compartidos con las personas cercanas, especialmente si se trata de personas a las que se amó, se creyó amar, o pasados los años, descubre uno que en realidad, estuvo enamorado de ellas, aunque en ese tiempo no se diera uno cuenta.

Frases devastadores del tipo "yo te conocí en ese viaje, ¿no?" precisamente el viaje que tú no has olvidado, y que se rematan con un "ése fue uno de los peores viajes que recuerdo"...o del tipo "escucho ese disco todos los días, ¿te lo he dejado alguna vez?", cuando precisamente fuiste tú quien se lo regaló.

En esos instantentes, si la vida fuera como las novelas no tan baratas o los seriales y películas, sería de esperar una reacción airada, algún tipo de defensa contra ese olvido, contra esa ingratitud, pero desgraciadamente, no es así, porque cuando se llega a asimetría, a ese olvido mutuo de personas que estuvieron muy unidas en el pasado, es porque esa relación en el fondo ya no importa a ninguno de los dos y ninguno estaría dispuesto a hacer el mínimo esfuerzo por revivirla.

Con lo cual uno se queda con la duda de no saber que es peor, si ese olvido, o encontrar en uno esa ausencia de energías, de motivos, de esperanzas, para responder algo diferente del ¿Ah sí?

...

Pero en realidad, esto no son sino jeremiadas de un solitario.

De alguien que, a los dieciséis años, descubrió que estaba perdiendo los amigos que tenía... y que era incapaz de hacer otros nuevos.

martes, 22 de agosto de 2006

La melancolía de las miradas (y 2bis): Pontormo

Resulta extraño releer la entrada que escribió uno el día anterior....y darse cuenta de que no había dicho nada de lo que quería decir, en otras palabras, que no había expresado mis auténticos sentimientos.

¿Y cuáles son estos?

Me bastaba con volver al pasado, con evocar el verano de 1995 en el que, a finales de agosto, vi ese cuadro por primera vez, y aunque suene a paradoja, lo vi por primera vez dos veces.

Porque aquel verano me había comprado un grueso volumen, de título, The art of the Italian Renaissance, profusamente ilustrado, en el cual hablaban de multitud de pintores que nunca había oído nombrar, de obras de arte que no sabía que existieran y que, en unos cuantos días, podría contemplar en las ciudades que iba a visitar.

Extraño tiempo aquel, casi increíble, cuando podía irse uno a la cama ilusionado con lo que acababa de leer, perder el sueño y levantarse tan fresco a la mañana siguiente, descubrir que todos esos nombres, esos lugares, esas obras, se habían quedado contigo, que conocias, casi como la palma de tu mano, la ciudad que aún no habías visitado, pero en la que pronto estarías.

Para, una vez allí, descubrir que no tenías tiempo para el cansancio, mejor an, que podías derrotarlo, negociar con él, posponerlo hasta que llegases de nuevo al hotel, tras pasarte el día pateando las calles, para entonces, satisfecho, aún con la mente llena de imágenes, de tantas imágenes, caer rendido hasta la mañana siguiente, para volver a comenzar otra vez.

Y ocurrió que, en aquellos días que visité Florencia, estuve a punto de perderme ese cuadro que tanto deseaba ver.

Porque la primera vez que lo intenté, era una mañana de lluvia, llegué demasiado tarde cuando ya habían cerrado... y la segunda vez, un tarde de sol radiante, de calor de esos que te aplastan, llegué demasiado pronto y pensé en pasar de largo, pero, en cambio (¿quién sabe cuando podría volver?) decidí matar el tiempo paseando, recorriéndo como el resto de turistas, la ruta que lleva del Palazzo Pitti a la Piazza de la Signoria.

Así que cuando abrieron la iglesia estaba yo sudoroso, agotado, agobiado. No el mejor de los ánimos, con el que enfrentarse a un cuadro.

Pero ya he dicho que esa Iglesia apenas la visitan los turistas. En total no habría más de tres o cuatro personas, allí dentro. Nada turbaba el silencio que había en su interior. Y eso, unido a la semiobscuridad y el frescor que suele reinar en los templos, bastaba para aliviar de todo el cansancio, de todo el calor, de toda la tensión.

Y por supuesto estaba ese cuadro. Ese cuadro inmenso e indescriptible.


Y otra vez me vuelve a suceder lo de ayer, que no soy capaz de decir lo que quiero decir.

Sólamente, se me ocurre algo, lo distinta que es la figura humana en Miguel Ángel y Pontormo. Como en el primero, todos los hombres son cólosos, héroes, dioses, mayores que el resto de los mortales, situados en un mundo ideal que en el fondo no es el nuestro, mientras que para Pontormo, el hombre, la figura humana, es frágil, algo que puede disolverse en aire, en el color, como los ángeles que vigilan, tras la virgen, el cuerpo de Jesús.

Un simple envoltorio cuya existencia es dolorosa y que habita un mundo irreal, tan irreal como la persona a la que representa.

¿Y por qué hablo ahora de esos pintores, tantos años después?

Quizás porque, como un personaje de Hesse, siento nostalgía de mí mismo, de la persona que fuí, de mi mejor momento...

...del breve tiempo, los fugaces instantes, en que me sintiera más feliz...

...del tiempo al que no puedo volver...

lunes, 21 de agosto de 2006

La melancolía de las miradas(y 2): Pontormo


En el caso de las ciudades míticas, suele ocurrir que los visitantes se concentran en uno o dos lugares, sin salir de ellos, no se sabe bien si por miedo o por ignorancia. Así por ejemplo, en Florencia ocurre que el eje Piazza de la Signoría-Ponte Vechio-Palazzo Pitti, suele estar atestado de gente, que recorren ese espacio una y otra vez, arriba y abajo, hasta el extremo de que se forman incluso pequeños tapones en la multitud, que hay que esperar a que se disuelvan por sí solos... mientras que basta torcer por cualquier calleja para encontrarse completamente sólo, rodeado por el silencio,

Una curiosa paradoja, por tanto, la de una ciudad atestada de turistas, hasta el extremo de hacerse odiosa, pero que al mismo tiempo ofrece multitud de calles y rincones para relajarse y descansar, y al mismo tiempo multitud de lugares recónditos, en los cuales se guardan obras de arte que por su calidad pueden competir con las vistas en los lugares más conocidos.

