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viernes, 2 de septiembre de 2005

Reading Whitman (y 2)

Why what have you thought of yourself?
Is it you then than thought yourself less?
Is it you than thought the president greater than you? or the rich better than you? or the educated wiser than you?



El poeta de la democracia.

No, me equivoco, el poeta del hombre corriente. El único que puede aspirar a ese título.

¿Cómo es nuestra sociedad?

Tenemos que tener más de todo. Más dinero, una casa mayor, un coche más potente, el último artilugio tecnológico. Tenermos que tener más DVDs que el vecino, más libros, más amantes, más viajes que anotar en la libreta. Nuestras borracheras tienes que ser mayores, nuestros polvos más largos e intenso.

Si no actuamos así, si no imitamos y superamos a los demás, no somos nadie.

Y todo esto tiene que hacerse a la carrera. En eterna competición con los demás, apartándolos violentamente, pisoteándolos. Aunque nos falte el aliento, aunque se nos doblen las piernas de cansancio, aunque todo sea sepulcro y muerte.

No hay otra forma de vivir se nos dice. Así lo claman las figuras, los fantasmas que pueblan las pantallas de televisión, las imágenes que se asoman a las páginas de revistas y periódicos.

Tenéis que ser como yo, que he triunfado, que he vencido en la carrera, que domino y poseo el mundo, al que se dirigen todas las miradas, todos los objetivos, aunque sólo sea por un segundo. Yo soy vuestro modelo. Yo soy mejor que todos vosotros. Lo he sido desde siempre. Y aquél que no consiga llegar a donde yo estoy no merece la vida, no merece llamarse ser humano.

Así lo corrobora la multitud de aduladores, contertulios, articulistas, comentaristas, locutores, presentadores, filósofos, pensadores, artistas, cineastas,intelectuales, todos con la mismas voz, todos cantando la misma canción, todos creyéndose originales y distintos.

¡Gloria al gran hombre! ¡Gloria al triunfador! ¡Gloria a aquel cuyo triunfo se levanta sobre el fracaso de otros!


Queda la voz de Whitman.

Queda su voz tranquila, placida y reposada, pero suficiente para acallar la de los que gritan porque no tienen ideas, puesto que sólo así logran convencer a los demás.

Es el hombre corriente el auténtico héroe, el auténtico triunfador. No el político, no el cantante, no el famoso, no el deportista, no el piloto, no el aventurero, sino aquel que día tras día tiene que levantarse temprrano, perder su vida en un trabajo que odia, sacrificarse, marchitarse...y todo eso sin queja alguna.

Esas son las gentes que deben ser cantadas y ensalzadas. Los olvidados. Los ofendidos. Los humillados.

Y Whitman es su poeta.

El que canta la belleza de sus vidas. La grandeza y la perfección de sus actividades. Del despertar a un nuevo día, del acostarse rendido y entregarse al sueño. Del vestirse y arreglarse, del lavarse y acicalarse, del marchar y del volver al trabajo. De todos los actos cotidianos, repetidos una y otra vez, aparentemente sin sentido, pero más grandes que cualquier acto de voluntad ostentoso de los falsos grandes hombres.

Y por encima de todo, el milagro constante que supone este mundo, el milagro que supone que haya atardeceres y amanaceres, que la luna ascienda, que las estrellas se enciendan, que el viento sople y que las nubes cubran el cielo, que las olas rompan en la orilla y que la marea nunca falte a la cita.

Que haya que nacer, y que haya que morir, que el sueño nos libere de nuestros afanes, que tengamos un cuerpo y que éste nos lleve a amar a otro cuerpo, tan diferente y tan igual al mismo tiempo.

O que simplemente esta carne y estos huesos, esta finitud, esta insignificancia que somos, nos permita gozar de la maravilla de este mundo.

Que nosotros mismos seamos una maravilla más.

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