Uno de estos rincones desconocidos es la iglesia de Santa Felicitá. No hay que buscar mucho para encontrarla, basta salir del Ponte Vechio en dirección al Palazzo Pitti y, al poco, pasadas las casas voladas por los Nazis en 1994 para bloquear el paso del puente, se descubirá que el Pasaje Vasariano cruza la fachada de una iglesia.

No es una iglesia que llame la atención, así que la mayoría de los visitantes pasa de largo frente a ella, sin dirigirle una mirada. Tampoco está abierta mucho tiempo, apenas un par de horas por la mañana y otro par de horas por la tarde, por lo que una buena parte de los que quieren visitarla se la pierden, por encontrársela cerrada y no poder volver a ella en otra ocasión. Cuando se entra en ella, se puede sentir uno un tanto defraudado, puesto que no fue construida por ninguno de los nombres famosos del cuattrocento, ni creó nuevos caminos en la historia de la arquitectura, ni su decoración, blancas paredes encaladas, completamente lisas, es de las que hagan abrir la boca.

Lo importante de la iglesia está en una obscura capilla a la derecha de la entrada. Merce la pena haber guardado algo de suelto para poder iluminar el cuadro que allí se encuentra y verlo a placer, simplemente porque se trata de una de las obras maestras del quinquecento italiano, una de esas obras poco conocidas por habérseles colgado el san benito de manieristas, y que en muchos libros de arte, aún ahora, ni se nombran ni se explican.

Se trata de la Deposición de Pontormo.

Hay algo de inmensa melancolía en toda la obra de Pontormo, una melancolía que se reconoce dolorosa, pero que al mismo tiempo resulta atractiva, por que ese dolor y ese consciencia del dolor se refleja en delicadeza, en ternura, en sensibilidad. Una delicadeza y sensibilidad que no se hayan reñidos con cierta audacia artística, que a nosotros, cuatro siglos más tarde, se nos escapa, pero que en su tiempo hacía que los clientes arrugasen la nariz ante su obra y prefieriesen obras menos importantes pero más cómodas y seguras.

Un juicio, el de considerarlos como pintores con talento que lo malgastaron en experimentos y juegos, apártandose de la vía abierta por sus predecesores y perdiéndose en el camino, que ha pervivido hasta nuestros tiempos, un tiempo que, para mí, coincide en cierta medida con el suyo.

La época de los post-algo. La peor para vivir. Cuando el artista, como representante de su sociedad siente que lo importante ocurrió antes que él, que lo único que le queda por hacer, como artista y como persona, es continuar repitiéndo lo que ya se hizo o apartarse de ese camino, sabiendo que ambos vías serán criticadas con la misma dureza, con el mismo rigor, con la misma falta de indulgencia... por parte precisamente de aquellos incapaces de crear o siguiera de plantearselo.

Sería ocioso enumerar la lista de grandes transgresiones que comete Pontormo en este cuadro, un buen libro de arte las enumerará todas, el trapo sucio que ocupa el centro de la composición, la inexactitud topográfica, realizad voluntarimente, de todo el cuadro (piernas que no pueden estar ahí, personas que deben estar volando), la imposibilidad de señalar que personajes son reales y cuales irreales, la inverosimilitud de colores, vestidos y actitudes, etc, etc.

Señalar únicamente que son todos estos factores, la reunión y utilización de todos ellos, el apartarse voluntariamente de lo que sería clasico para dar un paso más pero sin perder el control, lo que hace de este cuadro la obra maestra que es. Porque, distorsionando cada uno de los elementos, creando la confusión a sabiendas, saboreándolos con fruicción, Pontormo consigue que el horror de ese momento, el de la madre a la que han separado de su hijo muerto y reacciona confusa, sin saber que hacer, se transmita al espectador y que ese dolor se convierta en nuestro dolor.

La melancolía, teñida de una sensibilidad extremada, de alguien siempre en camino, siempre en duda, incapaz de dar un paso atrás y aislarse, separase, poner a salvo, de aquello que pintaba, como debió ser este hombre.

Algo que hace lamentar que gran parte de su obra se haya perdido, como los frescos que cubrían el interior de San Lorenzo en Florencia, con los que pretendía demostrar que era mejor pintor que el mismo Miguel Ángel, y que fueron picados en el siglo XVIII... o que otra gran parte de ella se halle en un estado lamentable, apenas una visión desvaída, que es necesario reconstruir con la mente, de lo que fueron, como son los frescos del claustro de Prato.

jueves, 17 de agosto de 2006

mit Hesse zu wandern (y 1)

Liebe war nicht mehr tierisch dunkler Trieb, wie ich sie beängstigt im Anfang gefunden habe, und sie war nicht mehr fromm vergeistete Anbeterschaft, wie ich sie dem Bilde von Beatrice dargebracht. Sie war beides, beides und noch viel mehr, sie war Engelsbild und Satan, Mann und Weib in einem, Mensch und Tier, Höchstes Gut und äusserstes Böses.

Demian. Hermann Hesse


El amor ya no era una practica obscura y animal, como yo, atemorizado, lo había encontrado al principio, y ya no era una adoración espiritual y piadosa, como lo había representado en la imagen de Beatriz. Era ambas cosas, ambas y aún más, era la imagen de los ángeles y Satan, hombre y mujer en uno, ser humano y animal, el más alto de los bienes y el más superficial de los males.


Resulta paradójico el eco que encontró la obra de Hesse entre los jóvenes de los años 60 y 70, justo cuando acababa de morir, en 1962, sin llegar a enterarse de las pasiones que despertaba en esas generaciones jóvenes.


Extraña fama póstuma, si lo comparamos con otro de los libros/icono de aquel tiempo, el famoso Juan Salvador Gaviota (1970) de Richard Bach, o como tomar la doctrina cristiana, pasarla por la batidora de la transcendencia oriental tan de moda entonces, y venderla como libro de los libros, verdad revelada alcanzada de forma láica.


Fama incompresible la de Hesse, si tenemos en cuenta que, por ejemplo un libro como Demian (1919), la supuesta autobiografía de un joven, es una obra escrita por un hombre de más de cuarenta años, y representa a una juventud que no existía en la fecha de su publicación, la famosa lost generation, que había muerto inutilmente en los campos de Flandes entre 1914 y 1918.


Un libro, por tanto, escrito por un viejo para unos jovenes que no lo eran, bien porque habían muerto, o porque la guerra les había robado la inocencia y convertido en adultos antes de tiempo. Nada más alejado, por tanto, del optimismo vital de los años 60, la certeza infantil de poder entregarse sin impedimentos o complejos al goce y al amor, o de la seguridad y el poder que daba el pertenecer a la generación del Baby Boom, que por su número sobrepasaba a las que le habían precedido, y por tanto habría de vencerlas y substuirlas irremediablemente, imponiendo sus nuevas ideas.


Una discordancia entre Hesse y sus lectores jóvenes, que queda aun más de manifiesto, si se repara en que, al contrario que la mayor parte de los libros de aquel entonces, las obras de Hesse no ofrecen respuestas, sólo preguntas. No hay en ellas ninguna certeza, sólo paradojas. Ninguna resolución, sólo aparentes nuevos puntos de partida. Nada que pudiese servir de apoyo, de justificación, de base, de excusa a una acción.


Simplemente, paradoja tras paradoja, como las cuentas en un collar. Movimiento continuo y sin pausas de una etapa a otra, sin agotar ninguna y sin que ninguna respondiese a las esperanzas depositadas en ellas al principio. Fase abandonadas por simple hastío, por un simple hay que continuar, marchar adelante.


Un no concluir nada tan típico de Hesse, un dejar sus libros y sus capítulos abiertos, un no responder a las preguntas planteadas en ellas y que parecían constituir la razón de que fueran escritos, que ponía muy nervioso a gente de ideologías muy diversas y contrarias, los cuales acababan y acaban por acusar a Hesse de no ser un escritor serio, entendiéndose por escritor serio aquél que deja bien claro cuales son sus ideas y cuales son los modos por los que se lleva a cabo.


Una sorpresa, y un rechazo, entre estos lectores ideólogicos, que no debería haber sido tal, puesto que el mismo Hesse había señalado lo que pensaba de doctrinas, sistemas de pensamientos o ideologías.


Es en Siddartha, cuando el protagonista, el reflejo distorsionado del otro Siddartha, se encuentra con el Buda, y le confiesa como es innegable que él es el elegido, el que ha encontrado el camino, pero que ese conocimiento es estéril, puesto que el Buda nunca podrá transmitir a sus discípulos como alcanzar la iluminación personal que ha encontrado.


Y es tras ese encuentro, tras haberse librado de esa búsqueda de una verdad que no se puede encontrar, que no se puede transmitir, cuando Siddartha descubre el mundo, sus colores, sus formas, su infinita variedad y riqueza, todo lo que se había perdido, lo que se había negado a sí mismo, en esos largos años de peregrinaje a un paraíso soñado que no existía sino en sus pensamientos, y que le mantenía ciego y prisionero.


...y entre ellas, también el amor...


Du bist gelehrig, Siddartha, so lerne auch dies: Liebe kann man erbetteln, erkaufen, geschenkt bekommen, auf der Gasse finden, aber rauben kann man sie nicht. Da hast du einen falschen Weg ausgedacht.

Aprendes bien, Siddartha, así que aprende esto también, El amor puedes recibirlo como limosna, como compra, como regalo, encontrarlo en la calle, pero no puedes robarlo. Te habías trazado un camino equivocado.

miércoles, 16 de agosto de 2006

Age of Consent

En el Japón la edad de consentimiento, es decir, aquella edad en la que un menor de edad puede tener relaciones sexuales si da su consentimiento, es de 14 años.

De forma inesperada, esto ha permitido, en la última década, la aparición y desarrollo de una forma de prostitución espontánea, y por espontánea quiero decir, no organizada. Simplemente, porque en la cultura japonese se entienden a unir los conceptos, Mujer, Niña, Muñeca, y algo prima en eso del cortejo y el apareamiento, es que la mujer se muestre como más niña y más inocente de lo que en realidad.

Por ello, si aquí una de las fantasías sexuales del varón es la universitaria, allí es la estudiante de instituto. Una diferencia cultural que ha sido aprovechada por algunas escolares avispadas para complementar su paga semanal y permitirse algún capricho más, Quedando en hoteles, via cita previa por internet y móvil, con hombres maduros...

Unos comportamientos que, dada la baja edad de consentimiento y el hecho de que no existe proxenetismo en la relación, no constituyen delito alguno, por muy incómodos y molestos que sean socialmente.

....


Si emabrgo, en ciertos estados de EEUU la edad de consentimiento coincide con la mayoria de edad, los 18, provocando el no menos curioso efecto de que, si dos menores se acuestan juntos, están cometiendo un delito y pueden ser condenados a penas de cárcel.

Obviamente, a menos que se sea algo retorcido, enviar a dos chavales a la cárcel por eso parece algo exagerado, así que se han tenido que inventar lo que se llama el efecto Julieta, basándose en la obra de Shakespeare, y utilizar como atuenante el posible enamoramiento de los dos menores, para poderlos enviar a casa con solo una reprimenda... siempre y cuando no reincidan.

You know. Three Strikes and you are out.

...


Paradojas. Paradojas. Y mientras la naturaleza emperrada en que seamos maduros sexualmente a los 13/14 años los hombres y a los 12/13 las mujeres.

Mentalmente, creo que nunca llegamos a serlo.

lunes, 14 de agosto de 2006

Paradise on Earth (y 2)


Hace unos meses comentaba, al hilo de la exposición que hubo en Madrid sobre las vanguardias rusas, el famoso cuadrado negro sobre fondo blanco de Malevich.

En la parte más interesante de la exposición, aquellas que no estaba en la fundación Thyssen, sino en las salas de exposiciones de la Caja Madrid, se podían encontrar un buen puñado de fotografías de Rodchenko, entre ellas, la no menos famosa que he adjuntado en la cabecera.

Un auténtico icono del siglo XX, de mayor importancia y trascendencia, a mi entender, que las incontables fotografías del Ché o los no menos ubicuos retratos de Marylin (y algún día tendré que hablar de lo duro que fue para la generación de los años 80 del siglo XX el vivir a la sombra del mito de los 60, eso sí que fue un conflicto generacional donde los haya, pero no tuvimos a nadie que cantara nuestra rebeldía).

¿Por qué le doy tanta importancia? Simplemente porque la fotografía de Rodchencho no transmite un significado único, ni siquiera claro. Es un símbolo que puede ser aplicado a diferentes situaciones con absoluta libertad, sin perder su fuerza. La foto del Ché es la de un Santo de la Revolución, que dentro de unos siglos, cuando la historia del siglo XX sólo sirva para martirizar a los niños en las escuela, será indistinguible de la de sus adversarios. La imagen de Marilyn no tiene otro mensaje que la de la titilation, en sentido inglés, que pueda causar en sus espectadores, cada vez menor en nuestros tiempos, dado que nos gustan esqueléticas y demacradas.

En la imagen de Rodchenko, sin embargo, no es necesario conocer quien era la persona representada, o qué significaba para sus contemporaneos, de hecho eso sería una molestía, como tampoco es necesario conocer las intenciones del artista para sentir la fuerza de esa imagen. De hecho, esta foografía fue utilizada en origen para hacer propaganda de la imprenta estatal de Leningrado (con un ¡libros!, saliendo de la boca del mujer, en ese estilo conceptual tan propio de los tiempos revolucionarios), mientras que casi ahora mismo ha servido de portada de uno de los álbumes de Franz Ferdinand.

...Y es que si algo transmite esta imagen, como lo hacía la Libertad guiando al pueblo de Delacroix, es el espíritu de la revolución.

Mejor dicho, el entusiasmo que acompaña a cada revolución, esos breves periodo históricos, en que la revolución deja de ser un sueño. Ese fugaz momento, antes del amargo despertar, en que todo parece posible, en que nada se muestra inalcanzable, en que basta con nombrar los deseos, con llamar a gritos a los sueños, para que cobren realidad, aquí y ahora, en nuestra vida, en nuestro tiempo para que podamos disfrutarlas nosotros, cuando aún somos jóvenes, cuando aún tenemos energías, cuando aún tenemos ilusiones y esperanzas.

Porque ese entusiasmo no es otro que el entusiasmo de la juventud. La certeza, la seguridad, de que todo el tiempo del mundo nos pertenece, de que todas las vías, todas las posibilidades están abiertas, de que todo lo que imaginamos que vamos a ver, que vamos a ver, que vamos a experimentar, se cumplirá ineluctablemente. Nada podrá evitarlo. Nada podrá interponerse entre nosotros y nuestro deseo. Nada podrá quebrar nuestra voluntad.

Una certeza que nos permite incluso perder el tiempo, porque no importa las vueltas que demos, los laberintos en que nos perdamos, siempre más tarde o más temprano, llegaremos a nuestro destino, aquel que nos está reservado, aquel con el que soñamos.

Hasta que un día despertamos.

Un día en que descubres que el tiempo ya se ha detenido, que lo que no has hecho, ya no lo harás jamás... o que hay cosas que no volverás a hacer, por mucho que tu cuerpo o tu mente las desee.

Que ya eres viejo y te corresponden las cosas de viejo.

Que si buscas a los jóvenes no harás otra cosa que molestarles.

jueves, 10 de agosto de 2006

Las intermitencias de la memoria (y 2)

Die Musik ist mir sehr lieb, ich glaube, weil sie so wenig moralisch ist. Alles andere ist moralisch und ich suche etwas, das nicht so ist.


Hermann Hesse, Demian


La música me es muy querida, creo, porque es tan poco moralista... Todo lo demas es moralista y yo busco algo que no lo sea tanto.

De entre todas las artes la música es la única que es abstracta per se.

Abstracta en el sentido de que todas las interpretaciones son posibles, tanta como oyentes existen, hasta el extremo de que, si se sale uno de la explicación más objetiva, aquella que nos habla de armonías, tonalidades, claves, temas e instrumentaciones, lo que alguien nos pueda contar de una melodía, es con frecuencia incomprensible, hasta ridículo. Los sentimientos, los profundos y arrebatadores sentimientos que nos produce, son, con demasiada frecuencia, imposibles de transmitir.

Esta abstracción, o mejor dicho esta indefinición, se extiende también a la música cantada, aquella que muchos escuchan simplemente por las letras... sin darse cuenta que la música puede negar esa palabras o estas la música, o porque quizás no han vivido aquellos tiempos en que uno sólo conocía un idioma, y toda la música que le llegaba, antigua y moderna, estaba en otro. Obstáculo que convertía las palabras, aquellas que aparentemente constituían el núcleo y el motivo de la canción, en un objeto más, indistinguible de las notas sobre las que montaba, algo que había que juzgar simplemente por su sonido, su entonación, su ritmo, y no por su significado.

Disfrutar primero. Entender después. ¿Es eso lo que aprendí?

En el comentario anterior hablaba de mi profesór de música de primero de BUP, ese cura apodado Maria Virtudes, al que le habían encargado enseñar apreciación musical a un grupo de adolescentes borrachos de hormonas. Una tarea a la que se dedicaba sin prestar atención a las burlas y la indiferencia que no nos preocupábamos en ocultar. Como ya dije, el mismo nos cantó piezas de Gregoriano, interpretaba al piano sonatas de Mozart, Beethoven, tantos y tantos compositores, recorría la discoteca del colegío de una época a otra, dedicando a todas ellas el mismo cariño y atención, como si no hubiera una única música, la buena, sino muchas que juntas formaran un caleidoscopio interminable, del cual no podía eliminarse una sola pieza, a riesgo de destruir el efecto.

Así, nos interpreto al piano las reconstrucciones de la música de la Grecia Clásica, que ciertos estudiosos, tras años de trabajo, habían descifrado de inscripciones aparentemente sin sentido... para descubrir que esa belleza ausente de las estatuas, embebida en si misma, ignorante del mundo, eterna e inalcanzable, se había transformado en música, tan perfecta, fría e inalcanzables como el bronce y el mármol. O nos hacía escuchar ese manifiesto de la música clásica electrónica que es Las variaciones para puerta y fuelle, de Pierre Henry, realizada grabando los chirridos de cientos de puerta, los resoplidos de otros tantos fuelles y reconstruyéndolo en el laboratorio de sonido... algo que era capaz de tumbar a aquellos condíscipulos aficionados al Heavy Metal más potente.

Entre tantas obras, un día de finales de invierno nos obsequío con la sonata Les Adieux, de Beethoven.

Es extraño ser joven. No se da uno cuenta de las energías que posee en esa época... hasta que se acerca la vejez y halla que las ha perdido para siempre. En aquel tiempo, yo era capaz de merendarme una ópera de Wagner, cuatro horitas, en un sentada, sin sentir ningún cansancio, muy al contrario, sintiéndome tras ellas completamente renovado, lleno de ideas y proyectos, preparado para cualquier cosa que me trajese la vida, sin miedo a ella.

De la misma manera, si algo te llegaba, eras capaz de sumergirte en ellas, de perderte y dejarte llevar, olvidado del tiempo, hasta que el final te despertaba. Y en ese intervalo, encontrabas que no te habías distraído un sólo instante, que habías escuchado cada nota, mejor, dicho que cada nota, había repercutido en tu mente y se quedaba contigo... y si no te llegaba, podías violentar tu atención, forzarte a escuchar, hacer trabajar el cerebro al máximo, hasta que de repente, encontrabas la clave, decías, es así, claro, y ése placer era mayor que si lo hubieras comprendido desde el principio.

En este caso aquella sonata, en aquella fría y lluviosa mañana de invierno, me llegó desde un principio, sin problemas, sin dificultades, como algo que estuviese esperando desde siempre.

Extraño, hablar de encuentros y llegadas en una sonata que, precisamente, intenta describir adioses y despedidas.

Y me gustaría poder expresar lo que sentí aquel día, pero es imposible. Mejor dicho, no tiene ningún sentido. Simplemente que aquella música me parecía contener todas las despedidas, todos los adioses del mundo, que ella misma no era otra cosa que una despedida eternamente aplazada, intentando retorcer el tiempo para que durase un poco más, hasta que se hacía inevitable y el final llegaba abruptamente.

Muchos años más tarde, al fin pude comprarme ese disco. Con la mayor de las alegrías lo puse en el reproductor... y se me hundió el mundo.

No recordaba ni una sola nota.

Mucho peor, los sentimientos que esa obra producía en mí, no tenían nada que ver con lo que había experimentado en aquel tiempo. Era incapaz de reconocer mis recuerdos en aquello que escuchaba.

¿Qué era lo que había olvidado? ¿Que era lo que me había inventado? ¿Qué era lo que había cambiado?

¿El nombre de la pieza? ¿La música? ¿Mis recuerdos de la audición?

¿De qué otros recuerdos podía estar seguro?

miércoles, 9 de agosto de 2006

Dies Irae

...en la reja del coro se publicaban las nuevas leyes y ordenanzas, y los miembros del concejo acudían a la catedral para dicutir los problemas municipales. Allí se celebraban reuniones reglamentarias. Los albañiles sin trabajo utilizaban los espacios libres como lugar de encuentro para estipular contratos de trabajo con los constructores. Esto tenía lugar a menudo durante la celebración de la misa y no era infrecuente que se pidieran interrupciones del sermón o los cánticos.

En el estrépito inmenso se mezclaban el ladrar de los perros y el gruñir de los cerdos; la catedral se utilizaba como atajo para pasar de un lado a otro. Delante del portal meridional se encontraba el mercado de los cerdos, de modo que, de vez en cuando, pasaban o los llevaban a través del templo, también se tiene noticia de que las prostitutas ofrecían sus servicios durante la misa....

Esta desripción de la catedral de Estrasburgo, tal y como se recoge en el extra de Investigación y ciencia (3er trimestre 2005) dedicado a la Ciencia Medieval, no debería sorprendar a nadie que haya leído la descripción de la elección del Papa de Los locos en Notre Dame du Paris de Victor Hugo o sepa en que consistía la fiesta del asno (y la misa en tono de farse celebrada en eas ocasiones).

Al fin y al cabo eran de un tiempo en que religión, constumbres y vida, Iglesia, estado y economía estaban intimamente ligados, mejor dicho, eran completamente indistinguibles, y por ellos los miembros de la jerarquía sabían de la necesidad de contemporizar y dejar vías de escape y desahogo a la población, todo lo contrario, de ahora, en que una religión cada vez más minoritaria, cada vez más alejada de la experiencia cotidiana, se endurece y encastilla en sus posiciones, casi como si volviese a los tiempos de las persecuciones y el martirio.

Pero no es esto lo quería recordar. Mejor dicho al leer este pasaje he dado en pensar en el Dies Irae, la secuencia de la liturgia latina que describe el jucio final con todo lujo de detalles y que constituye asímismo uno de los temas musicales, por su fuerza y su belleza, más reutilizados por compositores de siglos posteriores y de estilos completamente distintos. Una obra que casi constituye un polo de atracción de la música occidental, un punto al que se vuelve una y otra vez, para renovarse reinterpretándolo.

Para mí, el Dies Irae, es especialmente querido. Me trae al curso de 1980-1981, a las clases de historia de la música que nos daba un cura del colegio. Tarea que, la de intentar inculcar comprensión musical a un grupo de adolescentes en plena borrachera de hormonas, que debe ser una de las más ingratas de este mundo, si lo juzgamos sólo por el apodo que dábamos al profesor, el María Virtudes (imagínense el porqué) y lo mucho que nos reíamos a sus espaldas. Unas cctitudes que él, supongo que por los añós de experiencia, aparentaba no notar y perserveraba en empeño de que conociésemos y difrutásemos de aquella música del pasado, tan distinta de la que se llevaba ya entonces, fuera poniéndonos discos, fuera tocando al piano.

...o cantando él mismo, con una voz increíble y poderosa, como la de los ángeles que anunciaran el fin del mundo, el Dies Irae.

Por algúna razón me enamoré de esa melodía, no sólo por la música, ese tema que se repite una y otra vez , y que parece golpearte en la cabeza, como si te anunciase que ya no hay escapatoria, que el tiempo se ha acabado, que todo ha sido ya decidido, sino por la misma letra, por las imágenes que transmite, de final absoluto, inesperado a pesar de haber sido predicho durante siglos, de culpas que ya no se pueden ocultar, de ausencia de refugio, de juez del que no cabe esperar clemencia.

Las imágenes de muerte y destrucción que, de siempre han fascinado a los jóvenes, que casi constituyen una parte del ser joven, se disfrácen como se disfracen.

Muchos años más tarde, a mediados de los 90, en una de esas extrañas revoluciones de las modas, el Canto Gregoriano se puso de moda y, para atender la demanda de, ejém, curiosos y transeúntes que querían gozar de lo último, el mercado se llenó de ediciones de Gregoriano. Me vino entonces, el recuerdo del Dies Irae, y pensé que mejor ocasión no habría para encontrar un buena versión.

No encontre ninguna. Ningún disco la incluía.

La hallé mucho tiempo después. Era una edición grabada en Holanda, el último sitio, y ámbito cultural, del que esperaba encontar algo de esas características, pero vista la carestía, no dudé en adquirirla.

En ella, aparte de una mágnificia versión (y muy curiosa, puesto que al estar grabada en una iglesia de Amsterdam, se puede escuchar el paso de los tranvías, el canto de los pájaros y el rechinar de las puertas del templo) encontré también la razón de que no hubiera más versiones del Dies Irae.

Había sido retirado de la liturgia en 1972, con la excusa de que las imágenes del juicio final que ofrecía, las de un juez sin misercordia, casi vengativo, no se ajustaban con la opinión actual de la iglesia, la apenas salidad del concilio Vaticano.

¿Qué se puede esperar de una institución que mutila ella misma su patrimonio cultural? Es un caso de pacatismo tan grande como el de aquel párroco que tapo con cemento los capiteles románicos de sus iglesia, porque representaban el pecado demasiado gráficamente... algo que a él no debería dejarle domir por las noches, pero que a un hombre de la edad media le habría dejado indiferente, ya que no era una incitación, sino una advertencia.... que debía representarse en toda su crudeza, sin que quedase lugar a la duda.

Olvidando por ejemplo que en la catedral de Chartes hay una vidriera que ilustra la vida de María Magdalena, cuya primera profesión, antes de encontrar a Cristo, es de todos conocida.

¿Adivinan quién la financió?

Justo. Ellas.

lunes, 7 de agosto de 2006

La melancolía de las miradas... (y1)


Ahora mismo en el Museo Thyssen de Madrid, se puede visitar una de esas exposiciones que seguramente no harán historia, pero que cualquier aficionado a la pintura agradace profundamente, puesto que permiten un recorrido a eso que se podría llamar la pintura europea, la larga tradición que nació con el renacimiento florentino, a principios del XV, y moriría en Francia, a principios del XX, cuando sus objetivos y fundamentos fueran puestos en cuestión unos tras otro, hasta que, allá por 1950, no quedara ninguno en pie.
Dos siglos, el XV y el XX, que se podrían llamar de transición artística, de destrucción y construcción, de teorización y crítica, en la que los pintores de ambos siglos han asumido la función doble de teórico y de artista, que suelen estar separadas. Dos épocas en las que se ha producido el abandono de a una tradición anterior, la gótico/medieval en un caso y la renacentista/ilusionista en otro, con una cierta mezcla de amor/odio frente a lo antiguo, y se adquirido a un ámbito nuevo y desconocido, conquista que, extrañamente, tanto en el siglo XVI como en el XXI se expresa en cierto bloqueo, desorientación y desánimo.

Pero no esto exactamente lo que quería decir, aunque parte sí.

El caso es que entre los cuadros de esta exposición, hay un magnífico retrato de Bronzino, uno de esos pintores que recibió la etiqueta de manieristas, y que durante largo tiempo fuero consignados a los fracasos del arte, bien intencionados sí, pero fracasos al fin y al cabo. Un retrato (no el que adjunto, pero si muy parecido) donde llama la atención la melancolía en la mirada del retratado, tanto por su juventud como por pertenecer a los Medici, gobernantes absolutos de Florencia, y ese hiperrealismo en los detalles de la vestimenta, tan típico de Bronzino y tan distinto del hiperrealismo contemporáneo de los nórdicos flamencos.

Y al ver este cuadro me venían a la cabeza extrañas ideas relacionadas con como aprendemos el arte y como lo disfrutamos.

Durante largo, debido a la dictadura franquista, la recepción en españa del arte del siglo XX, fuera de los círculos más avanzados, fue casi nula. Mientras en otros países, ése arte ya era, en cierta medida, viejo, y su visión, en las gentes normales producía indiferencia, aquí, sin embargo, continuaba produciendo el mismo rechazo que en las décadas locas de primeros de siglo y seguía teniendo esa componente revolucionaria y de izquierdas (aunque muchos de los modernos no eran precisamente de izquierdas) que suele atribuirse, falsamente, con todo lo nuevo y rompedor.

De ahí que, incluso aunque a primeros de los 80, acabada la dictadura, la enseñanza del arte moderno se diese ya en las escuelas sin ninguna discriminación, los prejuicios heredados de padres a hijos se mantenían, y el rechazo hacia esa pintura no figurativa, o no completamente figurativa, se manifestaba en casi odio y repulsión entre los estudiantes, un odio y repulsión que alcanzaba incluso a los que se han convertido en los pintores pop de nuestro tiempo, los impresionistas.

De esa forma, muchos acabamos nuestra educación sin haber aprendido nada, y luego, por nuestra cuenta, tuvimos que desaprender, apearnos de nuestros prejuicios, cambiar nuestra mirada, enseñarnos a disfrutar. No voy a contar ahora como se produjo en mí ese cambio de óptica, sólo señalar que fue tan profundo, que empece a despreciar la pintura de antes de los impresionistas, como vieja y transnochada... hasta que realice en dos años seguidos, sendos viajes a Italia.

Viajes a Italia que en cierta manera fueron como aquellos del Grand Tour de los nobles del XVIII, o de los románticos del XIX, aquellos que se hacían a las raíces de la cultura occidental, a los lugares donde había germinado y crecido el renacimiento, para ver las obras de las que tanto se había escuchado, en los lugares para los que habían sido concebidas. Unos viajes que se convertían en un doble descubrimiento, personal y artístico, y que dividían la vida en una antes y despúes.

Así, por segunda vez, me caí de mi montura, y descubrí lo bobo y lo estúpido que había sido, elegiendo bando y negándome yo mismo parte del placer de esas pinturas.

Entre los pintores que descubrí, estaban aquellos manieristas toscanos, Andrea del Sarto, Pontormo, Rosso Fiorentino, Corregio, Parmigianino, Giulo Romano. Todos aquellos que habían sido comparados injustamente con la generación anterior, Rafael, Miguelángel, Leonardo, y habían sido acusados y condenados por abandonar el clasicismo de estos últimos, por gustar de lo extraño y lo paradójico, de lo asímetrico y complejo, de lo ininteligible.

Y aprendí porqué había sido así. Simplemente porque en el siglo XV, mientras se inventaba la pintura renacentista, cada discípulo, cada generación, debía y podía superar a sus mayores, hasta que la perfección se alcanzo, se cerró, con Rafael, Leonardo y Miguelángel. Cualquier pintor que llegará después de ellos, podía pintar tan bien como ellos, y de lo hecho lo hacía, pero no podía avanzar más por ese camino, que se había agotado definitivamente.

Al contrario que sus predecesores, que sabían cual era la ruta, que aunque no pudiesen alcanzar la meta, podían verla y confiar en que los que viniesen detrá la encontrarían, los manieristas no tenían ya objetivos, ni camino, ni dirección, cada cual debía elegir la suya, sin saber sí resultaría fructífera o sí terminaría en un callejón sin salida... sabiéndo además que iban a ser juzgados por los logros de sus antecesores y que ése juicio no sería leve, ni compasivo.

Un sentimiento, una sensación, que es la misma de estos inicios del siglo XXI.

jueves, 3 de agosto de 2006

Mr. Corrigan

Otro de esos invisibles conocidos de la Internet (se puede hablar mucho del cambio tecnológico, pero esto cada vez me recuerda más a las amistades epistolares de tiempos preteritos) me recomendo este cómic Jimmy Corrigan, The smartest kid in the earth, by F.C.Ware.

Primero lo más fácil, agradecerle la recomendación, puesto que me ha gustado bastante y lo tengo ya en reserva para la segunda lectura.

Ahora viene lo más difícil, contar algo de esa obra, porque siempre que me recomiendan algo y, sobre todo, me dicen que lo comente, me quedo con la impresión de que también quiere que señale algo en concreto... lo cual me impide pensar con libertad.

En fin, allá vamos.

Cierta animosidad actual contra la familia me parece exagerada, quizás porque nunca he tenido problemas personales con mis padres ni con mis hermanos, y quizás también ellos eran, cuando yo era niño y joven de ideas liberales in american sense (ya no lo son, desgraciadamente, pero todos, ellos y yo, somos ya demasiado viejos para que eso importe) y no intentaban forzar sobre mí una cierta moral, sino que me dejaban elegir, y quizás también porque su matrimonio fue largo y estable, a pesar de una época siendo yo niño que, bueno, por decirlo de forma simple, podíamos haber acabado en los papeles, lo cual quizás, en cierta medida, explique mi escepticismo y apartamiento de los sentimientos amorosos.

Pero como decía, frente a la animosidad frente a la familia, yo no soy capaz de compartir ese sentimiento, quizás por el tipo de familia al que pertenecía, distinta de aquella patriarcal en la que el hombre decidía y el resto obedecía sin rechistar (y quizás algún día hable de como el machismo y el patriarcado nos han esclavizado también a los hombres y como aún no nos hemos liberado completamente), o quizás también por los fuertes lazos que me unen a ellos, los recuerdos que guardo de su biografía y la conciencia de los mucho que les debo.

Ya he comentado en otro lugar de este blog como mi afición por la música y la pintura es algo heredado de mi abuelo a través de mi madre. No es sólo eso, es como, el los largos veranos que pasé con ellos, mis abuelos, en la casa del pueblo, su biografía pasó a ser la mía.

De como mi abuelo, nacido en un pueblo de la Mancha, conoció a mi abuela por causalidad, en el año que sus padres pasaron en aquél pueblo, tras lo cual ella, y sus hermanas, se marcharon a Madrid, y como él todos los fines de semana, cogía la bicicleta, sin marchas, y recorría los 200 kilómetros que le separaban de su amada, para pasar apenas una hora con ella...

...o como hizo la mili en Madrid en 1931, y asistió a la caída del rey y a la proclamación de la república, él, que como el 90 por ciento de los españoles, no sabía que era una república, ni qué era una democracia, ni que eran izquierdas o derechas, excepto que unos se quedaban con el producto del trabajo de otros...

...o como estalló la guerra, y los primeros días, en aquel pueblo de la mancha, se fusiló a los del otro bando, o como él se hizo de la CNT, porque había que ser de algo y pertenecer a algo en aquellos tiempos, o cómo por las noches los Savoia Marchetti italianos bombardeaban el pueblo, intentando alcanzar el nudo ferroviario cercano, pero como no veían nada, tiraban las bombas en cualquier lado, matando inocentes....

...o como le mandaron al frente y descubrió que la guerra eran piojos, miedo y muerte (la bala que oyes es la que no te ha matado, me decía, la que no oyes es la que te matará), o como mi abuela, sin noticias de él, se presentó en el frente, con el hijo, mi tío, que acababa de tener, y como los soldados la dieron de comer y la cedieron el mejor lugar junto al fuego, mientras iban a avisar a mi abuelo, y como su encuentro fue suspendido por el inicio de una ofensiva y como los aviones nacionales bombardearon el tren en que ella volvía...

...o como terminó la guerra, y mi abuelo pasó por los campos de prisioneros, hasta que vieron que no era más que otro desgraciado, y como pasó por madrid y se alojo en casa de mi tía, cuyo marido aún no había vuelto, y ella le lavó, le quitó los piojos, le cortó el pelo, y le dio ropa limpia, la primera en varios años...

...o como de vuelta ya en casa, en el pueblo de la mancha, se encontro que tenían que alojar a un oficial de las tropas vencedoras (los rojos tenían que pagar, ya se sabe) y como tenían que servir cualquiera de sus caprichos y reír todas sus bromas, incluso cuando cogía a mi tío y lo arrojaba al aire y fingía que no iba a poder atraparlo al vuelo...

Porque siempre pienso que lo único que nos queda a los pobres es la familia, que los ricos tienen su dinero, sus aduladores, su profesión, sus triunfos, que si caen podrán ponerse de nuevo en pie, pagando, pero que a nosotros, los que no tenemos nada, sólo queda un refugio, un apoyo.

Las personas que nos quieren.

¿Y a qué viene todo esto? Simplemente a la emoción que me produce esta historia de un hombre amputado de su pasado y, en cierta manera, amputado de sí mismo, sólo en el mundo, muerto en vida, de educación inacabada, ignorante de lo que ha sucedió a los suyos...

...con el agravante de que nosotros sí sabemos lo que pasó, y como, quizás, si su padre hubiera permanecido con él, si hubiera, gracias a ello, conocido a su abuelo, se habría convertido en un hombre de verdad....

miércoles, 2 de agosto de 2006

Endurance...

... y ocurrió entonces que un joven llegó a la ciudad, y empezo a decir, aquí y allá, a todo el que se encontraba, las siguientes palabras: "el mundo era hermoso". Al principio, todos le odiaban y alguno incluso quiso darle una lección, puesto que nadie se preocupaba ya de donde pudiera ir el mundo, pero pronto dejaron de hacerle caso y se olvidaron de él.

El joven, sin embargo, continúo vagando por la ciudad, pronunciando esas mismas palabras, aunque nadie le prestara atención. Un día, un niño se acerco a él y le preguntó: "Porque sigues haciendo esto, si nadie te escucha". "Hubo un tiempo" respondió el joven "en que creí que el mundo podía cambiar, pero ahora sé que eso era un sueño. Sin embargo, si me detuviera ahora, se convertiría en una mentira."

La vejez nos hace cínicos. Desde lo alto de los años, contemplamos las preguntas que nos planteábamos cuando éramos jóvenes, y nos reímos de ellas, eran tan inocentes, tan infantiles, tan sin sentido... Nos reímos y burlamos de ellas, especialmente si las vemos en otros, aunque los años no nos hayan traído ninguna respuesta a ellas, aunque lo único que haya cambiado, entre el joven que éramos, y el viejo que ahora somos, es que ya no nos planteamos preguntas, y ese silencio lo tomamos por las respuestas que no hemos encontrado.

Entonces llega el instante, aquél que se ha esperado desde largo tiempo, aquel que ya no se confiaba que llegase, y pasa sin que lo aprovechemos, sin que hagamos nada por detenerlo, ni por hacerlo nuestro, puesto que ya hace mucho que dejamos de sentir como sería lo propio y apropiado en esas situaciones...

...y nada podrá ya hacernos sentir de ese modo, el único que aseguraría el triunfo y la victoria, simplemente porque ya no podemos, ni queremos, creer en ello.

martes, 1 de agosto de 2006

En el Exilio (y 2)


...Y la razón es que ninguna república bien ordenada cancela nunca los deméritos de los ciudadanos en gracia a sus méritos, sino que, habiendo establecido premios para las buenas acciones y castigos para las malas, y premiando a quien ha obrado bien, si ése mismo, más tarde, obra mal, le castiga sin tener en cuenta sus buenas obras. Y cuando se observan rigurosamente esas reglas, una ciudad vive libre por mucho tiempo; en caso contrario, se arruinará pronto...

Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio

Al leer estas líneas, hay que recordar siempre que Maquiavelo las escribió en su destierro y habiendo sido condenado, además, a trabajos forzados. Otra persona cualquiera, en esas circunstancias se hubiera abandonado al panfleto, al ataque directo contra sus enemigos políticos, al escrito de circunstancias que hubiera sido olvidado en unos pocos años.

No así Maquiavelo.

De alguna manera, el haber sido desterrado le liberó. El no verse implicado en las luchas por el poder, el no tener que dedicar todas sus energías a las múltiples tareas mínimas que constituyen la esencia del gobierno, y que consumen la mayor parte del tiempo, le permitió ver las cosas desde una perspectiva que ninguno de sus contemporáneos llegó a disfrutar, si exceptuamos a aquel otro solitario, éste vocacional, que se llamaba Montaigne.

Una impresión similar a la que produce leer el otro gran libro de teoría política, desgraciadamente inacabado, pero tan lúcido y tan aparentemente cínico como el volumen de Maquiavelo, que es el el Tratado Político que escribiera Spinoza, un siglo más tarde. Un libro donde se pueden leer verdades tan grandes y tan olvidadas como que que cualquier ley que no es obedecida por la ciudadanía, debe ser abolida immediatamente, sin que importe su moralidad o bondad, puesto que el descrédito de la norma, el ambiente de ilegalidad y burla de las leyes que esta desobediencia provoca, llevará a minar indefectiblemente la autoridad del estado, ya que todos podrán ver que es incapaz de imponer las normas que decreta.

La misma verdad que se oculta tras el comentario de Maquiavelo, especialmente ahora, en un tiempo en que la bondad de las leyes y la justicia de las acciones de los gobernantes, no se fundamenta, mejor dicho, no se justifica por que sean buenas o no para el estado y la ciudadanía, sino porque emanan de nuestro bando, el de los buenos, y no lo hacen del otro, el de los malos, en un magnífico ejemplo de estupidez colectiva y suicida, que seguramente, hubiera hecho sonreír con ironía a Maquiavelo... o quizás no, puesto que le hubiera recordado demasiado a la historia de su amada Florencia.

Pero no es necesario restringirse a este país. Esta perversión de la democracia afecta a todos los países que nos rodea

Todos somos testigos de como, por muchos errores que cometan los gobernantes, por mucho dolor que traígan sus decisiones, por muchas que sean las normas que quebrantan con sus acciones, nada les ocurre, se han convertido inmunes. En todo caso, harán recaer el castigo que les corresponde en naderías y desgraciados que tuvieron la mala suerte de estar allí.
Ellos, los que nos gobiernan, por el contrario, siguen su camino impertérritos, casi como decía el dictador por antonomasia de este siglo, con la seguridad de un sonámbulo, al que nada puede despertar o desviar. La misión que dicen que la historia les ha encomendado prevalece sobre el resto de las consideraciones, sobre leyes y principios. Ellos, por su visión, por sus ideales, por su inteligencia, están por encima del resto de los mortales, que no pueden comprender a donde se les lleva, que sólo pueden ser conducidos, a la fuerza si es preciso... por mucho que haya sido el voto de los pequeños, los humildes y los ignorantes el que les haya puesto en la posición que ostentan.

...

Pero no hay que olvidar tampoco, que si ese cautiverio, riguroso ya, lo hubiese sido un poco más, si los libros y el papel le hubieran sido retirados, si se hubiera asemejado un poco más al campo de concentración Nazi o al Gulag estalinista, auténticas factorías de la muerte, nada de esto hubiera visto la luz, todo se hubiera perdido...

...como ocurrió con tantos y tantos otros cuyas vidas fueron destruidas, en uno u otro tiempo...